Mis pulmones quedaron vacíos, mis labios se resacaron y mis ojos no pestañaban, aquello era la reacción típica de tener a Matthew Bennett tan cerca que sentía su cálido aliento en mi rostro.
—No lo sé. —Me humedecí los labios y tomé una bocanada de aire para recuperar las fuerzas—. Todo sería probarlo.
Mentía como una bellaca, es cierto que me parecía interesante aquel mundo, pero nunca tendía el valor suficiente para probarlo. Además, siempre había sido muy celosa de lo que era mío y no hubiera soportado ver a mi pareja teniendo sexo con otra.
Matt se recostó contra el respaldo, sin dejar de mirarme.
—Si fueras mí pareja no dejaría que lo hicieras —dijo como si tal cosa.
—¿Y porque no me dejarías? —inquirí con un nudo en la garganta. Un nudo de deseo.
Se frotó las manos, sonriendo como un canalla.
—Porque debajo de esa “simpatía” tan tuya, se esconde una gatita, una fiera que solo querría disfrutar.
Tragué saliva, no tenía idea de cómo iba a acabar aquello, aunque en aquel momento poco me importaba.
—Una de la que disfrutar tú, mientras tú disfrutas de todas.
Negó con la cabeza, su sonrisa había desaparecido. La seriedad reinaba en su rostro.
—Si yo pido algo, es porque daré lo mismo —aclaró con rotundidad.
—¿Y alguna vez lo has pedido? ¿Que te sean fieles?
Se me hacía bastante raro imaginar Matt de una manera romántica. Era un playboy que no se molestaba en negarlo, aunque la prensa conseguía muy poco o nada sobre sus “amiguitas”. Aquel hombre cuidaba su vida privada como un gran tesoro.
—Nunca.
—¿Así que no crees en los cuentos de hadas? —me mofé. En realidad, estaba intentado lidiar con un pequeño pinchazo de decepción.
Sus ojos sonrieron al igual que sus labios.
—Tú tampoco crees en ellos, ni en los príncipes azules, ¿o me equivoco?
No, obviamente no creía en ellos y quería contarle mis razones, el Matthew que estaba ante mí me invitaba a confiar en él. Era como si el capullo que había conocido no fuera del todo cierto, que bajo todo ese ego inflamado se encontrara un hombre agradable con el que me pudiera reír y sentir relajada. Aunque eso no quitaba que estuviera bastante… cachonda.
—No, no creo ni en cuentos de hadas, ni en príncipes que te prometen que te bajaran la luna ¿Por qué iba a hacerlo cuando no sois capaces ni de bajar la tapa del inodoro?
La carcajada de masculina resonó en mi apartamento.
—¡ Touché ! —Cuando consiguió parar me miró y añadió—: Deberíamos hacer esto más a menudo.
—Siempre y cuando no seas un capullo serás bienvenido.
—Entendido. —Sonrió y ojeó el reloj de su muñeca—. Es mejor que me vaya.
Me levanté para acompañarlo hasta el rellano, nos despedimos como dos personas civilizadas, y cuando estaba a punto de cerrar la puerta su mano me lo impidió.
—Que esté siendo amable no significa que mis ganas de follarte hayan desaparecido, al contrario. —Se inclinó hacia mí, recortando los centímetros que separaban a nuestros rostros y susurró—: Así que no se tome esto como una retirada señorita Rivas.
No encontraba aire o mis pulmones no lo absorbían, creía que estaba dándome un ataque, cuando sus labios rozaron los míos. No fue un beso, fue una breve caricia para tentarme.
—Buenas noches —murmuró mientras yo seguía con los ojos cerrados, me negaba a abrirlos y descubrir la expresión de capullo que de seguro tendría. No lo llegué a comprobar, cuando conseguí armarme de valor y levantar mis párpados, Matthew ya no estaba.
Capítulo 8.
