Naiara Hernández - ¡Contigo no!

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Mirian Rivas y Matthew Bennett tienen muy poco en común. Ella es una humilde diseñadora que sueña con las pasarelas de Nueva York, París o Milán. Matthew es un actor de Hollywood que consigue todo lo que se propone, pero esta vez se cruzará con la joven Miriam que no cederá a sus encantos. Una historia de dos titanes, cada uno luchando por su propia batalla. ¿Quieres descubrir quién será el vencedor? Averígualo en
¡Contigo no!.

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—No voy a discutir eso de nuevo. Y si no vas a hacer otra cosa que regañarme, es mejor que cuelgue. —Se produjo un silencio al otro lado de la línea, capté la indirecta, no le gustaron mis palabras—. Dale saludos a toda la familia. —Y colgué.

Me quedé mirando a la nada, como siempre hacía cada vez que hablaba con mi madre. Aquellas llamadas me enfurecían y me entristecían al mismo nivel.

—Deberías decírselo… —murmuró Carlos, apoyado contra la mesa.

—No empieces tú también —le advertí resoplando.

Se encogió de hombros y desapareció por las escaleras.

Llegué a mi pequeña ratonera cuando ya era completamente de noche. Estaba agotada y hambrienta. Decidí darme una larga y relajante ducha, mientras Pereza cantaba Todo , al menos conseguiría detener mis pensamientos unos breves minutos. Me vestí con unos pantalones de algodón grises y una sudadera en la que se leía “Sonríe si quieres sexo conmigo”, regalo de Carlos y Zamara, ambos pensaron que era buena manera de conseguir una noche loca. Al menos servía de pijama.

Me fui a la cocina y en el momento que abría la nevera alguien llamó a la puerta. Me había esperado de todo, menos lo que encontré.

—¿Qué se supone que haces aquí? —le espeté a Matthew.

Levantó las bolsas de comida, como si fuera algo claro el motivo de su visita.

—Creo que no has entendido bien el concepto de amabilidad. No se trata de hacer de repartidor de comida —me burlé.

—En realidad vengo a cenar contigo.

Me quedé unos segundos en silencio, sin saber qué decirle. La verdad es que no veía nada del capullo de Bennett.

—Está bien. Pero solo porque tengo mucha hambre y eso huele genial.

Sonrío de lado, y me aparté para que pudiera pasar. Decir que me quedé atónita al ver la soltura con la que se movía en mi pequeño apartamento, sería quedarse corta. Resultaba un tanto gracioso verlo en mi ratonera. No pude resistirme a disfrutar las vistas que me ofrecía a la vez que él se encarga de colocar la comida sobre la mesa. Los pantalones negros se ajustaban justamente en sus glúteos, la camiseta negra marcaba su pecho y sus fuertes brazos se presentían bajo la americana gris, de la cual se libró en cuanto la mesa estuvo lista

—Espero que te guste la comida japonesa —dijo sacando la silla para que pudiera sentarme, como un verdadero caballero.

Asentí asombrada por tanta gentileza. Me había propuesto hacerle perder la apuesta, no obstante, quería disfrutar de unas horas de paz entre ambos, además había agotado todas mis fuerzas con la llamada de mi madre. Me relajé, olvidando lo sucedido con el hombre que comía tranquilamente a mi lado. Curiosamente, allí sentando, comiendo sushi parecía más… humano. Matt era de esas personas que los mirabas y creías que eran de otro planeta, ya no solo por su belleza, sino por su comportamiento; siempre tan seguros, altivos y perfectos.

—Siento lo que dijo Karina en la cena. —Detuve el cubierto que dirigía a mi boca cargado de ramen , unos tallarines amarillos que estaban buenísimos, para mirarlo un tanto desconcertada—. Eso de que no parecías diseñadora por tu vestimenta. Yo creo que estabas muy guapa.

Si me pinchaban no sangraba. Mi tenedor seguía sin inmutarse, en realidad toda yo no sé inmutaba. El atisbo de diversión en los ojos azules es lo que me hizo recobrar el sentido.

—Eres un gran actor —le dije a la vez que soltaba el cubierto, enmascarando lo mucho que me habían gustado aquellas palabas.

—Lo digo totalmente en serio Mirian.

—Ya… pues gracias. —Mi cerebro se encontraba colapsado.

