En efecto, no sólo a Inés, también a sus dos hermanos, deparaba el destino una vida consagrada. El muchacho ingresó en el convento de Nuestra Señora del Remedio de Valencia, con el nombre de fray Onofre; fue superior de diferentes cenobios, visitador y vicario provincial de la orden de la Santísima Trinidad, además de catedrático de Filosofía del Estudi General ; y militó en la Escuela de Cristo. 17Unos y otros méritos acabarían incluyendo su nombre en las quinielas episcopales de algunas diócesis, Orihuela en particular. 18
Para las chicas buscó acomodo su tía doña Sabina en otra religión, en absoluto ajena a los Sisternes de Oblites. No lo era, aparentemente, la orden de Predicadores, desde que un antepasado familiar había apadrinado a san Vicente Ferrer. 19Inés y Ángela se incorporarían ahora a las filas dominicanas. Pero no en un convento cualquiera, sino en el de Santa María Magdalena, el más antiguo de todos los femeninos levantado en Valencia bajo patrocinio de la Casa Real de Aragón, inmediatamente después de la reconquista de la capital. 20
Emplazado en la partida de Na Rovella, aquellos muros mantenían intacto el linajudo marchamo estandarte de sus casi cuatro siglos de historia. 21Nobleza local y oligarquía ciudadana seguían confiando a las monjas magdalenas la educación de sus hijas. Entre los siete y los trece años de edad solían éstas, en calidad de educandas, traspasar por vez primera el dintel conventual –con la preceptiva autorización de las autoridades provinciales dominicanas– para su cristiana formación, que podía derivar en una vocación consagrada definitiva. 22Las hermanas Sisternes de Oblites lo harían el 4 de mayo de 1623 durante el priorato de sor Jerónima de Borja, como se deduce de los registros de Santa María Magdalena. 23
En los mismos papeles se recoge que, decididas ambas muchachas a vestir el hábito blanquinegro, mutarían su condición por la de novicias a comienzos de 1628, incorporándose desde entonces al ritmo de vida comunitario, cuyas jornadas –discurridas al son de las campanas– andaban fraccionadas, según el modelo regular ideal, por el ritmo que marcaban los tiempos de oración repartidos a lo largo de las veinticuatro horas. 24En concreto, las dominicas debían levantarse a la medianoche para el canto de Maitines. En voz alta, recitaba alguna un punto de meditación para el ejercicio de la oración mental durante treinta minutos. A las dos de la madrugada regresaban a sus celdas. Nuevamente en pie a las cinco, rezaban Prima con un esquema similar al ya apuntado, más la misa y la comunión cuando así estuviese dispuesto. El resto del día se distribuían las otras horas canónicas intercaladas por tiempo de lectura en voz alta; comida en el refectorio sobre las once y media; después acción de gracias en el coro, algo de recreo, Rosario entorno a las cinco, Vísperas, silencio, a las ocho cena y recogida después del rezo de Completas. Todo ello regido por el capítulo regular, presidido por la priora de turno y celebrado periódicamente para garantizar el correcto funcionamiento interno de la comunidad. 25
Un año de probación quedaba todavía por delante a Inés y Ángela para «estudiar las constituciones [de la orden] e imponerse en todas las obligaciones que tal estado lleva consigo», antes de ser admitidas plenamente entre las hijas del Patriarca de Caleruega. 26Ocurriría doce meses después, con la aprobación del consejo y capítulo del convento. El 23 de enero renunciaban al mundo y hacían solemne profesión ante la superiora sor Marquesa Vives de Cañamás, 27nuestra protagonista con diecisiete años de edad, el nombre de Inés del Espíritu Santo y las siguientes palabras:
Yo, sor Inés del Espíritu Santo, Sisternes de Oblites y Gisbert, hago profesión y prometo obediencia a Dios y a la bienaventurada Virgen María y al bienaventurado padre santo Domingo y a vos, reverenda madre sor Marquesa Vives de Cañamás, priora de este convent de Santa María Magdalena de Valencia, en lugar del reverendísimo padre fray Serafín Sicco, Maestro General de la orden de los hermanos Predicadores, y sus sucesores, según la regla de San Agustín y las constituciones de las religiosas, cuya dirección y cuyo gobierno están encomendados a dicha orden, que seré obediente a vuestras reverencias y a las demás prioras, vuestras sucesoras, hasta la muerte. 28