No podía parar de correr, el dolor muscular evitaba que pensara en otras cosas, como en las diferentes maneras en la que me follaría Mirian. Habían pasado dos noches desde que la vi por última vez. Recordar aquella sensación de comodidad no la hacía parecer menos extraña. Era fácil relajarse con aquella mujer, aún a pesar de que algunas veces podía ser insoportable otras, resultaba una gran compañía. A diferencia de Karina la diseñadora no me aburría, cualquier cosa que dijera su boca me parecía interesante, incluso divertido.
Me detuve en uno de los bancos del Retiro para ojear mi móvil. Tenía varias llamadas, ninguna de Miss simpatía. No conseguía descifrar por qué me importaba tanto que me rechazara, había sido rechazado en otras ocasiones y jamás insistía. Nunca me molestaba en hacerlas cambiar de opinión ¿Qué me llevaba a hacerlo con Mirian? Quizás era su manera de ser; independiente y esa independencia era endemoniadamente sexi.
Mi teléfono vibró, deteniendo las indagaciones de mi cabeza.
—Matt —dijo Brandon desde el otro lado de la línea—. Tienes que venir al hotel.
—¿Ha ocurrido algo? —inquirí pasándome la mano libre por la frente, limpiando las gotas de sudor.
—¿Has olvidado que hoy era la sesión de fotos?
Apreté mi entrecejo con el dedo índice, lo había olvidado por completo.
—Enseguida voy.
Colgué y me subí al primer taxi que encontré.
Nunca había sido una persona olvidadiza, al contrario, me gustaba el orden en todos los aspectos y sobre todo mentalmente. Solía tener la cabeza despejada, nada conseguía distraerme, pero una pequeña morena de lengua envenenada se colaba sin compasión teniéndome en la inopia. Tenía que acabar con aquello, tirármela y olvidarla, así de fácil… así de complicado.
—¿Se puede saber qué coño te ocurre últimamente? —preguntó Brandon sentándose frente a mí, en uno de los sillones de la suite .
Removí el whisky de mi copa, sin quitarle la vista de encima al líquido ámbar. ¿Cómo le explicaba algo que ni yo mismo sabía?
—Nada.
—¿Nada? Desde que llegamos a España estás… abstraído.
Me encogí de hombros sintiendo una extraña incomodidad ante aquel tema.
—Necesitaré unas vacaciones. Al igual que tú. Son cosas de la edad —me burlé aún sin mirarlo.
—Matthew Bennett pidiendo unas vacaciones. ¿Tan grave es?
Oculté la sonrisa bebiendo de mi copa. Aquel hombre me conocía como muy poca gente lo hacía, llevaba trabajando con y para él desde que había empezado en aquel mundo con tan solo dieciocho años. Brandon fue el primer director con el rodé una película, el primero que creyó en mí y me dio una pequeña oportunidad.
—No es nada.
Entrecerró sus ojos grises y algo parecido a la sospecha apareció en ellos. Ladeó un poco la cabeza y moviendo la mano con el dedo índice apuntándome a la vez que se le formaba una pequeña sonrisa, aseveró:
—Es por una mujer.
—¡No!
Sus dientes salieron a relucir en una amplia sonrisa.
—Muchacho, si querías parecer creíble no debías apresurarte a negarlo. Además —agregó llevándose el vaso a los labios, con un aire intrigante—, sabe más el diablo por viejo que por diablo. Y en años, te llevo la delantera. ¿Quién es ella?
Resoplé y negué con la cabeza. ¿Es que acaso llevaba un cartel en la frente que mostrara todo lo que pasaba por mi mente? Es decir, ¿podían ver a Rivas como la imaginaba yo?
—No es nadie —dije tajante y me levanté para ponerme otra copa.
Llevábamos menos de media hora allí sentados, descansando de una larga sesión de fotos y ya, aquel viejo me había sacado más de la mitad de lo que pretendía fuera mi secreto.
—Matthew no soy tonto. La diseñadora es una gran mujer.
Me giré con la cara descompuesta, ¿había escuchado bien? Stone se carcajeó y se levantó para quitarme la botella de la mano.
—Ya te lo he dicho; la vejez permite ver cosas que con la locura de la juventud uno no ve —recitó su frase favorita con gran pericia.
—Llevas dirigiendo muchas historias románticas, creo que has empezado a mezclar la ficción con la realidad.
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