Una situación crítica a la que contribuían, incluso, miembros del clero masculino, con los consiguientes efectos destructivos de la fama de Nuestra Señora de Belén y los ecos negativos entre la feligresía:
Por otra parte, el padre prior iva publicando que se habían muerto diecisiete éticas, sin distinguir que era en muchos años y todos creían que avían muerto entonces.
Por eso, no puede sorprender que se produjeran escenas como la siguiente, pues los rumores y maledicencias que corrían por Valencia actuaban como elemento disuasorio para ingresar en la comunidad:
[…] vino una señora de Ayora con su madre y otras compañeras, que venía a tomar el hábito, que se avía concertado su entrada de antemano y trahía mil ducados de dote […] diziendo eran forasteras […] se fueron […]. Dieronme noticia de esto las madres torneras, presumiendo si era la monja que aguardábamos […] El padre Royo […] habló a las señoras, y tratando de la entrada halló que no quería entrar en este convento, porque por el camino, y en particular en Algemesi, les avían dicho tantas cosas del convento y que de todos era aborrecido y menospreciado, diziendo mil injurias y escarnios de él, que de ninguna manera quería ser monja de este convento.
Pero el convento superó todas esas vicisitudes. Emilio Callado nos relata el desenlace de la historia, prolongando su estudio con una serie de referencias sobre los derroteros de la fundación a lo largo del siglo XIX y parte del XX, hasta 1972, fecha en que podemos dar por concluidas la crónica y vida de esta comunidad, integrada desde entonces en el convento de la Inmaculada Concepción de Torrent.
Por lo demás considero un acierto pleno la edición de esta fuente conventual femenina, que su responsable anota con profusión y acierto. Su solvencia como historiador avezado en estos temas y la consideración y reconocimiento de que goza entre colegas y especialistas hacían innecesario este prólogo, que escribo con agrado y satisfacción, pues no sólo me permite expresar públicamente mi reconocimiento a su trayectoria investigadora, sino también haber leído en primicia este libro, cuya publicación, como decía, considero conveniente y acertada. Otro acierto del Profesor Callado.
No me queda más que desear que cuando el lector concluya la lectura de estas páginas, piense lo que yo: que el tiempo empleado ha merecido la pena.
Julio 2014
ENRIQUE MARTÍNEZ RUIZ
Universidad Complutense de Madrid
INTRODUCCIÓN
Con ocasión de nuestra primera incursión en el tema objeto de estas páginas, 1recordábamos que la preocupación por las órdenes religiosas, como objeto de investigación, análisis e interpretación histórica, tiempo ha que empezó a liberarse de tonos hagiográficos tradicionales, planteamientos y lenguajes clericales para convertirse en territorio de historiadores de oficio. 2Ya en la década de los sesenta del pasado siglo los monasterios medievales franceses eran estudiados sistemáticamente con criterios acordes a los nuevos tiempos. En España, donde la historia del clero regular abandonó los claustros con posterioridad, ha sido uno de los capítulos más y mejor atendidos por la historiografía de las últimas décadas, al menos para la época moderna. 3Aunque no todas las religiones ni todos los lugares se han beneficiado por igual de esta tendencia. Los dominicos de la Provincia de Aragón, por ejemplo, continúan sin suscitar suficiente interés entre los investigadores, pese a los meritorios esfuerzos de algunos trabajos colectivos bastante recientes coordinados por la Profesora R. M.ª Alabrús. 4Ni siquiera los grandes establecimientos blanquinegros, diseminados a lo largo y ancho de los territorios de la antigua Corona de Aragón, cuentan con estudios adecuados. No los masculinos, desde luego. Pero menos los femeninos, prácticamente ajenos al protagonismo cobrado por las mujeres en el proceso de renovación temática y metodológica experimentado por la historia 5y su impacto en el análisis de las órdenes religiosas. 6
