Por otro lado, y de forma paralela al análisis anterior, apostilla que «el ornamento de masa es el reflejo estético de la racionalidad a la que aspira el sistema económico dominante» y que la «complacencia estética en los movimientos ornamentales de masas», en contra de la opinión de «los cultivados», es legítima (pp. 70-71). Placer estético que está legitimado, como aclara a continuación, por el hecho de que los movimientos ornamentales contienen un mayor grado de realidad que las producciones artísticas, o dicho de otro modo, están más próximos a las experiencias de la vida que las formas del arte tradicional. 26Si en los planteamientos de corte idealista la experiencia estética –subjetiva– queda ceñida al ámbito individual y privado, nuestro autor, por su parte, reconocerá que los ornamentos son representaciones construidas para la mirada de la multitud de espectadores que los contemplan estéticamente en una especie de experiencia compartida. Esta dimensión colectiva de la recepción estética es un fenómeno que surge en las primeras décadas del siglo XX con la aparición de medios tecnológicos como el sistema de megafonía, la radio, las grabaciones fonográficas, la fotografía y el cine, que hicieron posible tanto la reproducción y difusión masiva de productos culturales como su recepción compartida. Ya fuese en el espacio imaginado de la pantalla cinematográfica o en los espacios exteriores done la multitud se agolpaba en mítines, desfiles y exhibiciones en estadios, estas manifestaciones de las masas se constituían en acontecimientos visuales y ornamentales. 27O más exactamente, se conformaban en auténticos espectáculos de las masas para la masa, propiciando que ésta se reconociera a sí misma como protagonista colectivo. Los espectadores, en tanto que elemento del conjunto escenográfico, se integraban gracias a su comunión perceptiva como parte del ornamento mismo de la masa: representación y recepción conformaban una unidad ornamental cuya realidad se hacía efectiva en «el modelo del estadio» (p. 78). 28
En esta dualidad del ornamento de la masa como reflejo de la racionalidad del sistema de producción capitalista y, a la vez, como reflejo estético de esta racionalidad productiva, es donde se entrelazarían funcionalidad y ornamento, haciendo funcional/productivo el ornamento y a la vez ornamentalizando/estetizando la función productiva del capitalismo.
3. DIALÉCTICA DEL ORNAMENTO DE LA MASA
Una vez hecho el retrato sociológico de las tiller girls como manifestación espacial del ornamento de la masa, Kracauer deriva hacia una perspectiva temporal decidido a elucidar el significado profundo y sustancial del ornamento (Koch, 2000: 30). A partir de este momento, con el apoyo de una implícita filosofía de la historia, abordará el proceso dialéctico de la génesis, desarrollo y –posible– superación última del ornamento de la masa.
En sus primeros escritos sostenía que el desarrollo de la historia había conducido al hombre moderno al «sufrimiento metafísico» de un vacío espiritual, dominado por el aislamiento y el relativismo extremo (Kracauer, 2006: 141-149). En la segunda mitad de los años veinte esta visión de la historia como decadencia cambia por una concepción dinámica –dialéctica–, cuya formulación más completa se halla precisamente en el texto que nos ocupa. La tesis de partida es que la historia es un proceso de «desmitologización», articulado como una lucha entre las fuerzas ciegas e irracionales de la naturaleza, expresadas en el «pensamiento mitológico» –que llega a penetrar en los ámbitos religioso y político–, y la fuerza de la razón puesta «al servicio de la irrupción de la verdad». La Ilustración francesa sería el mejor ejemplo de esta confrontación entre «la razón y las fantasmagorías mitológicas». En el desarrollo histórico, la naturaleza, «cada vez más desprovista de su encanto», es «cada vez más permeable a la razón» permitiendo que la humanidad conquiste una independencia sin precedentes frente a los imperativos de la naturaleza. Sin embargo, este «progreso» no tiene garantizada su continuidad, al contrario, en la época capitalista el proceso de desmitologización entra en una fase de crisis debido a que la racionalidad que ha prevalecido durante la modernidad ha hecho de la razón, en virtud de su carácter analítico, una instancia de «desencantamiento» que no será sino un modo de re-mitologización, de retorno al mito. Esto significa que la razón no ha sido capaz de realizar por completo su potencial al verse neutralizada, o en todo caso entorpecida, por las relaciones de producción capitalista. Para Kracauer esta razón no realizada es una «razón enturbiada» que no es la razón misma sino otra: la « ratio del sistema capitalista». 29
