(1) La que entiende el paisaje como factor de calidad , como recurso turístico fundamental, que debe ser valorado y gestionado con prudencia, de manera que el turismo no lo devore y transforme, sino que lo incorpore en su estrategia como parte fundamental de la calidad del destino.
(2) La que considera el paisaje como inspirador de nuevos productos , ocupándose prioritariamente de los paisajes generados por el turismo, analizando críticamente su estandarización y “espectacularización”, pero aportando también criterios para el diseño de nuevos destinos y productos, y para la “reinvención” y recualificación de paisajes obsoletos y de baja calidad, especialmente en destinos litorales maduros y masificados.
Al margen del papel del paisaje como recurso turístico –el primero de los enfoques sobre las relaciones entre turismo y paisaje–, el uso del paisaje por el turismo –y por tanto, la creación de un “nuevo” paisaje turístico– se realiza en la práctica, de tres maneras distintas (Antón Clavé, 2011):
(1) En unos casos, subordinando la actividad turística a la función principal de espacio, de manera que el turismo tenga la menor repercusión posible sobre el propio paisaje, tal y como ocurre, por ejemplo, en los productos que implican actividades en espacios naturales protegidos.
(2) En otros, incorporando de manera complementaria una nueva función –la turística y/o recreativa– que afecta, mediatiza y puede llegar a condicionar la función principal del espacio (por ejemplo, en áreas rurales y urbanas de interés, con intensa frecuentación turística y/o recreativa); el paisaje visto y contemplado por los visitantes puede llegar a estar total o parcialmente desvinculado de la vida cotidiana de los residentes y los actores locales.
(3) O bien, transformando el espacio y creando un paisaje radicalmente diferente al preexistente a través del desarrollo de una nueva función productiva que pasa a ser dominante.
El desarrollo turístico genera con frecuencia, según Zukin (1998), procesos de desterritorialización cuando los lugares replican experiencias similares con el objetivo de capturar una parte del mercado para un producto estandarizado. “Obvia decir que la desterritorialización (desdiferenciación, desmemorización, descontextualización) del paisaje afecta a las comunidades locales, a los precios de los productos que en él se producen y consumen, y a la especialización del mercado laboral. Genera, además, conflictos de identidad” (Antón Clavé, 2011). Consecuencia directa de la estandarización, entendida como un proceso de réplica global de componentes y composiciones paisajísticas orientadas al consumo de una imagen, es la espectacularización del paisaje para hacerlo pretendidamente más atractivo y, sobre todo, de consumo más simple y masivo. La denominada espectacularización implica “la transformación del paisaje en un objeto especializado y orientado a públicos específicos que es gestionado, comercializado y consumido a través del “estar” pasivo, el “contemplar”, el “disfrutar” y el “sentir” de sus visitantes (ya sean playas, espacios naturales en los que se indica el mejor lugar para tomar las fotografías, cascos históricos, estaciones de montaña, centros comerciales o parques temáticos)” (Antón Clavé, 2011).
Frente a la estandarización y la espectacularización pasiva, con el correlato de insostenibilidad ambiental y de aculturación que tales procesos suelen implicar, la agenda de un turismo renovado y sostenible, integrado en el lugar, de mayor calidad y competitividad, entre otras razones por su propia singularidad, otorga al paisaje –a los paisajes diversos de los lugares– una función significativamente distinta, más respetuosa y más activa, más ligada también, en lo posible, a la vida cotidiana de los habitantes de los lugares, sobre todo cuando de trata de turismo en medios naturales y rurales, o junto a comunidades con modos de vida distintos de los que introduce la nueva actividad turística. Así lo recoge ya la Carta Mundial del Turismo Sostenible (OMT, 1995) y el Código Ético Mundial para el Turismo (ONU, 1999-2002). Estos criterios han inspirado la Agenda Europea por un Turismo Sostenible y Competitivo (CCEE, 2007) y el reciente Plan de Turismo Español Horizonte 2020 (Cañizares, 2013). En definitiva, abogamos por una estrategia turística integrada en el proceso de capital territorial de primer orden, garantizando su salvaguarda y promoción; pero, al mismo tiempo, debe establecer los criterios de integración en el paisaje de los proyectos, de modo que estos contribuyan a realzar el carácter y los valores del paisaje con las mejores decisiones en cuanto a emplazamiento, accesibilidad, gestión de los recursos, y calidad arquitectónica de los edificios, infraestructuras y zonas verdes.
Dicha estrategia turística integrada en el desarrollo territorial y respetuosa con el carácter de los diversos paisajes debería seguir unas determinadas pautas que facilitaran la relación sustentable entre turismo y paisaje. Nos referimos a una serie de acciones estratégicas que persiguen la competitividad, la calidad y la sostenibilidad del turismo, teniendo como referencia el carácter, las singularidades e identidad del territorio (Mata, 2012):
A) Mayor protagonismo del paisaje. El diseño de nuevos destinos o la recualificación y mejora de los ya existentes debe conceder a los factores ambientales, tanto naturales como culturales, y al paisaje que los sintetiza ante la mirada y la vivencia del turista, un papel cada vez más importante.
B) Diferenciación de los destinos turísticos. Los valores patrimoniales territoriales y, específicamente, el paisaje contribuyen, una vez convertidos en recursos por la actividad turística, a definir y diferenciar el destino, y a cualificarlo, frente a procesos muy extendidos de banalización y artificialización que finalmente restan competitividad e ingresos, al tiempo que generan elevados costes de gestión para las administraciones públicas y los particulares.
C) “Glocalización” en la gestión de los paisajes. En un contexto de globalización y muy alta competencia territorial, los factores asociados a la autenticidad, integridad y carácter de los paisajes, incluidos en ellos los modos de vida locales, son factores muy importantes de competitividad, sin perjuicio de la calidad requerida para los equipamientos y servicios complementarios, y de la innovación en la canalización de flujos de información y conocimiento.
D) Protagonismo del carácter y la identidad de los lugares. En las estrategias de turismo innovadoras, competitivas y sustentables, los paisajes no deberían ser sólo escenarios espectaculares para la contemplación pasiva, sino la expresión del carácter y la identidad de los lugares, de manera que puedan establecerse fórmulas de interacción entre visitantes y poblaciones locales, especialmente en el caso de iniciativas ligadas a paisajes y modos de vida rurales.
E) La reivindicación de un relato basado en la historia. El paisaje puede y debe explicar la memoria y el presente de un territorio, y es precisamente esa capacidad de contar una historia y de interactuar con la sociedad y el territorio que se visita lo que propicia una experiencia turística al tiempo más placentera y civilizadora, tanto para los visitantes como para los residentes. Este planteamiento quizás no tenga cabida en destinos turísticos masivos y en aquellos que han suplantado radicalmente el substrato eco-cultural del espacio sobre el que se asientan; pero sí que lo tiene para territorios y estrategias turísticas como la valenciana, con una base paisajística de gran fuerza expresiva y autenticidad en amplias áreas de su espacio geográfico.
F) Los sistemas de paisajes asentados en regiones turísticas. Los paisajes de un territorio, integrados e interpretados en red, no como la mera suma de lugares o hitos, contribuyen a sustentar una oferta turística diversa, complementaria y proactiva con procesos de desarrollo territorial equilibrados, sostenibles y con capacidad de llegar a muchos puntos del territorio. En ese sentido, resulta conveniente generar y fortalecer “regiones turísticas”, frente a destinos singulares y muy localizados, a partir de áreas de características más o menos homogéneas y con identidad propias, que normalmente se dibujan en una escala subregional y para las que el paisaje es un ingrediente relevante (Lozato-Giotart, 1990).
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