Basten estas muestras para dar una idea de la variada producción investigadora de Emilio Callado, cuya última obra –por lo menos de la que yo tengo conocimiento– está dedicada al convento dominicano de Santa Maria Magdalena de Valencia, comunidad femenina aparecida en varias ocasiones en el libro que ahora prologamos, una obra que, desde mi punto de vista, resulta tan valiosa como interesante por diversos motivos.
Por lo pronto, nos ofrece una fuente eclesiástica nada usual, como es el relato de la fundación de un monasterio. Pero en este caso es mucho más. Se trata del Libro de fundación del monasterio de Nuestra Señora de Belén . En la primera parte del volumen –en lo que podría considerarse una introducción– el autor reconstruye los orígenes de dicho cenobio y el entorno en que se desenvuelve su vida, lo que hace con una profusa información bibliográfica, repartida en las abundantes notas que perfilen el contexto histórico de tal convento, así como una variada documentación que amplía la información en aspectos en que el libro fundacional no es tan explícito. En esta introducción vamos a conocer a las principales personas directamente vinculadas a la fundación, la dirección y la cotidaneidad cenobial, tanto seglares como religiosas.
Entramos luego, directamente, en el Libro de fundación , cuyo contenido no puede ser más interesante, al suscitar reflexiones e interrogantes que no son fáciles de responder. La figura de la fundadora, sor Inés Sisternes de Oblites, es realmente sorprendente, una de esas personalidades desbordantes de nuestro siglo XVII. Su vida es minuciosamente relatada. Alma mater de los conventos de Vila-real y Carcaixent, además del de Belén, su actividad pastoral y fundacional la vinculan noticias y biógrafos a revelaciones que recibe del Cielo, de Jesús, gracias a las cuales sabrá qué debe hacer y cuándo.
Evidentemente, si repasamos relatos hagiográficos, el caso de la madre Sisternes no es único. Pero si quiero llamar la atención de que, desde la aparición de los alumbrados, la Inquisición vigila atentamente toda esta clase de manifestaciones que impresionan la mentalidad popular y provocan el recelo de la jerarquía eclesiástica por lo que puedan tener de superchería o superstición. La figura y la conducta de la fundadora del convento de Nuestra Señora de Belén debían ser ejemplares en todos los sentidos, trascendiendo al público y gozando del beneplácito clerical.
Y ya que hablamos de la citada monja, esta fuente nos habla también de otras dominicas del cenobio, merced a que incluye Copia del Libro de difuntas del convento escrita por sor Vicenta del Espíritu Santo, profesa de esa comunidad. Son veintidós las defunciones anotadas, donde puede verse –como pauta general– el nombre religioso de la difunta, su nombre en el siglo –o sea, antes de profesar–, algunas referencias a su familia, cuando profesó, edad de su muerte y algunas de las circunstancias en que se produjo el óbito. En los primeros registros, las necrológicas son más bien breves. A medida que vamos penetrando en el Libro de difuntas , sin embargo, aumentan su contenido, ganando en extensión y complejidad. En cualquier caso, datos muy valiosos porque exceden el valor estrictamente religioso y suministran informaciones bastante variadas. Veamos unos ejemplos.
De sor Esperanza de San José (reseñada con el número II), nos dice:
[…] padeció por espacio de diez años una enfermedad de fuego del hígado, penosíssima, porque en las manos continuamente le corrían sangre y materia de las llagas y cortes que en ella tenía […] Quando murió, la mano que había padecido mal estava tan hermosa y transparente que era gozo mirarla.
Sobre sor Margarita del Rosario (IV), escribe que:
[…] para todo tenía habilidad y gracia. Era limpísima y muy amiga de lavar y que todo estuviese curioso y aseado. Era hortelana quando murió y tenía las manos rústicas y quemadas del sol; y después de muerta se le clareavan de blancas, suaves y hermosas.
