Naiara Hernández - ¡Contigo no!

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Mirian Rivas y Matthew Bennett tienen muy poco en común. Ella es una humilde diseñadora que sueña con las pasarelas de Nueva York, París o Milán. Matthew es un actor de Hollywood que consigue todo lo que se propone, pero esta vez se cruzará con la joven Miriam que no cederá a sus encantos. Una historia de dos titanes, cada uno luchando por su propia batalla. ¿Quieres descubrir quién será el vencedor? Averígualo en
¡Contigo no!.

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Le cena fue una velada… interesante. Y digo interesante, porque Bennett permaneció, gran parte del tiempo, con la boquita cerrada. Aquello era un milagro y lo demás bobería. En el postre, Brandon me entregó el contrato y con una sonrisa de oreja a oreja, la cual mostraba mi indudable felicidad, estampé mi rúbrica.

—Señorita Rivas. Oficialmente, ya es nuestra diseñadora —anunció Stone poniéndose en pie, le seguí y estreché su mano.

—Muchísimas gracias.

—Bueno, mi trabajo aquí ya ha terminado. Y tengo una mujer a la que llamar. Así que, si me disculpa, me retiro.

Asentí e hice ademán de marcharme cuando escuché:

—Señorita Rivas, me gustaría aclarar algunos puntos de los diseños con usted. Si no le importa.

Me giré, para ver el momento preciso en que Matthew se levantaba y abotonaba su chaqueta.

—¿Tiene que ser ahora?

—Sí —sentenció levantado las cejas.

Suspiré, agotada por intentar esquivarlo. Aquel hombre me agotaba tanto mental, como físicamente.

—Está bien.

Me guió hasta el bar, donde Stone se despidió de nosotros. Nos acomodamos en unos de los confortables sillones. Matthew estaba más cerca de lo necesario, en tan corta distancia me costaba pensar; su perfume se colaba con un ladrón por mis fosas nasales, haciendo a mi cabeza imaginar una habitación con su olor mezclado con el del sexo.

—¿ Whisky ? —preguntó sacándome de mis perversos pensamientos. Asentí y el camarero, al cual no había visto, se marchó a por nuestra comanda—. ¿En qué piensa?

—En lo que a usted no le interesa —le escupí con una sonrisa.

Me alteraba demasiado. Me ponía de mal humor. Me hacía sacar lo peor de mí. Y me ponía… muchísimo.

—Está bien —dijo alzando las manos. Se quedó unos segundos contemplándome con los ojos entrecerrados y añadió—: Supongo que decir que pensabas en mi desnudo sería un golpe muy duro para su orgullo.

—Y supongo que decir que pensaba en ti desnudo con un pene pequeño sería un golpe para el tuyo —rebatí y fruncí los labios al ver que él se reía.

El whisky apareció en el mejor momento. De un trago la copa quedó vacía antes los ojos atónitos tanto de Matthew como del camarero.

—Vaya… tenía sed —comentó el primero.

—Otro —le pedí al segundo que se retiró de nuevo—. Para hablar con usted necesito alcohol en las venas o no lo soportaré.

—¿Tan mal le caigo? —inquirió un tanto… ¿dolido?

—Hum… mal no es la definición. Digamos que simplemente no me cae. —Me encogí de hombros, y decidí que seguir mirando aquellos ojos no era bueno para mí, por lo que me concentré en la decoración de aquel lugar, el cual decían que había sido el bar favorito del gran Ernest Hemingway.

—No me dirá ahora que le soy indiferente. Por qué déjeme decirle, querida señorita Rivas, que sus bragas anoche no decían lo mismo.

Giré mi cabeza, alucinada por lo que acaba de oír. ¿Cómo me tragué que iba a hablar de trabajo? Aquel hombre solo pensaba en sexo, y justamente eso era lo que quería de mí.

Me levanté, ignorando al camarero que dejaba mi copa y huía despavorido.

—Escúchame muy bien maldito capullo —le dije de forma amenazante, apuntándole con el dedo—. Si vuelves a tocarme o tan siquiera rozarme, tu querida entrepierna va a sufrir las consecuencias. Has sobrepaso el límite de mi paciencia.

Matthew se levantó, y su metro ochenta y ocho me hizo pequeña.

—La gatita ha sacado las uñas... —ronroneó, inclinándose para quedar a escasos milímetros de mi boca.

