Él sonrió como solo un perro viejo sabría hacer, insinuando que sabía más de lo que hablaba.
Me molestaría en negar que estaba poniéndome nervioso al ver que Eli no era la única que pensaba que la diseñadora me gustaba, pero sería una estupidez por mi parte, porque realmente me estaba empezando a preocupar que la gente tuviera tan claro algo que ni yo mismo entendía.
Me di la vuelta, decidido a marcharme a otro lugar donde estuviera a salvo de las miradas inquisidoras de Brandon, cuando este dijo a mis espaldas:
—Es la mujer perfecta para ti.
Me giré de nuevo hacía él, enarcando una ceja.
—¿Y se puede saber cómo estás tan seguro? —La burla en mi tono de voz era notable.
Stone se acomodó de nuevo en su asiento, con su copa nuevamente llena.
—Porque esa mujer no se deja amilanar ni por ti, ni por nadie. No ha caído a tus pies, ni te ha seguido como lo han hecho muchas otras. Es exactamente lo que tú necesitas.
—¿Estas insinuando que lo que necesito en mi vida es una mujer altiva?
Negó con la cabeza y suspiró un tanto cansado.
—Lo que necesitas es una mujer que no babee por ti, que no diga sí a todo por el simple hecho de contentarte. Todas esas mujeres que has conocido hasta ahora son sumisas ante ti y ante tu dinero. La diseñadora es una guerrera y lo supe desde el instante en que te plantó cara.
—¿Por eso la contrataste? ¿Por qué me enfrentó?
—No. —Bebió de su copa y con la diversión en su rostro añadió—: La contraté porque me gustaron sus diseños, aunque que te plantara cara fue otro aliciente más.
Decidí abandonar aquel tema y marchame de aquella habitación. Caminé por los pasillos hasta al ascensor. Me miré en el espejo y me remangué las mangas de la camisa de botones blanca, antes de salir comprobé que los pantalones de pinzas negros no tuvieran ni una arruga.
—Te preocupas demasiado por tu vestimenta, Hermanito.
Retiré la vista del espejo para mirar a Eli, quien se encontraba frente a mí con una sonrisa pícara.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté saliendo del ascensor y abrazándola.
—Venía a despedirme. —Hizo un mohín y tiró de mí hasta el bar—. Pero antes nos tomaremos una copa los tres.
—¿Los tres? —inquirí esperando encontrarme a mi cuñado o incluso a mi madre.
—Señor Bennett. —Su suave y sensual voz sonó a mis espaldas.
Me giré y allí estaba; su pelo moreno suelto, con el flequillo cayendo graciosamente por su frente, sus enormes ojos castaños a rebosar de diversión y sus tan apetecibles curvas cubiertas por un sencillo vestido negro, pero si algo me dejó anonadado fueron sus zapatos, rojos pasión y con una altura más que considerable de tacón.
—Señorita Rivas. —La saludé ladeando la cabeza y recorriendo su cuerpo con la mirada.
—¡Oh, por Dios! Podéis dejar tantos modales y saludaos como Dios manda —se quejó mi hermana.
Me acerqué a la diseñadora y pillándola desprevenida besé su mejilla izquierda, la sorpresa me la dio ella a mí cuando besó la comisura de mi labio. Me aparté lo justo para verla sonreír. Eli carraspeó y ambos nos alejamos.
—Guardaos vuestra tensión sexual para otro momento, ahora tenéis que despediros de mí.
Puse los ojos en blanco y las seguí hasta una de las mesas, sentándome en el mismo sillón que Mirian, recortando, todo lo posible, la distancia que nos separaba.
—¿A qué hora sale tu vuelo? —pregunté a mi hermana, recordándome que ella también estaba allí y que debía mirarla.
—Dentro de dos horas. Así que no me queda mucho.
—¿Estás segura que no quieres que te lleve?
—No Mirian, tranquila. Cogeré un taxi —respondió mi hermana con una sonrisa cariñosa.
No era tonto, sabía lo que estaba haciendo Eli, pero ni quería ni podía quejarme. El camarero nos trajo nuestras copas, dos mojitos y un whisky .