Quizá sea el caso valenciano uno de los más elocuentes. De los conventos monjiles aquí fundados por la orden de Predicadores desde la Reconquista cristiana, poco se sabe más allá de los datos consignados en las obras de carácter general que tratan de pasada algún aspecto de la vida monacal, 7a menudo desde una perspecticva eminentemente economicista; 8o en las propias crónicas dominicanas, de las que la obra clásica del padre Francisco Diago constituye el mejor exponente. 9Mucho han tenido que ver en ello las vicisitudes padecidas por estos establecimientos como consecuencia tanto de la desamortización de bienes eclesiásticos y la desaparición de algunas de las comunidades religiosas como de la guerra de 1936. Unas y otras motivaron la dispersión de su documentación histórica, azarosamente repartida entre los principales archivos del Estado, cuando no la irreparable pérdida de la misma. 10
Véase si no el panorama ofrecido por los tres cenobios femeninos asentados en la capital del Turia. Santa María Magdalena, decano de todos ellos, con anterioridad a la deblacle documental de los siglos XIX y XX, tuvo la fortuna de ser historiado, sólo en parte y con criterios alejados todavía del rigor científico propio de las Luces, por el dominico V. Beaumont de Navarra. 11Nosotros mismos acabamos de dedicarle una monografía, a la que antes se hacía mención. 12
Desde una perspectiva muy tradicional todavía, hace ya un par de décadas, fray Adolfo Robles Sierra se ocupó in extenso de Santa Catalina de Siena, levantado en la postrera década del Cuatrocientos y –a diferencia de los otros dos conventos– todavía en pie y activo aunque fuera de su emplazamiento original. 13
Mediado el Seiscientos echaba a andar el tercer establecimiento religioso en cuestión, Nuestra Señora de Belén, el de más corta vida y peor conocido con diferencia debido a la pérdida de su archivo histórico, y con él la historia oficial del mismo, elaborada en la décimo octava centuria por el también dominico J. Teixidor, según su propio testimonio:
[…] este convento lo tengo largamente escrito en un tomo en folio, que guardaban en su archivo las monjas, que no está concluido, i ellas hicieron enquadernar sin decirme palabra; i por esto se encuentra sin frontis i sin prefación, y la falta de tiempo no permite que yo le concluya. 14
Resulta fácil, pues, justificar la pertinencia del trabajo que ahora presentamos sobre este último cenobio, y más particularmente sobre sus albores, comprendidos entre 1665 y finales del siglo XVII. Etapa siempre decisiva en la singladura de cualquier nueva fundación religiosa, nunca exenta de dificultades y complicaciones, pero especialmente enrevesadas en el caso que nos ocupa. Lo revela así el hasta ahora inédito Libro de fundación del monasterio de Nuestra Señora de Belén de Valencia , cuyo centenar largo de folios, magníficamente conservados en el Archivo del Convento de la Inmaculada Concepción de Torrent, dan noticia de tal establecimiento, de su artífice sor Inés Sisternes de Oblites, de las monjas que constituyeron la primitiva comunidad y de sus primeras grandes prioras, sor Margarita Mascarell –entre 1672 y 1681 y 1684 y 1690– y sor Vicenta Castell –de 1690 a 1693 y de 1696 a 1699– sobre todo.
La autora del citado libro, religiosa anónima, belemita sin lugar a dudas, aunque de una generación algo posterior a los hechos en él narrados, ocuparía con su obra un lugar propio entre las plumas femeninas del ámbito valenciano de la época, tanto dominicanas 15como de otras órdenes religiosas en general. 16Más o menos coetáneas a ella, y algo mejor conocidas, lo fueron sin duda sus hermanas de hábito sor Julia Ferrer, de la ilustre familia del mismo apellido e hija de convento capitalino de Santa Catalina de Siena, con la Vida de sor Gabriela de la Presentación, religiosa del real convento de Santa Catalina de Sena de la ciudad de Valencia ; 17y sor María Teresa Agramunt, de la comunidad hermana de Corpus Christi de Vila-real, responsable del Libro de las religiosas que murieron en aquel convento con más fama de santidad . 18
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