Margarita Hans Palmero - Brumas del pasado

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Helena es una mujer que en apariencia lo tiene todo, pero en el fondo, ella sabe que algo no cuadra en su apacible vida de ama de casa, casada y madre de dos hijas.Una noche acude a una fiesta medieval, donde conoce a un hombre extraño envuelto en un halo de misterio ; y donde una vidente le vaticina un giro inesperado en su vida, alegando que tendrá de buscar sus orígenes y su destino.Desde este momento, la vida de Helena da un giro sorprendente, donde descubre que pudo ser víctima de un secuestro infantil . A través de la hipnosis alcanza a descubrir un pasado más que inquietante e inesperado.

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–Hasta haciendo el amor está diferente.

El taller ya aparece ante nuestros ojos. Me gustaría entrar y saludar a Fernando, pero he venido muy despacio todo el camino para darle tiempo a Carmela a hablar y se me ha hecho muy tarde.

–Carmela, sé que tu marido está loco por ti. Te contará lo que le pasa, ya lo verás.

–Eso espero, Helena. Porque yo ya tengo una ligera sospecha.

–¿Sospecha? Explícate –le pregunto mientras aparco frente a la puerta del taller y veo a Ángel a través de la gran puerta corredera.

Él también me ha visto a mí y levanta una gran mano cubierta de grasa al aire a modo de saludo. Una gran mano, sí. Mi cuñado es un tío “grande”. Debe medir un metro noventa y algo y no está delgado. Hace un amago de sonrisa, pero no le sale bien. Ahora soy yo la que, después de la conversación, me quedo un poco pasmada. Además, al contrario que otras veces, no ha salido fuera del taller. Como si eludiese mi mirada.

Miro a Carmela y me doy cuenta de que su mirada, fija en él, se humedece y me mira a mí. Le tiembla un poco la voz al hablar.

–Helena, creo que Ángel tiene una amante.

– 7 –

Menudo espectáculo nos esperaba cuando llegamos a la Plaza Mayor. Multitud de colores, olores, sensaciones, sentidos a flor de piel. El tiempo ha retrocedido varios siglos y aquí, mis amigas, mis hijas y yo, empezamos nuestra aventura nocturna.

Fernando no ha llegado a tiempo. Reconozco que me ha molestado. Me gusta ir con mis hijas, pero lo admito, me hubiera gustado haber venido esta noche sola con las chicas. Una noche de chicas. Sin horarios de regreso. Curiosear el lugar, pasear, hacer compras, bromas de adultos y sentarnos en uno de estos tenderetes improvisados y magníficos a degustar estas exóticas viandas. Y quizás, a partir de alguna hora determinada, Carmela y yo podríamos regresar juntas y continuar nuestra conversación.

Ninguna de mis dos hijas ha manifestado un gran interés en venir al mercado medieval. Si bien Maia dice que resulta curioso y muestra el interés propio de una niña, en el caso de Selena, su bello rostro muestra tal incomodidad y escepticismo que me agota el entusiasmo.

Miro alrededor e intento captar todos los detalles, hasta los más pequeños. La Plaza Mayor se ha transformado de forma espectacular. Es un lugar muy amplio, con mucho espacio y muchas posibilidades. Se trata de una plaza de origen románico, con una protagonista indudable: la pequeña catedral que se levanta como un gigante de piedra, contrastando con el cielo. El espacio se cierra, por así decirlo, con una especie de claustro como el de los monasterios románicos, incluyendo en el centro de la plaza una gran fuente.

La piedra es, sin lugar a dudas, la protagonista, ella y el agua que surge con fuerza de los cuatro caños que tiene la fuente circular. Ya es de noche y la luna también quiere ser importante, así que esta noche luce hermosa y llena, en el negro cielo, con su séquito de estrellas. Toda la plaza está repleta de carpas de colores colocadas para la ocasión. Multitud de carpas cuadradas y redondas de intensos colores, con techos acabados en punta y doble colorido alternando burdeos y ocre. Estandartes, guirnaldas, banderillas… Olor a asado y algo más, una especie de esencia de flores, incienso, plantas aromáticas…

En una sección de la plaza han colocado carpas a modo de tiendas. En ellas se pueden observar cómo distintos objetos curiosos se mezclan con los habituales, todos expuestos a la venta.

Por otra parte, se distinguen una serie de carpas más grandes que actúan como improvisados bares. En estos han colocado toneles a modo de mesas y grandes candelabros y jarras de barro llenan el lugar.

