–Pues te ha salido genial. Anda, vamos a dar una vuelta, estoy muy intrigada con todo esto –me dice Inés.
Divertidas pasamos entre un grupo que escucha a un juglar, mientras una serie de doncellas ataviadas con sus ropas de época y delantales de colores diversos pasean entre la gente ofreciéndoles distintos productos para que puedan probar. Tipos de chacina, queso, incluso una pequeña cata de algunos tipos de licor.
Recuerdo a la joven de las flores. Espero volver a verla y así poder comprarle un ramillete o algún tipo de perfume si es que los lleva. Aún tengo impregnado el exquisito aroma a rosas que dejó tras ella al pasar junto a nosotras
Una joven hada risueña se planta ante nosotras y nos ofrece un folleto. Nos invita a participar en las artes de cetrería y observar en primera fila las batallas entre caballeros. El mercado medieval se va a llevar a cabo durante todo el fin de semana, y mañana sábado, comenzará la jornada con un torneo. Finalizará el domingo con unos espectaculares juegos artificiales.
Un grito llama mi atención y al girarme veo que se trata de un pequeño que se lo está pasando en grande en una colchoneta con forma de castillo que han preparado en otra sección de la plaza, donde también hay jóvenes pintando las caras a los chiquillos y colocándoles hadas a unos y verrugas a otros.
–Mira Inés, un puesto de jabones y perfumes –exclama Carmela.
Inés es la “coqueta” del grupo. No puede resistirse a los perfumes. Yo por mi parte, voy a ir encantada. Justo al lado hay un tenderete de velas, especias y plantas aromáticas.
De repente suena el teléfono. Se trata de Fernando. Perfecto, así podrá venir y pasaremos un rato todos juntos.
–¡Hola, Fernando! –respondo animada.
–Hola, Helena, solo quería decirte que voy a llegar más tarde de lo que creía. Esto se ha complicado un poco.
–Fernando, ¿sabes qué hora es?
–Pues sobre las siete o así supongo, a ver… ¡Cielos, Helena! ¡Lo siento! ¡Ya son las diez!
–¿Dónde estás?
–Sigo aquí con los chicos. La reunión ha ido bien, tanto que quieren un plan de viabilidad para ampliar la empresa. Acabo de pedir pizzas para cenar aquí. Lo siento, Helena, de veras. Por cierto, ¿qué es todo ese ruido? ¿Música celta?
–Sí. Estoy en el mercado medieval.
–¿Con las niñas?
–Pues claro, con ellas, con Carmela y con Inés. ¿Está Ángel contigo?
–No. ¿Por qué?
–Por nada, curiosidad –intento disimular–. Por un momento me ilusioné con que pudieseis venir y pasar una noche todos juntos.
–Cuando todo este nuevo plan acabe te compensaré, te lo prometo.
–No te preocupes Fernando. No trabajes hasta muy tarde.
–Pásalo bien.
Fin de la conversación. ¿Y por qué le he preguntado por Ángel? Supongo que porque por mucho que haya intentado convencer a Carmela de que sus suposiciones referentes a que él esté viviendo una aventura son totalmente infundadas, ha sembrado la duda en una parte de mí.
Levanto la mirada y observo que mi cuñada me mira atenta. Parece que ha leído mi pensamiento. Me siento fatal. Así que me voy para ella, la cojo del brazo y le hago una proposición indecente.
–¿Qué tal si hacemos unas compras y luego nos sentamos a esperar a las niñas en la posada que hay junto a la fuente? Si estamos en la Edad Media, hoy todas bebemos vino. ¿Qué os parece?
Carmela me mira. Me sonríe con los labios, pero su sonrisa no llega a sus ojos.
–Bien. Estoy de acuerdo.
–¡Mamá, mamá! –una sonriente Maia viene hacia mí con tres libros bajo el brazo y al verla, no puedo evitar sonreír. Ha heredado mi amor por la lectura–. ¿Puedo ir con Selena a pintarnos las caras? Ella está allí, hablando con aquél chico –añade señalando a su hermana.
Una especie de pellizco se me coge en el estómago. En efecto, allí está, hablando con un muchacho pelirrojo. Él le muestra una especie de colgante y ella lo mira embelesada, y no me refiero al colgante.
–¿Quién es él, Maia?
