Margarita Hans Palmero - Brumas del pasado

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Helena es una mujer que en apariencia lo tiene todo, pero en el fondo, ella sabe que algo no cuadra en su apacible vida de ama de casa, casada y madre de dos hijas.Una noche acude a una fiesta medieval, donde conoce a un hombre extraño envuelto en un halo de misterio ; y donde una vidente le vaticina un giro inesperado en su vida, alegando que tendrá de buscar sus orígenes y su destino.Desde este momento, la vida de Helena da un giro sorprendente, donde descubre que pudo ser víctima de un secuestro infantil . A través de la hipnosis alcanza a descubrir un pasado más que inquietante e inesperado.

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–¡Oh, venga ya! –vuelve a exclamar Carmela.

Yo sigo con mi pequeña estrella en la mano, al mismo tiempo que vuelvo a sentir ese pequeño regocijo en la boca de mi estómago, como cuando tropecé antes con aquel desconocido. Es como si no fuese la primera vez que esta estrella estuviese en mis manos.

–Quiero este –le digo segura.

–Buena elección sin duda. Casualmente, también es un amuleto griego. Es una estrella de mar. Dice la leyenda que un joven pescador de Creta penaba de amor por una chica que era pretendida por otro hombre rico. La chica dudaba, porque el pescador era dulce y amoroso, pero no podía darle la seguridad que le daría el otro pretendiente. El pescador pidió ayuda a Poseidón, el rey del mar. Este, se apiadó del muchacho y apagó las estrellas del cielo e hizo que cayesen al fondo del mar en forma de estrellitas como ésta. Poseidón se las regaló al pescador y él, a su vez, se las entregó a la chica que las aceptó encantada, al igual que también aceptó al pescador. Por todo ello, la leyenda dice que las estrellas de mar son un regalo de los dioses.

–Qué historia más bonita – suspira Inés.

–Sí. La estrella de mar tiene cinco brazos, como las cinco puntas de un pentagrama, uno natural otorgado por la naturaleza. Por ello, te otorgará suerte en lo que te propongas, será tu tótem para iniciar cualquier nuevo proyecto en tu vida. Aunque esta tiene una punta un poquito más corta. Puedo cambiarlo por otro si quiere.

–No, es perfecto, gracias –le digo como en trance.

–Oh, ya está bien. Yo la pagaré. Considéralo un regalo de parte de tu cuñada, para que el proyecto del gimnasio te vaya bien –me dice Carmela.

–¿Quieres tú otra? –le pregunto suave.

–No. Es tu amuleto. Te ha seducido nada más verlo.

Y así ha sido. Lo anudo a mi cuello y me siento bien. No puedo dejar de tocarlo. Es algo rugoso y me encanta su tacto.

–Oh, Helena. Se te ve radiante –me dice Inés.

De nuevo el olor a rosas. Y la joven. Ahí está.

–¡Eh, espera! ¡Quiero comprarte flores! –le grito a la vez que me dirijo hacia ella.

Mis amigas me miran como si me hubiese vuelto loca, pero yo las ignoro y sigo a la muchacha, sin saber bien por qué. Casi la he alcanzado cuando gira y no está. ¿Dónde se ha metido? Carmela e Inés me siguen de cerca.

–Helena, esta noche estás de lo más rara. Créeme –me dice Carmela.

Pero no les hago caso. Sigo buscando a la chica casi con desesperación. Necesito hablar con ella.

–Chicas, mirad –de repente, la exclamación de Inés capta mi atención, haciendo que olvide por un instante a la joven.

Ante nosotras hay una carpa morada. La parte de arriba está llena de estrellas y tiene un gran letrero en la entrada. “Oráculo de Delfos”.

–¡Vamos a entrar! –nos dice Inés entusiasmada.

–Inés, por el nombre debe ser algo de adivinación. Venga ya, ¿no querrás entrar ahí de verdad?

–Sí, por favor. Helena, tú has tenido tu momento con la estrella esa y yo quiero entrar aquí. Por favor.

Carmela y yo nos miramos. No creo que sea una buena idea. Estoy segura de que quiere preguntar acerca de su maternidad, pero el rostro de Inés nos está suplicando apoyo.

–¡Qué diablos! ¡Venga! ¡Las tres para dentro! –suelta Carmela.

Echo otro vistazo a mi alrededor. Al no encontrar a la chica, finalmente desisto de buscarla, por lo que asiento, aceptando, y entramos.

