1 ...6 7 8 10 11 12 ...17
Pienso en tirar la flor, pero no puedo. Es como si me hubiese quedado pegado a ella de por vida. Es como si teniéndola entre mis manos, nada pudiese dañarme, ni siquiera las burlas de Inés y Carmela, o el enfado de Selena al ver a Maia acercarse y a mí observarla.
Peter se marchó al sentirse observado y eso no nos ha ayudado mucho tampoco.
Y yo me siento triste. Echo de menos a Fernando y no quiero que ningún desconocido me regale una rosa, quiero que mi marido venga y pasee conmigo y nuestras hijas. Así que me llevaré esta rosa y pondré a Fernando muy celoso.
–¡Vamos a comer! –en los últimos años lo soluciono todo comiendo–. Tengo hambre.
–¿Podemos irnos ya, mamá? –me pregunta Selena.
¿Ya? ¡Qué pena! No me ha dado tiempo a comprar velas. Y me hubiese gustado comprar algún colgante o pulsera para las niñas.
–¿Mamá? ¿Tía? –Escucho la voz de mi sobrino tras nosotras.
–¿José? No sabía qué ibas a venir. ¿Tú en un mercado medieval? Se alegra Carmela.
–Ya ves. Hola, Inés. ¡Hola, tía! Las tres mosqueteras, ¿eh? Y vosotras qué, ¿os lo pasáis bien? –les pregunta a mis hijas.
–Estupendamente –contesta irónica Selena.
–Pues yo estoy bien –dice Maia–. ¡Hola, primo!
–¡Hola, enana!
Mi sobrino José es el mayor de los tres hijos de Ángel y Carmela. Un joven de veinticinco años, encantador y poseedor de un sentido del humor extraordinario. Veinticinco años, pues sí que pasa rápido el tiempo. Tengo dos sobrinos más, Julián, de veintidós, y María, de dieciocho. María es mi salvadora en más de una ocasión con Selena.
–¿Queréis venir conmigo? –les pregunta José.
–¿A dónde? –pregunta Maia.
–A casa. El nuevo novio de María, ya sabes, ese chico que ha venido hace poco, el que tiene una madre extranjera, nos invita a todos a pizza esta noche. Vamos a ver una peli. Algo juvenil, que papá está en casa –añade con tono tranquilizador mirándonos a Carmela y a mí–. Nos ha dado permiso para celebrar una mini fiesta improvisada en el garaje. Por cierto, el novio de mi hermana va a traer a su hermano, creo que está en tu clase prima. ¿Peter se llama?
Selena se ha puesto nerviosa de pura expectación, mientras, Maia va a protestar, lo sé, lo noto en su mirada. Así que ataco. Creo que le debo una a mi hija mayor.
–Y tú podrías terminar los deberes, Maia, y comer pizza en lugar de pollo. Yo aceptaría. ¿Verdad, José?
Mi sobrino sonríe. Está claro que la invitación no es atractiva para Maia, pero aun así la convence.
–A mi hermano le encantará ayudarte, ya sabes que quiere ser profe de mayor –le dice guiñándole un ojo.
–¿Qué dices tú, Selena? –pregunta Carmela.
–Me parece bien.
Cómo no le va a parecer bien, si Peter entra en el lote. Mi sobrino se acerca a mí y me aparta un poco del grupo.
–Pasadlo bien tía. Te mereces salir de vez en cuando, y ya de paso, ayuda a mi madre. Sé que le pasa algo. No quiere contármelo, pero está triste.
–Eres un buen hijo. Solo está con la crisis de los cuarenta algo atrasada –bromeo quitándole importancia. Al parecer, sí que han notado algo mis sobrinos, al menos José.
–Sí, claro –responde para nada convencido–. Anda tía, dame un beso y no te preocupes por las primas. Recógelas cuando quieras, no hay prisa. Es más, déjalas a dormir si quieres.
–Eres un encanto, sobrino.
–Emborracha a mi madre esta noche, anda, a ver si la escucho reírse un poco. ¡Venga chicas! ¡Vamos a disfrutar de una peli y pizza!
Selena se acerca a mí y me da un beso en la mejilla.
–Gracias, mamá. Esto es un poco rollo.
–Tranquila, mi vida. Pásalo bien con los primos.
