Luisa Zaragozá, más conocida como Luisa de Carlet, vivió gran parte de su vida en este pueblo. Se casó con un agricultor y ambos disponían de bienes suficientes para vivir. Tras enviudar, ella misma se hizo cargo de las propiedades familiares, de las que pudo vivir sin problemas el resto de su vida. Incluso cuando se trasladó a Valencia vivió hasta su muerte en una casa de su propiedad donde, además, era asistida por otras mujeres.
En la normativa de las órdenes religiosas sobre las beatas se estipulaba como condición necesaria para ser admitidas el que las mujeres trabajaran, es decir, que pudieran vivir de forma independiente. Este fue un requisito que generalmente se cumplió, por lo que hay que desechar la idea de que las beatas eran mujeres ociosas. Otra cuestión diferente es el tiempo que trabajaron y si muchas de ellas pudieron mantenerse siempre de su trabajo. En este sentido, algunas beatas, dada la longevidad de sus vidas, a partir de una edad determinada ya no pudieron trabajar y tuvieron que recurrir a todo tipo de ayudas como las limosnas de bienhechores, pedir comida al convento de su orden, limosnear en la calle, recibir limosnas que le enviaba la gente que les era devota, etc. Asimismo, hubo mujeres beatas que, por sus achaques o por enfermedades, no pudieron trabajar y necesitaron la ayuda asistencial que les podían prestar otras mujeres o los frailes de los conventos. Pero también las hubo que, habiendo trabajado en su juventud, dada la fama de espirituales que consiguieron, se dedicaron el resto de su vida a vivir de las ayudas que recibían, sin preocuparse de su sustento.
Margarita Agulló nació en Xàtiva en el seno de una familia humilde y vivió allí algunos años. Ella y su madre se sustentaban de las labores que hacía la beata: «punto de randa, y otras labores muy curiosas». En Xàtiva, iba a veces al convento de San Francisco a pedirle al portero del convento que le diera de limosna algunos mendrugos. Después, llena de gozo se arrobaba. Vuelta en sí, se iba a su casa a comérselos. Muerta su madre, se trasladó a Valencia y vistió el hábito de beata residiendo en el beaterio que los franciscanos tenían en la calle Renglons, donde ya residía una hermana suya. Sus compañeras se sustentaban de la «limosna de que cobravan de la hazienda que ella labrava, sin entremeterse la pobre donzella en pedir precio alguno por su trabajo». Pero dada la fama de mujer espiritual que consiguió, el arzobispo de Valencia Juan de Ribera le habilitó una casa de su propiedad y se encargó de su sustento el resto de su vida. Incluso cuando padeció persecuciones por las manifestaciones singulares de su espiritualidad el arzobispo Ribera la trasladó un tiempo fuera de Valencia y vivió también a sus expensas. 11
Francisca Llopis, quizás la beata valenciana más conocida, nació en Alcoy y muy joven se trasladó con su familia a Valencia. En ese tiempo ayudaba a su madre en las tareas de la casa, pero no hay constancia de que trabajara nunca para ganarse su sustento. Favorecida por la fama conseguida por su hijo espiritual, Francisco Jerónimo Simón, pudo vivir de las ayudas de los demás. Después profesó como beata franciscana y el prestigio que alcanzó de mujer espiritual no hizo necesario que trabajara. Murió cuando contaba ochenta años y en los últimos años de su vida otras beatas se encargaron de atenderla.
El origen social de las beatas, como hemos visto, era diverso. Había beatas que residían en pueblos pequeños y otras en las ciudades. Las había que eran pobres y otras que disponían de bienes y rentas suficientes para poder vivir sin agobios. Las que por su pobreza no tenían recursos propios tuvieron que ganarse su sustento trabajando con sus manos, en labores asistenciales, de criadas, etc. No fueron mujeres ociosas. Solamente aquellas beatas pobres que por su edad o por sus enfermedades no pudieron trabajar se vieron forzadas a recurrir a las ayudas de los frailes o a las limosnas de personajes que recurrían a ellas no de modo desinteresado, sino con la esperanza de que ellas, mujeres espirituales con fama de santidad, actuaran como medianeras ante la divinidad, para peticiones de todo tipo como sanaciones, averiguaciones de futuros inciertos, posibles matrimonios, peligros en los viajes a emprender, etc.