Realmente, parece que hemos hecho un viaje en el tiempo y estamos en la Edad Media. Qué bien conseguido está todo. Es alucinante. Se me han puesto los vellos de punta. Rara combinación de colores, eso sí. Las paredes son oscuras, tonos rojizos, pero en el centro de la habitación hay una mesa circular con un paño morado, como el exterior de la carpa. Hay cojines por todos lados, como si fuese un palacio árabe. También hay muchas velas, es igualito a esas pelis. Solo falta que salga una bella mujer de larga cabellera, con ojos hipnotizadores, sinuosas curvas y un pañuelo morado en la cabeza junto a millones de pulseras doradas en sus brazos.

–¿Hay alguien ahí? –pregunta Inés.

El suelo está alfombrado, así que pensamos que la propietaria del lugar no nos ha escuchado. Carmela está nerviosa y no deja de dar pequeños saltitos de un pie al otro.

–¿Tres jóvenes en busca de fortuna? –escuchamos una voz con un ligero acento extranjero.

Un ruido suena y tras una cortina de piedrecitas, que ni siquiera habíamos visto, sale una mujer, pero no es precisamente como yo la había imaginado. Se trata de una anciana. Es la mujer con la cara más amable que he visto en mi vida. Sus ojos son claros y transmiten paz. Viste de negro, totalmente. Incluso su pelo, blanco, está cubierto por una especie de gasa negra. No puedo evitar observar que lleva un delantal. También negro. Al igual que sus gruesas medias y sus zapatos. Debe estar pasando calor. Pero ella no muestra incomodidad alguna.

–¿Quién será la primera? –nos pregunta con una voz dulce.

–¡Yo! –nos dice Inés.

–Señora, no quiero ser imprudente, pero si lo ve conveniente, las demás podemos esperar fuera. Solo va a decirle lo bueno que vea, ¿verdad?

Ella sonríe y mira mi colgante de estrella. Luego me mira a los ojos.

–Que os quedéis o no depende de vosotras. Sois amigas, ¿verdad?

–Sí.

–Podéis quedaros, entonces.

Inés se sienta nerviosa, pero expectante. La anciana le pregunta.

–¿Cartas, runas, lectura de manos?

–No sé. Cartas.

Ella sonríe y saca una baraja de cartas. Enciende una vela de color amarillento, que huele a vainilla. La baraja es preciosa. Tiene los bordes dorados y un reverso morado. Las mezcla una y otra vez y termina colocándolas en una hilera.

–Elige tres de ellas. Tómate tu tiempo si lo deseas. Piensa en lo que quieres saber y te diré lo que perciba.

Inés elige tres cartas al azar. Su mano tiembla al cogerlas. La anciana las pone boca arriba y las observa. Creo que a mi amiga le va a dar algo.

–El Colgado…, la Templanza… y la Emperatriz.

Entre carta y carta se toma su tiempo, y el suspense se puede palpar en el ambiente. Incluso mi cuñada contiene la respiración.

–Veo que la vida te pone en este momento a prueba. Hay algo que deseas mucho. Tienes un buen matrimonio y paciencia en la vida, aunque comienzas a desesperar. Te esperan sorpresas. Y esta carta –dice señalando a la Emperatriz– puede significar fecundidad. Vas a ser madre.

Inés no dice nada. Solo llora.

–Gracias –susurra.

–No me las des. Eres tú misma la que has de labrar tu futuro y tu destino. Las cartas solo te muestran una parte del camino. Ello no quiere decir que sea fácil, ni tampoco, que no tengas que realizar tu parte del trabajo.

–De nuevo, gracias.

Inés se levanta y la anciana mira a Carmela. Esta se levanta y se sienta algo reticente en la mesa.

–Esto es voluntario. Noto mucho escepticismo en ti. ¿Estás segura de continuar?

Carmela asiente. También está nerviosa, no deja de entrecruzar las manos, y la anciana repite la operación anterior tras haber barajado muy bien las cartas.

–La Sacerdotisa Invertida…, la Fuerza… y los Enamorados. Sientes rencor por dentro, dudas, obsesión, pero vencerás a la bestia.

–No estoy segura de entender.

–Entenderás –responde la anciana mirándola a los ojos.

–Gracias –responde Carmela un poco dubitativa, separándose de la mesa.

No estoy convencida de que Carmela haya aclarado lo que quería, pero supongo que esto de las cartas no es como poner la tele y ver una película. Hay directrices, pero son interpretables de diversas formas. Una cosa sí me ha gustado. Le ha dicho que vencerá a la bestia. Quien quiera que sea.

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