Es la primera vez en toda la noche que he visto sonreír a Selena de veras. Mi niñita está ilusionada con un chico. ¿Cómo es posible? Se hace mayor y ni siquiera me ha avisado de que tenía pensado crecer tan rápido.
Un zumbido persistente hace vibrar mi móvil y durante un instante lo miro. Igual es Fernando que ha cambiado de opinión. Tomo el móvil casi con necesidad y veo un mensaje de número desconocido. “Él no está trabajando. Una mujer como tú no merece que la engañen”.
Siento una sensación de vértigo, un ligero zumbido en los oídos. ¿Quién? ¿Qué? Debe ser una broma o alguien se habrá confundido de número.
–Mami, ¿puedo quedarme a dormir con los primos? ¿Puedo? ¿Puedo? ¿Puedo? –pregunta Maia.
Durante un instante la miro casi sin reconocer a mi propia hija. Trago saliva y respiro. Seguro que todo es un malentendido.
–Puedes tesoro. Dame un beso y pórtate bien –le digo intentando parecer normal.
–Hasta mañana, entonces –nos dice José despidiéndose de nosotras.
–¡Bueno chicas! ¡Vamos ahora a ver esos perfumes! Seguro que hay alguno afrodisiaco –nos dice Inés entre risas.
Juntas nos acercamos al tenderete de los perfumes y jabones. Mmm, cómo huele aquí. Qué maravilla. Justo al lado, hay una carpa con accesorios y complementos. Voy a comprar unas pulseras a mis hijas. Pero antes tomo el teléfono y marco el número de Fernando, porque para qué mentirme a mí misma. Ese mensaje me ha dejado mal cuerpo.
–¿Sí? –Se escucha mucho ruido.
–Fernando, perdona que te llame, es que las niñas se van a pasar la noche con Carmela, solo quería decírtelo. Se escucha mucho ruido, ¿no?
–Sí, Helena. Estamos probando las rotativas. Espera un segundo… ¡Joaquín para las máquinas un momento! Perdona, Helena, es que tengo mucho jaleo, lo siento.
–No, no, tranquilo. No llegues tarde, ¿vale? Recuerda que tendremos la casa para nosotros solos –añado imprimiendo a mi voz un tono seductor.
–Haré lo que pueda. Diviértete.
Está trabajando. ¿Pero qué me pasa? ¿Paranoia? ¡Venga, a divertirse! Ahora sí, me voy con una gran sonrisa para el puesto de complementos.
–Hola –me dirijo a la dependienta.
–Hola, señora ¿en qué puedo ayudarla?
–Pues, no sé. Quería comprar unas pulseras. Éstas de aquí son muy bonitas. ¿Son piedras?
–Así es. Son piedras con propiedades. Éstas de cuarzo rosa, son un amuleto para el amor. Éstas de ámbar, dan suerte y protección, y éstas de granate dan fuerza y energía sexual.
–¿Alguien ha dicho energía sexual? Yo quiero dos de ésas –interviene Inés.
–Yo quiero dos de ámbar –le digo yo.
–Venga chicas, ¿no creeréis en eso de las propiedades? –nos inquiere Carmela.
–¿Y por qué no? –le rebate Inés.
–Oh, chicas. Compremos las pulseras y vayamos a la posada. Invito a la primera ronda.
–¡Hecho! –contestan las dos a la vez.
Mientras la dependienta está metiendo las pulseras en unos simpáticos saquitos de tela, algo llama mi atención. Es uno de los colgantes que hay en el tenderete. Casi es imperceptible desde donde nosotras estamos, pero la brisa de la noche lo ha puesto en movimiento y ha lanzado un pequeño brillo plateado.
No puedo apartar los ojos de él y la muchacha me informa.
–¿Le gusta? Es un amuleto de la suerte –me dice.
–Oh, por favor –farfulla Carmela.
Pero yo no las escucho a ninguna. Me siento muy atraída por ese amuleto y lo acaricio. Cuando me doy cuenta lo tengo en la mano. Se trata de una pequeña estrella de mar. Está sujeta con un cordón de cuero y yo acaricio mi cuello desnudo, como si me faltase algo.
–¿Eso? Hay otros más bonitos, mira ese de ahí –me dice Carmela señalando un hermoso aro con inscripciones.
–Este –nos explica la muchacha señalando el que le ha gustado a mi cuñada– es un amuleto griego del siglo III a. de C. Es una especie de tabla de predicción de la fortuna.
Читать дальше