El resto de la cena fue una tortura, Karina como de costumbre comenzó a hablar de su perro. Mi hermana y Mirian se miraban aguantándose la risa al ver mi cara de hastío. ¿Por qué seguía con Karina? Quizás fuera porque aparte de hablar demasiado, su boca sabía hacer cosas increíbles.
—¿Y tú a que te dedicas? —le preguntó la rubia a Rivas.
—Soy diseñadora.
Karina frunció el ceño, y la estudió.
—No lo pareces.
Mi cabeza, como si estuviera en un partido de tenis, se giró hacía una y hacía otra. Karina estaba bebiendo de su copa de vino blanco mientras que Mirian la miraba sonriendo de forma sarcástica, puso los codos sobre la mesa para entrelazar las manos debajo de su barbilla y preguntar lentamente:
—¿Y por qué no lo parezco?
—Bueno… Se supone que los diseñadores tienen que tener buen ojo para la moda. Y tú vestimenta es nula en gusto.
El silencio cortaba más que el cuchillo que reposaba encima de mi plato. Mirian tomó aire poco a poco, no sabía muy bien cómo iba a acabar aquello, pero a diferencia de mi hermana, que observaba todo con los ojos totalmente abiertos, yo me estaba divirtiendo.
—Bueno… —dijo la morena levantando la comisura de su labio. En sus ojos castaños vi que estaba preparando un dardo mortal—. Entonces mi vestimenta y tus neuronas tienen algo en común. Que son nulas. —Se puso en pie, haciendo chirriar las patas de la silla contra el parquet—. Y por cierto, el buen gusto no es sinónimo de ir enseñando las tetas, como lo estás haciendo tú. Y si me disculpáis, tengo que irme.
Se dio media vuelta y se marchó, dejando a mi hermana y a Karina atónitas. En cuanto a mí, tuve que disimular mi sonrisa. Me fascinaba ver a la gatita sacar sus uñas.
Capítulo 7.
Entré en el taller sin muchos ánimos, desde la noche anterior estaba que echaba chispas. Aquella Barbie de cabeza hueca me había cabreado, y lo peor era la sonrisa de satisfacción de Matthew. ¿Por qué tuvo que aparecer en aquel restaurante? Todo iba bien hasta que se presentó de la mano de la rubia oxigenada.
—¿Hoy no has olvidado nada? —me sobresalté al escuchar la voz de Carlos desde el mostrador.
Solté el bolso sobre la superficie de cristal y me acomodé en una de las butacas de cuero.
—No, no he olvidado nada. Lo que quiere decir que me acuerdo que me debes una Ferrer Bobet.
—Cuando te interesa tienes una memoria envidiable —se quejó colocando varios documentos en su lugar—. Para tú información, fue el vino perfecto para el salmón. Chris y sus amigos, que por cierto son simpatiquísimos, lo disfrutaron. —Me dedicó una mirada juguetona y añadió—: Aunque claramente el más que lo disfrutó fui yo.
—¿Son simpatiquísimos y te soportan? —me burlé. Le quité varias de las hojas que sostenía en las manos e hice que la estudiaba.
No tenía la cabeza para revisar ni citas ni nada que conllevara utilizar parte de mi cerebro, el cual se encontraba agotado. Llevaba varios días dando vueltas en la cama, sin poder dormir, lo único que podía hacer era pensar en… Bennett. Ni siquiera entendía el por qué… bueno, quizás sí que lo entendía; mis fuerzas estaban mermando, y mi cuerpo pedía a gritos que me pusiera en sus manos.
—Envidiosa —murmuró Carlos, bajándome de nuevo a la tierra.
Fui a responder cuando se oyó:
—¡Chicas! Guardad vuestras uñas. Os traigo café.
Zamara nos entregó un vaso a cada uno. Mi enfado disminuyó con el primer sorbo, cerré los ojos saboreando la cafeína que se extendía poco a poco despertándome. Miré a mi amiga, quien, extrañamente estaba demasiado feliz.
—¿Se puede saber porque no fuiste a cenar anoche? —inquirí, la curiosidad me mataba. Zami había sido quien me convenció para aceptar aquella invitación, y tan pronto como lo hice me avisó de que no podría ir.
