Naiara Hernández - ¡Contigo no!

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Mirian Rivas y Matthew Bennett tienen muy poco en común. Ella es una humilde diseñadora que sueña con las pasarelas de Nueva York, París o Milán. Matthew es un actor de Hollywood que consigue todo lo que se propone, pero esta vez se cruzará con la joven Miriam que no cederá a sus encantos. Una historia de dos titanes, cada uno luchando por su propia batalla. ¿Quieres descubrir quién será el vencedor? Averígualo en
¡Contigo no!.

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Puse los ojos en blanco. Mi hermana y mi madre siempre con las mismas preguntas. Cuando se juntaban era lo peor. Mamá me había presentado a todas las hijas solteras de sus amigas, al igual que mi hermana. Incluso, habían llegado a pensar que era gay por el simple hecho de que seguía soltero a los treinta y cuatro años.

—No.

—¿Y se puede saber a qué esperas? Yo quiero sobrinos.

Espurreé el café por la mesa. Aquel tema de conversación me ponía el vello de punta. Yo padre… ¡Ja!

—Te lo he dicho ya un millón de veces, no me interesan las relaciones, y mucho menos ser padre. —Limpié con la servilleta el estropicio y añadí—: Y deja ya ese tema, ¿vale?

—No te interesan las relaciones porque aún no has conocido a la mujer que te ponga en tú lugar. Todas caen a tus pies como moscas muertas. ¡Ni que fueras Brad Pitt! —La imagen de la diseñadora apareció momentáneamente en mi cabeza.

—No, no soy Brad Pitt. Soy mejor —sonreí buscando fastidiarla.

Levantó una de sus finas cejas negras, aquello quería decir “¿Pero tú quien te crees? Sino vales más que un saco de estiércol”

—Te quiero muchísimo, pero algunas veces eres tan gilipollas que me llegas a caer hasta mal.

Me reí con ganas, Eli no era una mujer que se quedaba callada. Tenía más huevos que algunos de los hombres que conocía. Miss simpatía y mi hermana se llevarían bien, pensé al beber de nuevo del café.

Durante un largo rato me habló sobre su nuevo artículo, olvidándose de mi vida privada. Era buena en lo que hacía, y le gustaba. Siempre ponía una sonrisa soñadora cuando hablaba de su trabajo, y yo me quedaba fascinado escuchándola. Era una de las pocas mujeres que captaban al completo mi interés. Sabía comunicarse con la gente, era amable, simpática… desde pequeñito la admiraba, para mí era una guerrera. Al crecer nuestra relación era tan sólida como una roca, discutíamos, como todos los hermanos, pero Eli era mi apoyo y yo el de ella.

—¿Vendrás al cumpleaños de Nico? —Sus largas pestañas aletearon. Sabía exactamente lo que tenía que hacer para que yo cediera.

—Iré.

—¿Solo?

Solté un largo suspiro, harto de los intentos de mi hermana por indagar en mis relaciones.

—Sí Eli, iré solo.

¿A quién iba a llevar? ¿A Karina? Aquella mujer sacaría de quicio a mi hermana. Elisabeth no soportaba a las Barbies, que era como ella llamaba a Karina. Habían coincidido en una exposición de fotos en la cual, la rubia había posado para un gran amigo mío. Acudimos juntos, en ningún momento pensé que mi hermana estuviera rondando por allí. Su expresión al verme con Karina no fue nada agradable, aunque, a decir verdad, la de la Barbie tampoco lo era.

—Parece que no todas las mujeres babean por ti —murmuró mirando por encima de mi hombro y sonriendo.

Fruncí el cejo y seguí la dirección de sus ojos. No me podía creer quién estaba detrás de mí. Aquello tenía que ser un castigo divino. O eso, o es que Mirian Rivas era una especie de Bitelchús, pero en lugar de mencionarla había que pensarla.

Me giré de nuevo para poder mirar a Eli, parecía divertirse con la expresión de asco con la que me ojeaba la diseñadora.

—¿La conoces? —inquirió bajando la voz, solo par que la oyera yo. Asentí como si no tuviera mucha importancia y añadió—. Y… ¿Se puede saber que le has hecho para que te mire así?

—Nada.

Desgraciadamente, no le he hecho nada, pensé.

—Ya. Y yo me chupo el dedo. —dejó la taza que sostenía entre las manos, y se acercó más a mí—. ¿De que la conoces?