En cuanto a sor María Micaela de la Purificación (IX) padeció
[…] con mucha paciencia ocho meses una llaga en un pie, muy penosa, y la enfermedad también lo era por no poderla dar remedio el médico por sus pocas fuerzas, la calentura maligna y destemplanza de estómago que padeció mucho.
Son noticias escuetas, aunque de indudable valor por mostrarnos cómo se vive la muerte en el claustro y por los cuadros clínicos que refiere.
Junto a estas breves necrológicas, encontramos otras más prolijas, como las de las madres María Ignacia de la Encarnación (X) o Victoria de San José (XI). Pero en lo que a extensión se refiere se llevan la palma las de sor Margarita de la Santísima Trinidad (XV) y sor María Magdalena de San Joseph (XVII). Estos casos –los más representativos, pero no los únicos– son bastante elocuentes, ya que presentan largas relaciones de sus virtudes, que las convierten en modelos dignos de imitación, siendo fácil advertir un tono moralizante; además, abundan noticias del entorno de la monja que incrementan sensiblemente los datos biográficos, hasta el punto de parecer hallarnos más ante una biografía que una necrológica.
Pero no nos quedemos solo con esto. La fuente que nos ocupa, rescatada del olvido por el Profesor Callado, es un libro de fundación y, por tanto, es un aspecto fundamental de su contenido y en su lectura encontramos pormenores interesantes y curiosos, de los que no nos resistimos a hacer una selección para motivar la curiosidad y el interés del lector. La redacción podríamos considerarla «providencialista», en el sentido de que todos los trances por los que pasa el convento, sean alegres o tristes, se aceptan para mayor gloria y honra divinas. Y si hace un momento hablábamos de necrológicas, veamos el relato sobre las circunstancias en que se producen algunos óbitos:
Este trienio [1696-1699] fue muy calamitoso y penoso, que hubo mucho que ofrecer al Señor. Sea bendito por eternidades sin fin. Todos los tres años huvo continuamente enfermas, y a tiempo cinco y seis camas, y semanas huvo de nueve camas. Muriéndose cuatro religiosas […]. Con estas muertes y enfermedades continuas y pocas conveniencias del convento, se passó lo que un solo Dios sabe. Bendito sea para siempre jamás. Amén.
En sus páginas aparecen todas las vicisitudes de la vida conventual. Aquellas que inciden positivamente en la comunidad, como las que anuncian ayudas y favores:
Con estas buenas nuevas, me llamó el padre confesor para que diesse las gracias a todos aquellos señores que tan liberales y con tan cariñoso afecto havían discurrido altamente en beneficiarnos y favorecernos con tanta caridad y benevolencia y magnanimidad […] fuí allí a cumplir con mi obligación y rendirles las debidas gracias de parte de toda esta comunidad y mía. Y los hallé a todos muy alegres y gustosos de favorecernos.
Tampoco faltan las que refieren dificultades económicas que endurecen la existencia de las monjas, como la que sigue:
[…] con tantos altos y bajos como sucedían, yo me hallava sin un dinero, ni en todo este tiempo […] no pude cobrar de las rentas del convento ni un dinero, ni podía hallar quien me prestase ni con prendas. Escriví a innumerables personas de Valencia que lo podían hazer, y todos se escusavan sin socorrerme ni aliviarme […].
Sin embargo, el relato adquiere su mayor intensidad –por lo menos, a mí me lo parece– cuando describe los difíciles momentos que vivió el convento al responsabilizarlo la opinión generalizada de las muertes que se estaban produciendo:
Con estos y otros innumerables ultrajes motejavan el convento con tanta certeza como si fuera Evangelio; y con tanto desprecio y odio que no había alma criada que se acercara al torno a pedir una gota de agua. Ni un punto de labor trahían porque no se les pegasse el mal. Porque los que se morían en la ciudad dezían, era de la ropa que se avía cosido o bordado aquí. Con que no avía otra conversación en calles, esquinas, plazas, estrados y casas, sino murmuraciones e injurias de este despreciado y pobre albergue de Belén.
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