—No. Aún no lo ha hecho. Pero yo que tú me abstendría de hacer cualquier movimiento que me llevara a sacarlas. —Le eché una mirada amenazante, incluso sabiendo que no se amedrantaría—. Señor Bennett, lo único que nos une, ahora y en un futuro, será puramente profesional. No soy una de las mujeres que pueda sumar a su larga lista de conquistas, y no me interesa serlo. Así que, si es tan amable, déjeme en paz, y hábleme solo si es por temas de trabajo. ¿ Capisci ?

Solo me faltó hacer el gesto de Vito Corleone y mi discurso hubiera quedado perfecto, incluso puede que creíble.

Matthew me miraba entre el asombro y el desconcierto. Antes de que su boca pudiera formular alguna contestación me marché. No miré atrás. Tenía que salir de aquel hotel cuanto antes. No temía a Bennett, me temía a mí. A mi cuerpo, el cual disentía con la idea de sumarme a su larga lista de conquistas.

Matthew Bennett era algo así como el tabaco, sabías que estaba mal, pero seguías consumiéndolo. Y lo peor era el mono. Aguantar la ansiedad por fumarte otro, y otro, y otro… Así hasta sentirte saciada. ¿Si probaba a Matt, me sentiría saciada o querría repetir? Me preguntaba de vuelta a casa.

Capítulo 6.

Su olor se me había grabado. No sabía cómo, pero no conseguía olvidarlo. Dulce, como la frambuesa. Me hubiera encantado darme de cabezazos hasta borrarlo de mi mente, tanto aquel aroma como a ella. Su lengua afilada conseguía dejarme mudo, todo un éxito, dado que muy poca gente lo conseguía. Aquella mujer me estaba volviendo loco, y solo volvería a estar cuerdo cuando estuviera entre sus piernas.

Nunca fui muy paciente, no obstante, lo sería si la paciencia era el camino para meterla en mi cama de una puta vez.

Había tenido la equivocada idea de pensar que después de la noche en su apartamento, Mirian Rivas bajaría sus barreras y abriría sus piernas. Estúpido por mi parte llegar a esa conclusión. Aquella mujer era una gata con unas uñas muy afiladas, y cuanto más tiraba del hilo ella más lo tensaba. Sabía que el deseo era mutuo, pues sus ojos castaños me miraban como yo a ella, pero el orgullo no la iba a dejar ceder.

Me levanté de la cama, frustrado por las pocas horas de sueños, me di una ducha para despejar mi cabeza y me preparé para un largo día con el café en la mano.

Eli, mi hermana, se puso en contacto conmigo la noche anterior para informarme que estaría en Madrid por asuntos de trabajo. Según ella, si su hermano pequeño no iba a verla, tendría que mover ella su culo para verlo.

Quedamos en el Starburcks de la Gran Vía, no me fue muy difícil atisbarla, su larga melena azabache destacaba en aquel lugar. En cuanto sus ojos, tan azules como los míos, se toparon conmigo, corrió entusiasmada a abrazarme.

—Matthew Bennett, es más complicado quedar contigo que con el mismísimo Obama —me regañó mientras tomaba asiento en uno de los cómodos sillones.

—He estado muy liado.

Aquello no era del todo cierto. Podría haberme escapado un fin de semana a Barcelona, estar con mi hermana y mis sobrinos, no obstante, tendría que soportar a la cotilla de Eli indagando en mi vida privada. La adoraba, pero algunas veces resultaba insoportable con tanta pregunta. Entendía que aquel era su trabajo como periodista, pero era igual de cargante.

Se atizó el pelo y sus enormes ojos me miraron con dramatismo.

—Tus sobrinos te echan de menos. Y Marco, incluso Bob te echa de menos.

Odiaba que hiciera aquello, me hacía sentir culpable. Mis sobrinos, el pequeño Nico y la rebelde de Gabriela eran fundamentales en mi vida, hablaba cada día con ellos por teléfono. Nico con tan solo once años era un pequeño gran genio y Gabriela con quince, era la rebelde que ignoraba a sus padres y se resguardaba tras su tío. Marco, mi cuñado, alias “el salao” eran un gran tipo, un tanto calzonazos, pero buen tipo. Y Bob era el Bull dog francés, aquel pobre perro había sufrido toda clase de tetras de los pequeños.

—Eli, no empecemos. Por favor —suspiré y bebí un poco de café, esquivando la mirada de mí hermana.

—Está bien. Solo te digo lo que hay —sentenció ofendida—. Bueno, cuéntame cómo va tú vida ¿tengo ya cuñada?

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