—Es la diseñadora de la nueva película. —No la miré al contestar, me centré en el café, queriendo parecer indiferente.

—Quiero conocerla.

—¿¡Qué!? —pregunté más alto de lo que debía. Me removí en el sillón y añadí en un susurro—. Olvídate de ella.

Mi hermana entrecerró los ojos y sonrió abiertamente. Una sonrisa que decía más que mil palabras. No tenía que ser un genio para saber que Eli ya estaba pensando en ramilletes de novias, bebés y todas esas cursiladas.

—Eli, deja de soñar despierta.

—Te gusta —murmuró atónita.

—No. Claro que no me gusta —me apresuré a responder—. Bueno, si para ti gustar es que me la quiera llevar a la cama. Pues sí, me gusta.

Se quedó unos segundos en silencio, como si estuviera procesando mi frase, para luego abrir la boca y llevarse las manos a ella.

—¿No te las has tirado? —Negué con la cabeza, suspirando una vez más—. ¿Te ha rechazado?

No me quedó otro remedio que afirmárselo. Mi hermana estalló en una risotada sonora, captando las miradas de los curiosos. Terminó juntando las manos como el malo de la película y dijo:

—Vaya, vaya… Así que mi hermanito se ha topado con la horma de su zapato.

Aquello era lo último que me faltaba, aparte de aguantar todos los desplantes de la diseñadora también tendría que soportar las burlas de mi hermana, pues sabía que el asunto se iba a extender y pronto llegaría a los oídos de mi madre.

—Ahora vuelvo. —Se puso en pie, y antes de que diera un paso agarré su muñeca para detenerla—. Voy al baño Matt. Tranquilo.

No me fiaba de ella, mi hermana era una conspiradora nata. Al final no tuve más remedio que soltarla. Seguí tomándome mi café, agudizando el odio para oír la risa de Mirian. Escuchaba con atención la conversación que tenía con su amiga, hablaban de un hombre, al cual no le tenían una alta estima. Por un momento pensé que se traba de mí, hasta que el nombre de Esteban salió con repulsión de los labios de la diseñadora.

Me apoyé contra el respaldo e intenté descubrir quién era aquel hombre.

—Es un cerdo —dijo la mujer que acompañaba a Miss simpatía.

—No te lo voy a rebatir. Aunque yo fui una idiota, todos sabían qué clase de tío era menos yo.

—Estabas enamorada, Mimi…

Cada vez me parecía más entretenida aquella charla.

—Estaba enamorada, no ciega, Zami.

—No eras la única que estaba y está ciega.

Me eché todo lo posible hacía atrás, intentando escuchar aquella conversación que a cada frase me parecía más interesante, y casi no me caigo cuando escuché:

—Perdón. Soy un poco torpe.

Me giré en el instante en que mi hermana le sonreía a Mirian, entregándole su bolso. Aguanté las ganas de levantarme y estrangularla.

—No te preocupes —le dijo la diseñadora a mi hermana, con amabilidad—. Te entiendo. Yo no soy un poco, soy muy torpe.

Ambas de rieron, como si fueran amigas de toda la vida, entonces mi hermana le tendió la mano y se presentó. No sabía si debía seguir sentando, levantarme y unirme a ellas o simplemente largarme. Terminé mi café y me levanté, me iba a marchar, pero no sin antes despedirme de mi querida hermana.

Me acerqué a la mesa desde donde la diseñadora me miraba impasible.

—Eli, me voy —dije sin tan siquiera saludar a las demás.

—Matt, sé un poco educado.

Entrecerré los ojos, queriendo despellejarla e hice un gesto con la cabeza para saludar a Mirian y su amiga. La primera trató de esconder una sonrisa, mientras que la segunda me escaneaba de los pies a la cabeza.

—Señorita Rivas. Últimamente nos encontramos muy a menudo.

—Sí, desgraciadamente.

Dos pares de ojos la miraron atónitos, en cambio, yo empezaba a acostumbrarme a aquellos comentarios. Incluso me llegaban a gustar. En el momento que fui responder con una respuesta igual de contarte, ella me sorprendió diciendo:

—Una pena que no haya tuberías cerca.

Tenía dos opciones, o la besaba y la callaba de esa manera, o la ignoraba. Opté por la segunda.

—Soy Matthew Bennett —me presenté a su amiga, quien se levantó para estrecharme la mano.

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