Fray Antonio Arbiol, en sus Desengaños místicos , se refería a todos estos casos y recogía, criticándolos, los rasgos básicos de un modelo de relaciones que se establecía entre las beatas y todo el universo de personajes que veía en ellas a mujeres excepcionales, mujeres santas, a las que se ayudaba o pagaba para que adivinaran hechos que podían suceder o aconsejaran sobre lo que debían hacer en determinados aspectos de sus vidas. De ello se hizo eco hace algunos años J. Caro Baroja y vale la pena recordarlo. 12
En un principio, fray Antonio aludía a las personas espirituales que, haciendo de la virtud su oficio, se dedicaban a vivir sin trabajar, «porque no teniendo bienes temporales, ni rentas ni heredades propias, en echándose a parecer santas nada las falta, todo les sobra, menos la virtud, y así viven sin trabajar con poca edificación de las personas de sano y entero juicio…». Viven «a cuenta de la nimia piedad o simplicidad de otras, que piensan salvarse con obras y oraciones agenas», fiándose de los «sueños y revelaciones de las beatas, a quien de muy buena voluntad socorren y sustentan». 13 Vemos, pues, que la neutralidad de la referencia al principio a personas espirituales, sin identificación de género, se transforma de inmediato en una diferenciación sexuada, porque, fray Antonio no se refiere ni a santeros ni a beatos, que también proliferaban en exceso en la época, sino que alude en exclusividad a las beatas. Pero en el ejemplo que nos ocupa el franciscano cargaba las culpas por igual en las beatas y también en los hombres espirituales, pero se detenía sobre todo en las mujeres, «porque son más frágiles, y expuestas a mayores peligros», y porque «son más repetidos los exemplares de sus engaños». 14 Y traía a colación el ejemplo de una mujer «discreta», que, al ver cómo salía penitenciada por la Inquisición una beata acusada de embustera, dijo:
repárese que todas las mugeres que quieren engañar al mundo, fingiéndose santas, son de baxa esfera y de gente plebeya, y rarísima señora noble y de buena sangre ha caído en la vileza de semejantes hipocresías. Preguntaronle la razón, y ella dixo: toda criatura naturalmente desea conveniencia y estimación: los hombres tienen muchos caminos para conseguirlas, porque unos se hacen célebres por armas, otros por las ciencias, y otros por la santidad.
Las mugeres, de nuestra misma cosecha somos vanas y amigas de que nos alaben: las que nacen ricas y nobles como ya tienen en el mundo conveniencia y estimación, no las buscan con invenciones; pero las mugeres pobres, ordinarias y comunes, como ven que en teniéndolas por virtuosas y santas, todos las alaban, y las dan quanto han menester para la conveniencia de su vida, las engaña fácilmente por este camino el demonio, y por eso salen tantas ilusas y embusteras de las mugeres comunes, más que de las ricas y nobles. 15
A fray Antonio le pareció bien el juicio de esta mujer, pero pensaba que era conveniente añadir alguna cosa más, pues, a su entender, la existencia de tantas mujeres «engañadas y engañadoras» venía motivado porque las señoras ricas ponían a las beatas en un aprieto cuando pretendían saber de ellas «por divina revelación lo que no las importa». Y añadía:
¿Con qué juicio ni con qué conciencia ponen a la pobre beata en ocasión de que las diga, si el marido se salvó o condenó; o si parirán hijo o hija; si están en gracia o en pecado, y otros desvaríos semejantes, y aun otras simplicidades más ridículas, sabiendo, que la desventurada beata no puede saber esas cosas, sino revelándoselas Dios, o engañándola el demonio, o fingiéndose ella lo que ha de responder, para complacer a la señora temerariamente curiosa? 16
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