Me muero de curiosidad por entrar ya y ver qué hay más al fondo, cuando de repente veo marchar a un grupo de caballeros con sus cotas de malla y sus cascos. Pobres, estos deben estar pasando bastante calor.

–¡Qué maravilla! ¿Verdad chicas? –les pregunto a mis hijas con evidente intención de animarlas–. Por algún motivo, me siento viva de pronto, entusiasta, con ganas de explorar todo.

–No está mal –contesta Selena en un tono que me hace ver cómo mis ganas de explorar todo se van llorando de aquí.

–Mami, no he terminado todos los deberes –me aclara Maia.

¡Viva el espíritu aventurero de mis hijas!

Carmela me mira y en sus ojos puedo leer con claridad “Fernando se ha vuelto a salir con la suya”. Inés, sin embargo, mira para todos lados alucinada, y creo que es ajena al poco entusiasmo de mis hijas.

Una brisa fresca sopla y noto una pequeña caricia en el brazo, como un leve roce del viento y percibo un dulce aroma a rosas. La brisa aumenta y me siento positiva de nuevo. A mis ojos, todo alcanza una nueva dimensión. Me giro y veo a una joven disfrazada de la época, con su larga cabellera cobriza y rizada ondeando al viento. Ella parece intuir mi mirada y se vuelve hacia mí, sonriendo. En su brazo derecho lleva un canasto de mimbre repleto de flores. De pronto, es como si el tiempo se detuviese. El olor a rosas se intensifica y en el ambiente hay algo que no puedo describir. Me siento… acalorada. Es como si toda yo quisiese danzar como la actriz que acabo de ver con su cesto de flores. Elevar los brazos y girar y girar, cosa imposible en alguien tan aburridísima como yo. Me quedo como hipnotizada y Maia me saca de mi ensoñación.

–Mamá, podríamos comprar alguna chuchería de aquel puesto –me dice señalando uno de los tenderetes.

–Claro, cariño – me giro buscando a la joven actriz, pero ha desaparecido, al igual que esa sensación de euforia, así que vuelco mi atención en mis hijas–. Pero primero quiero mostraros algo. Mirad al frente, ¿qué veis?

–La plaza del pueblo llena de guirnaldas –me contesta Selena de mal humor.

Me acerco a mi hija mayor y tomo su rostro en mis manos mientras le sonrío con dulzura.

–Respuesta equivocada, mi cielo. No son guirnaldas normales, son guirnaldas mágicas. Cerrad los ojos.

–¡Mamá! –protesta Selena–. ¡Ya no soy una niña! ¡Me estás avergonzando!

–Cerrad los ojos y prestadme atención y os prometo llevaros al concierto ese que tanto nombráis.

¡Ah, palabras mágicas! Sonriente, observo cómo mis dos hijas han cerrado los ojos de forma rápida y efectiva. Maia en concreto parece que no puede apretar más las pestañas.

–Cuando cuente hasta tres abriréis bien los ojos y volveréis a mirar. Y esta vez, quiero que soñéis.

Tras la cuenta atrás, ambas abren los ojos y miran alrededor. Antes de que les dé tiempo a hablar, yo comienzo a susurrarles.

–¿Qué veis ahora?

–Mucha luz –dice Maia–. Hay colores vivos por todos lados.

–Y huele bien –añade Selena–. Me está entrando hambre.

–Es bonito –continúa Maia–. ¡Hay libros!

Ahora suena en verdad entusiasmada.

–¡Y pociones! –Añade Selena.

–¿Podemos ir, mamá? ¿Podemos? –pregunta Maia.

–Por supuesto, gráciles damiselas. Pero quiero que tengáis claro que nos reuniremos en la fuente mágica dentro de media hora.

–¡Chachi! –grita Maia.

Ambas salen corriendo y es entonces cuando me percato de la cara de asombro de Carmela e Inés.

–¿Qué ha ocurrido aquí, Houdini? ¿Qué has hecho con mi amiga? –pregunta Carmela.

–Oh, es un viejo juego que practicamos de vez en cuando. Se trata de cerrar los ojos y, por un instante, intentar ver a través de los ojos de los demás. Intentar cambiar a lo positivo e imaginar justo lo que queremos ver. A veces, nos sale tan bien, que realmente ese “algo” aparece, como esta noche, con los libros y las pociones.

–Eres una madraza –me dice Inés.

–Soy una superviviente de los agobios de la adolescencia y las inquietudes de la niñez –le sonrío yo.

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