3. NUEVAS FUNDACIONES PARA LA OBSERVANCIA
Monja profesa ya quedó sor Inés Sisternes de Oblites bajo la dirección espiritual del franciscano descalzo fray Antonio Ferrer, del convento de San Juan de la Ribera, en breve fallecido y a quien habrían de suceder el citado padre Juan Bautista Catalá, de la Compañía de Jesús, y los dominicos fray Baltasar Roca y fray Francisco Faxardo. Pudieron ser sus confesores los primeros en saber de los desvelos e inquietudes causados en el ánimo de la religiosa por la laxitud en el cumplimiento de la regla entre sus hermanas de hábito de Santa María Magdalena, reticentes aún a la reforma auspiciada por Iglesia y corona desde los albores de la modernidad. 29
Debe recordarse, en tal sentido, que este convento no había constituido una excepción al relajamiento que la crisis bajomedieval supuso para las religiones en general, y la de Santo Domingo en particular. 30Es más, durante la denominada claustra –un modo de entender la regla dominicana alejado de los postulados que la habían caracterizado desde sus orígenes y evidenciado en la supresión de la pobreza común, la proliferación de situaciones privilegiadas, la posibilidad de vivir fuera de los claustros o la larga permanencia de los superiores en sus cargos– las magdalenas llegarían a sustraerse de la jurisdicción del Maestro General de Predicadores para someterse a la mitra valentina por espacio de más de una centuria. Desde mediados del Quinientos el cenobio había recuperado su status anterior de la mano de una generación de jóvenes monjas comprometidas con la observancia, bajo el amparo de las autoridades blanquinegras y la reforma auspiciada por Trento. 31Hasta tres nuevos cenobios fieles a la regla –en Calatayud, 32Orihuela 33y Perpiñán 34– deberían sus orígenes a tales religiosas, que como sor Bernardina Palafox 35y sor Magdalena Pons 36participaron de la febril expansión conventual que colmaría de claustros la Monarquía Hispánica. 37
A comienzos del siglo XVII, sin embargo, la vida observante seguía sin imponerse por completo entre las dominicas de Na Rovella. Su tendencia hacia el diocesano y la desvinculación del gobierno de la orden encontró un motivo más en las reservas de la comunidad a las directrices y ordenaciones del papa Clemente VIII en materia de reforma religiosa, recogidas por los sucesivos capítulos generales dominicanos en lo referente a la obligatoriedad en el aprendizaje de la escritura y la lectura por parte de las monjas, la edad mínima de las niñas acogidas en los conventos, etcétera. 38Pero ni siquiera la intervención directa de los provinciales de Aragón había conseguido doblegar a las magdalenas valencianas, inmersas en toda suerte de cuitas poco acordes con su estado. 39
Así lo denunció a la corona en 1631 la entonces maestra de novicias sor María Fe Capdevila. 40Según ésta, la renovación del cenobio distaba mucho de ser una realidad debido no sólo a la actitud de algunas religiosas, sino también a la complicidad de sus influyentes parientes. Hasta tal extremo había llegado la situación que el virrey marqués de Los Vélez acababa de tomar cartas en ella:
[…] aviendo sido el conbento muy religioso y de grande obserbancia, de haños a esta parte es un escándalo por descuydo de los prelados y por culpa de algunas religiosas no tan recatadas en tratar con demasía con personas seglares de mal exemplo, de que por ser algunos dellos casados y llebando mal sus mugeres ha havido muchos ruidos, tanto que, en la Real Audiencia, se han dado memoriales en agravio de dichas religiosas, y el gobernador, en la bacante, se bio obligado a procurar remedio, y el virrey, con celo de lo mismo, desde que entró en Valencia, lo procura por todos caminos, cometiendo al oidor don Pedro Sans bisitasse el dicho conbento haciendo mandatos, con penas de quinientos ducados a algunos seglares. 41
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