—Me surgieron otros planes. —Sus ojos se ocultaron de los míos.
—¿A qué tío te has tirado? —preguntamos al unísono Carlos y yo.
La morena nos miró con el cejo fruncido, resopló y se recolocó el cabello a la vez que decía:
—¿Por qué pensáis que me he tirado a alguien?
—Tienes la misma sonrisa que pongo yo cuando como chocolate —le expliqué—. Y dado que tú vives una dieta continua solo puede significar una cosa: has tenido sexo.
Dos pares de ojos me observaron compasivos, Carlos me acarició y como si fuera una pobre desgraciada dijo:
—Es un poco triste que reconozca una sonrisa de recién follada por esa razón.
—Mimi, tienes que salir más. Por no decir que tienes que follar.
Suspiré y me terminé el café de un trago. Detestaba ser el centro de atención, y más cuando me recordaban mi inexistente vida sexual. Había perdido la cuenta de los años que llevaba sin retozar con un hombre, ¿tres o cuatro? Tenía alguna que otra oferta, pero nunca las aceptaba, ninguno conseguía despertar ese interés en mi interior. Bueno, Matthew Bennett lo hacía sin tan siquiera tocarme, lo que resultaba frustrante; un hombre al cual no soportaba me ponía como ningún otro. Era como la maldición que soltaban las brujas en los cuentos de hadas… “Tú lívido se despertará solo con un capullo engreído”. Vale, eso era ir muy lejos, los cuentos habían evolucionado, pero no tanto.
—Aquí lo importante es tu ajetreada vida sexual, no la inexistencia de la mía —dije tajante, y pregunté—: ¿A quién te has tirado?
Zamara, sorprendiéndome, se sonrojó. Aquella reacción no era normal en ella.
—Ejem… —Se mordió el labio, síntoma de que estaba dudando—. A Paul.
—¿¡PAUL!? ¿Nuestro entrenador? —Los ojos de Carlos se le salían de las orbitas. Se llevó una mano al corazón, mientras que con la otra se abanicaba.
Aguanté la risa lo mejor que pude. Zami sonrió de oreja a oreja.
—A ese mismo. Y no os imagináis los movimientos de cadera de ese hombre. suspiró soñadora y añadió—: Ya le gustaría al Chayanne moverse así.
—¿No decías que Paul era demasiado bueno para ti? —Aquella era la excusa de Zami para no tener nada con el polaco. Le gustaban los chicos malos y Paul, aún a pesar de su cuerpo de mastodonte se asemejaba a un osito.
—Es lo que pensaba hasta ayer. —Se apoyó con la cadera en el mostrador y su expresión se tornó seria—. Cuando estaba en el gimnasio me paró y sin decirme nada me besó. Imaginaos mi cara. Y, por si fuera poco, me dijo y cito “esta noche te invito a cenar, y te aviso que tú serás mi postre”. —Otro largo suspiro. Meneó la cabeza como si tratara deshacerse de algún recuerdo, nos miró a ambos y agregó—: Fue alucinante, bestial, maravilloso… Ese hombre sabe hacer magia con su Black & Decker.
—¿Has apodado a su pene Black & Decker? —Asintió y estallé en una fuerte carcajada, de esas que te hacen llorar.
Me sostenía la barriga con las manos sin poder parar de reírme, perdí el equilibrio cuando oí:
—Lamento interrumpir.
Carlos se apresuró a ayudarme, por segunda vez me caía ante la presencia de Matthew. Alisé mi falda de tubo azul, y lo miré por encima de mis gafas.
—¿Qué está haciendo aquí Señor Bennett? —le pregunté con un tono de voz que denotaba mi poco entusiasmo.
—Teníamos una cita.
Fruncí el ceño, y miré a Carlos, este me sonrió angelicalmente.
—Se me olvidó decírtelo.
Me mordí el labio inferior para no soltar ninguna palabra mal sonante y volví a dirigirme a Matthew.
—¿En qué puedo ayudarle?
Se acercó hasta el mostrador, ignorando a los demás allí presentes, sus ojos azules solo me miraban a mí y una extraña satisfacción explotó en mi interior.
—Brandon me dijo que añadirá alguno de sus diseños ya creados con anterioridad. Quiero probármelos.
Читать дальше