—Porque vuelvas pronto a Madrid —proclamó Miss simpatía levantando su vaso.
—Puedes ir tú a Barcelona. —Los ojos azules de mi hermana se toparon con los míos. Me había equivocado, no sabía que pretendía.
—Sí, claro. Puede que en agosto me pase por allí.
—¿Y por qué no el siguiente fin de semana? —preguntó Eli, haciendo que me atragantara con el whisky —. Es el cumpleaños de Nicco, podrías volar con Matt y te quedas en mi casa.
La miré con los ojos como platos. ¿Qué demonios pretendía?
—No sé si podré…
Sentí que algo golpeaba mi espinilla… Mi hermana me acababa de dar una patada. ¿Qué quería que hiciera? Y entonces sus ojos azules se volvieron a topar con los míos y los comprendí. Quería que convenciera a Mirian de ir a Barcelona, no por el hecho de ver a su nueva amiga, sino por darme tiempo a solas con ella. Y aún a pesar de que la manera que tenía en mente mi hermana de disfrutar aquel tiempo disentía mucho de mía, me pareció un gran plan.
—Deberías ir. Por dos días fuera no pasara nada —dije intentando mostrar desinterés.
—Por favor, Mimi. —Eli juntó las manos a la vez que le dedicaba uno de sus mejores pucheros—. Tú en estos dos días me has sacado por Madrid. Además, quiero que conozcas a mis hijos y a mi marido.
Levanté una ceja al oír que habían pasado tiempo juntas. Tenía que hablar con mi hermana, quizás ella me pudiera solucionar algunos interrogantes.
—Está bien… Iré.
Bebí de mi copa, ocultado mi sonrisa y por ende mi satisfacción. Quizás fuera una locura, pero comenzaba a creer que aquella morena, aparte de sacarme de quicio me gustaba. Me agradaba estar en su compañía, aún a pesar de su afición por perturbarme. Me encantaba su manera de ser; no se dejaba vencer por nadie y me intrigaba lo que no contaba. Intuía que tras aquella personalidad salvaje se encontraba una pequeña e indefensa gatita, y lo más que me sorprendía es que quería conocer todo de aquella mujer.
Mi hermana comenzó a organizar todo para el viaje, le contó a donde la llevaría y le habló de Gabriela y Nicco, presumiendo de ellos como toda madre orgullosa hace. Intervine poco o nada en la conversación, mi mente ya estaba planeando el fin de semana, en el que esperaba poder disfrutar de la diseñadora completamente, descubrir no solo su cuerpo sino sus secretos.
—Llámame en cuanto llegues —le pedí a Eli.
—Ya salió el sobreprotector de mi hermano —se burló metiéndose en el taxi—. Cuida de Mirian, y no te pases de listo.
Puse los ojos en blanco y miré de reojo la diseñadora, quien se mordía el cachete para no reírse. Cerré la puerta del coche y esperé junto a Mirian, hasta que este desapareció.
—Si piensas que en el viaje vas a conseguir lo que no has conseguido aquí, estás muy equivocado —murmuró Miss simpatía sin quitar la vista de la carretera.
—¿Y qué crees que intento conseguir? —pregunté elevando la comisura de mi boca. Al fin tenía la atención de sus enormes ojos.
—No te hagas el tonto Bennett —me advirtió. Se arrimó a mí, clavándome el dedo índice en el pecho—. Olvida cualquier cosa que haya pasado por esa mente calenturienta que tienes. ¿Me has entendido?
No pude contener la carcajada, aquella mujer y su descaro me encantaba. Me incliné para quedar a su altura y susurrar:
—Vamos, señorita Rivas, admita de una vez por todas que también me desea. —Rocé sus brazos con la yema de los dedos y mi sonrisa se ensanchó al ver su piel erizada—. Admita que se muere porque la folle, al igual que yo admito que me muero por hacerlo.
Pude ver cómo su pulso se aceleraba, como su garganta se movía al tragar saliva, como su lengua salía a humedecer sus secos labios. Pero aun sabiendo que su cuerpo la delataba, mintió:
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