Frente a la razón que aspira a la verdad y tiene su fundamento en el ser humano, la ratio es una racionalidad abstracta , pues el signo del sistema capitalista es su abstracción, su incapacidad para incluir al hombre y los contenidos de la vida, avasallados por las determinaciones de la lógica económica, anulados por los sistemas productivo y social. Una abstracción que reviste los rasgos del mito al tratar los productos de su propia acción histórica –las relaciones de producción capitalistas y las condiciones de vida derivadas– como si fueran naturaleza inmutable (Levin, 1995: 17). Aunque nuestro autor señala que existe otro sentido de la abstracción del pensamiento como «una ganancia de racionalidad», por ejemplo tal como la ejerce el conocimiento de las ciencias de la naturaleza, será el «formalismo vacío» de la abstracción mítica el que se verá efectivamente proyectado en el progreso del sistema capitalista.
En efecto, para Kracauer el ornamento de la masa es tan «equívoco» como la abstracción –como la razón–. Esta afirmación resulta crucial ya que le permite introducir una noción ampliada de ornamento de la masa y su construcción dialéctica (pp. 76-79). Por un lado, en un sentido positivo, «la racionalidad del ornamento es una reducción de lo natural que no deja al hombre atrofiarse». Cuando el hombre en el ejercicio de su razón «hace transparente» e «ilumina» la naturaleza, ésta queda «desubstancializada» en el ornamento de masas. Expresado de un modo más preciso, la figura humana puesta en juego en el ornamento de masas mitiga su carácter orgánico e individual, propio del culto mitológico al cuerpo, en favor de un «anonimato» que sería expresión de la masa de individuos unidos por funciones sociales. En este momento, en el que la razón ha fragmentado la unidad orgánica y mitológica de lo humano, el ornamento de masas puede ser –en coherencia con la consideración hecha por Kracauer en las primeras páginas del texto– percibido estéticamente. Por otro lado, el ornamento muestra un sesgo negativo cuando se manifiesta como «culto mitológico que se esconde en un ropaje abstracto», cuando a través de la racionalidad de la masa se impone «lo natural en su impenetrabilidad». Aquí la conformidad del ornamento con la razón es aparente ya que el hombre como ser orgánico ha desaparecido pero no para destacar su fundamento humano sino, al contrario, para desarticularlo en partículas vacías de significado, como las piernas de las tiller girls que en vez de mostrarse como unidades corpóreas naturales se revelan como la «designación abstracta del cuerpo» (p. 77).
Si la razón «desintegra el conjunto orgánico y rasga la superficie natural», tal como se ha planteado en el primer sentido del ornamento, entonces la figura humana se descompone para que «la verdad no dislocada (…) modele de nuevo al hombre». Pero en el capitalismo, de acuerdo con el segundo sentido del ornamento, la razón no ha penetrado todavía en el ornamento sino que éste es el producto de la ratio . Una ratio capitalista que ha suprimido la vida de las figuras al convertirlas en algo abstracto, materializando el ornamento de la masa en «la vacía forma racional del culto» (pp. 77-78). La dialéctica razón/ ratio conduce, de este modo, a una «recaída» del ornamento en la mitología y a su escisión de la razón. Como apunta Inka Mülder-Bach (1988: 277), la dinámica desmitologizadora de la razón se ha convertido, mediante la ratio capitalista, en la realización de un nuevo mito racional. Hecho que se ve corroborado por el propio desarrollo histórico del ornamento de la masa pero que, sin embargo, no va a significar su última realización.
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