Matthew volvió a prestar atención a su plato y yo aproveché para llenar mis pulmones, que de repente se quedaron vacíos. Comenzaba a pensar que había cometido un error al dejarle entrar en mi casa, estaba siendo demasiado… perfecto. Tuve que morderme la lengua en más de una ocasión para no pedirle que me besara, llevaba deseándolo desde que sentí sus labios en los míos por última vez. Y en aquel momento me resguardaba tras la excusa de que era un auténtico capullo, pero si se comportaba como todo un caballero ¿Qué pretexto me pondría?

—Quiero preguntarte algo…—dijo sacándome de mi cábalas. Levanté las cejas, expectante. Matthew pareció un tanto incomodo, mientras inquiría—. ¿Quién es Esteban?

El color abandonó mi cara, lo noté por la falta de calor.

—¿De dónde sacaste ese nombre?

—Lo escuché el otro día… en la cafetería —reconoció un tanto… ¿arrepentido?

—Eso pertenece a mi vida privada y por lo tanto, no te incumbe —zanjé malhumorada.

Me sorprendió que no insistiera, pero me alegré que no lo hiciera. Ya había tenido suficiente de Esteban por ese día.

La cena pasaba entre silencios y miradas disimuladas. Cuando no pude comer ni un fideo más, me recosté en la silla, con la copa de vino en la mano y me atreví a mirar, directamente a Matt, quien me sonreía como un niño pequeño.

—¿Qué? —le pregunté entrecerrando los ojos.

Se encogió de hombros y su sonrisa de se hizo más grande. Estaba dándole un sorbo al vino cuando lo comprendí.

—¡OLVIDALO! —le advertí en una carcajada—. Tienes un problema con el sexo, Matthew.

—¿Yo? —se señaló con dedo índice con una expresión dramática. Se acercó más a mí, como quien va a contar un secreto y susurró—: Señorita Rivas, no soy yo quien ofrece sexo a cambio de una sonrisa.

—Lo extraño Señor Bennett es que no se haya dado cuenta antes.

—En realidad, sí lo he hecho. Llevo sonriendo como un idiota toda la cena. —Ambos nos reímos, lo que me pareció demasiado agradable.

Entre más risa y bromas recogimos la mesa. Todo parecía tan natural, como si viviera aquello cada día de mi vida, o como si Matt fuera uno de mis amigos… un amigo que quería llevarme a la cama.

Mientras guardaba las sobras en la nevera, observaba como Matthew estudiaba mi pequeña librería personal. Su trasero me tenía tan absorbida que no me di cuenta el libro que tenía en las manos hasta que me lo enseñó y dijo:

—Así que te gustan las mismas cursiladas que a mi hermana.

No pude contener la carcajada. Me acerqué a él y le arrebaté el libro de las manos.

—¿Lo has leído? —Negó con la cabeza—. Entonces no tienes argumentos que fundamente esa acusación.

—¡Oh venga! Todos son iguales. Chica conoce a chico, se enamoran, sucede algo que los separa y luego que los una, ¡Y tachán! Se casan y tienen muchos hijos.

—Te equivocas.

Me dirigí al sofá, me acomodé con los pies sobre la mesa de té y palmeé el asiento contiguo invitándolo a sentarse. Matthew se colocó a mi lado, rosando mi hombro con su brazo.

Abrí Pídeme lo que quieras de Megan Maxwell y busqué la página donde la protagonista se montaba un trío con Eric y Björn, dos ejemplares de hombres según la descripción. Comencé a leer la escena de sexo en voz alta, hasta que una mano grande y morena no me permitió ver las letras.

—¿Eso es lo que lees? —inquirió un estupefacto Bennett.

Sonreí al ver su semblante.

—Bueno… es una de las cosas que leo.

Su mirada se perdió en algún lugar de la habitación mientras murmuraba.

—Dios mío… Eli también lee esa clase de cosas.

Estallé en una sonora carcajada. No podía creerme que Matthew Bennett estuviera preocupado porque su hermana mayor leía literatura erótica.

—Se aprende bastante… Quizás a tu hermana le interesen los intercambios de pareja —dije entre la risa.

Sus ojos azules volvieron a mí echando chispas. No, no le había hecho gracia.

—¿Y a usted Señorita Rivas? —Acercó su rostro al mío, mientras susurraba—: ¿Le interesan los intercambios de pareja?

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