–Un compañero de su clase. Se llama Peter.
–¿Peter? Será Pedro –pregunta Carmela.
–Es que su madre es inglesa y su padre español.
¿Mi hija está flirteando? Porque eso es lo que parece desde aquí. De pronto me siento rara. ¿Mayor? La vida corre demasiado, el tiempo pasa rápido. Casi no te das cuenta.
Una nueva brisa vuelve a soplar y de nuevo huelo a rosas. Maia ya se dirige al puesto de colgantes. Oh, no. No quiero que su hermana piense que la estamos espiando. Corro tras ella y sin darme cuenta tropiezo fuertemente con alguien alto, quedando mi cara justo delante de su pecho. Juraría que he rebotado, no estoy segura, pues me siento algo aturdida. Él ha parecido notarlo, ya que durante un instante me sujeta entre sus brazos para impedir que caiga.
Ruborizada me disculpo y me dispongo a soltarme. Noto una ligera resistencia por su parte, aunque imagino que son imaginaciones mías. Al levantar la vista veo a un hombre con el pelo largo que le llega casi a los hombros y tan negro como la noche, salvo en sus sienes, donde aparece plateado. Sus ojos… son de un color grisáceo. Me sonríe y sin pretenderlo, me llevo la mano a la boca del estómago. Casi escucho mi corazón golpear contra mi pecho. Siento algo… inexplicable. Es como si acabase de encontrar… ¿de encontrarme? Todo se detiene tan solo un instante en que el olor a rosas regresa y los ojos de ese hombre es todo lo que existe en mi mundo. No puedo dejar de mirarle a los ojos, con tal intensidad, que temo sentir vértigo. La algarabía de antes queda silenciada y tan solo se escucha un ligero sonido tenue y armonioso. Una música celestial. ¿Arpa? ¿Violín?
Una sensación realmente agradable y de bienestar se instaura en mí y el extraño susurra levemente en mi oído… “lira”.
¿Lira?
–Ha llegado el momento –me susurra con esa voz que mece mis sentidos.
–Lo siento, iba distraída –le digo aturdida, intentando comprender qué efectos me provoca y el significado de sus palabras.
Él no contesta, solo sonríe y después me suelta. ¿Por qué me suelta? Es como si de nuevo pudiese perderme.
Siento algo en mi cabello, como una suave caricia. De pronto, es como si el ruido volviese y soy consciente de donde estoy. Desvío la mirada un segundo para ver si veo a Maia, que ya ha llegado donde está Selena. Y es como si una fuerza invisible me rodease y me hiciese girar de pronto. El extraño… me vuelvo hacia él de nuevo… pero no hay nadie.
Durante un instante, siento que estoy fuera de lugar, que no pertenezco a este sitio. Busco con la mirada esos ojos que me han abandonado, que me han dejado de nuevo…
El gentío, los disfraces, los ruidos, yo solo busco una explanada bajo un gran roble gigantesco con hojas… ¿azules?
¿Cómo es posible sentir esto que estoy sintiendo? ¿He perdido la razón? Es como si todo se hubiese detenido. Como si solo yo tuviese movimiento y busco con desesperación si él también se mueve. Si está cerca. Tiene que estar por aquí. ¿Quién será? ¿Por qué me ha mirado así? Tengo la sensación de conocerle. Sus ojos, conozco esos ojos. Estoy segura de ello. Esos ojos que se han ido sin más.
Miro a Inés y Carmela que me miran embobadas, mientras yo solo puedo sentir un vacío inmenso, como si me hubiesen arrebatado una parte de mí misma.
–¡¿Qué?!
Inés se acerca a mí y coge algo de mi pelo. Luego me lo da. Yo la miro interrogativamente y ella asiente. Deduzco que ese hombre misterioso la ha puesto ahí. ¿Pero cómo? No he notado nada. ¿Cómo no he podido notar cómo alguien me enganchaba en el pelo una hermosa rosa roja con casi veinte centímetros de tallo?
Un escalofrío me recorre, pero no es algo desagradable, al contrario, por primera vez desde hace mucho tiempo noto algo “especial”, cálido. Ahora soy yo la que observa a su alrededor y todo parece más hermoso. Los colores, e incluso olores, son más intensos, más vivos, más reales, y el viento... ¿Puede susurrar el viento?
Читать дальше