El que se argumentara que España debía expandir su territorio y asumir la misión civilizadora haciendo de Marruecos una colonia española era querer integrar a España en el proyecto moderno colonial y ubicar al país, que todavía estaba en los albores del desarrollo capitalista, dentro del concierto de naciones imperiales, a la vez que en el discurso colonial moderno. Es decir, ser un imperio que colonizaba era estar en la modernidad -por lo menos discursivamente- y, por lo tanto, era ser equiparable a las dos potencias imperiales modernas que, a diferencia de España, no dudaban en conquistar y colonizar nuevos territorios. Pero, como bien sabemos, la modernidad inglesa y la francesa no eran meramente discursivas, sino que estaban inscritas dentro de una formación económica capitalista que estaba a su vez inextricablemente ligada a la formación social burguesa. Curiosamente, es uno de los diarios gubernamentales, La Época , el que subraya la ironía del impulso colonialista modernizador de los progresistas y demócratas cuando les apunta que:
Los que os entusiasmáis desde lejos con llevar el magnífico estandarte de la civilización y del progreso a Tetuán [...], los que ponéis el grito en el cielo cuan do se os dice que su conservación sería una calamidad y casi decís que es una infamia abandonarla [...] porque ha recibido el bautismo del progreso, porque se ha empezado a construir un ferrocarril de sangre, que una la rada con el pueblo marroquí [...] pensad, por Dios, que vuestra aldea, que el pueblo que os vió nacer, no tiene un mal camino para comunicar con la capital de su provincia. 57
El Gobierno de O’Donnell ganó la polémica acerca de la colonización de África cuando firmó el tratado de paz con el reino de Marruecos el 26 de abril de 1860. Por el momento quedaría zanjado el importante debate sobre el colonialismo y la modernidad, que se volvería a abrir unos pocos años después, cuando el propio Gobierno de O’Donnell emprendió una serie de expediciones bélicas en el continente americano con la intención de recuperar parte del antiguo imperio español. España invadiría México junto con su aliada Francia, con el general Prim al mando de las tropas españolas (1861-1862), anexionaría Santo Domingo (1861) y, finalmente, desencadenaría la Guerra del Pacífico al declararles la guerra a Chile y Perú (1863-1866), contienda que perdería a pesar de que en ella se desplegó la Escuadra del Pacífico, cuyo buque insignia era el moderno acorazado Numancia . Habría que añadir que esta vocación colonialista no se ceñiría al continente americano en tanto que, una vez más, junto con Francia mandaría expediciones a Conchinchina (1858-1863). Si bien la futura política colonial expansionista de O’Donnell no sería acogida con el mismo fervor patriótico y patriotero en los ámbitos políticos y culturales como lo había sido la guerra de África, no por ello desapareció del imaginario español la conciencia imperial que había sustentado la contienda africana. De hecho, no sería hasta la definitiva pérdida de las colonias ultramarinas en 1898 cuando empezaría a resquebrajarse la imagen imperial que tenían algunos sectores de la sociedad española de sí mismos.
1Emilio Castelar: Crónica de la Guerra de Africa , Madrid, 1859, p. 43.
2Victor Balaguer: Jornadas de gloria o los españoles en Africa, Madrid, 1860, p. 9.
3Ibíd., p. 7.
4EvaristoVentosa: Historia de la Guerra de Africa , Barcelona, 1860, pp. 1140-41. Véase el análisis que hace Albert García Balañà acerca del apoyo que brindaron los demócratas y progresistas a la guerra y las complejas razones que llevaron a que Fernando Garrido la apoyara. Albert García Balañà: «Patria, plebe y política en la España isabelina: la guerra de África en Cataluña (1859-1860)», en Eloy Martín Corrales (ed): Marruecos y el colonialismo español (1859-1912). De la guerra de Africa a la «penetración pacífica» , Bellaterra, 2002, pp. 13-77.
5Diego Segura: ¡Españoles A Marruecos! , Madrid, 1859, p. 36.
6José María Jover Zamora: Historia de España Menéndez Pidal: La era isabelina y el sexenio democrático (1834-1874) , dirigida por J. M. Jover Zamora, vol. 34, Madrid, 1991, pp. XCII-CLX.
7José Álvarez Junco: «El nacionalismo español como mito movilizador. Cuatro Guerras», en Rafael Cruz y Manuel Pérez Ledesma (eds.): Cultura y movilización en la España contemporánea , Madrid, 1997, p. 47. Véase por el mismo autor «La nación en duda», en Juan Pan-Montojo (coord): Más se perdió en Cuba: España, 1898 y la crisis de fin de siglo , Madrid, 1998, pp. 405-475.
8José Álvarez Junco: «El nacionalismo español como mito movilizador. Cuatro Guerras», en Rafael Cruz y Manuel Pérez Ledesma (eds.): Cultura y movilización en la España contemporánea , p. 48.
9M. C. Lécuyer y Carlos Serrano: La guerre d’Afrique et ses répercussions en Espagne (1859-1904) , París, 1976, p. 8. Todas las traducciones de este texto son mías, ya que este importante libro no se ha publicado en español.
10Ibíd., p. 34.
11Ibíd., p. 115-117.
12Ibíd., p. 116.
13Ibíd., p. 63.
14Ibíd., p. 55.
15Ibíd., p. 50.
16Miguel del Rey: La guerra de África 1859-1860 , Madrid, 2001, p. 27.
17Ibíd., p. 29.
18En un espléndido artículo Carlos Serrano ha demostrado que no existe lo que llama «literatura del Desastre»: «Conciencia de la crisis, conciencias en crisis», en Juan Pan- Montojo (coord.): Más se perdió en Cuba: España, 1898 y la crisis de fin de siglo , Madrid, 1998, p. 335. Véase también Alda Blanco: «El fin del imperio español y la generación del 98: Nuevas aproximaciones», Hispanic Research Journal 4, 2003, pp. 3-17, en que exploro la ausencia de aflicción o duelo por la pérdida de las colonias americanas continentales en la producción literaria canónica del siglo XIX.
19Véase Nil Santiáñez: «De la tropa al tropo: Colonialismo, escritura de guerra y enunciación metafórica en Diarios de un testigo de la guerra de África», Hispanic Review , invierno de 2008, pp. 71-93.
20Albert García Balañá: «Patria, plebe y política en la España isabelina: la guerra de África en Cataluña (1859-1860)», en Eloy Martín Corrales (ed): Marruecos y el colonialismo español , p. 19.
21Fernán Caballero: Deudas pagadas , en Obras completas , vol. 8, Madrid, 1907, pp. 327-424, especialmente p. 327.
22Véase Nil Santiáñez: «De la tropa al tropo: Colonialismo, escritura de guerra y enunciación metafórica en Diarios de un testigo de la guerra de África », Hispanic Review , invierno de 2008, pp. 71-93.
23En Marvin Carlson: Performance: A Critical Introduction , Londres y Nueva York, 1996, p. 196.
24El término performative , utilizado por J. L. Austin en su teoría del lenguaje, por lo general se traduce al español como «realizativo». Austin postula que ciertos «actos de habla» (speech acts) «hacen cosas». Véase How To Do Things with Words , Cambridge, 1975.
Si bien en los estudios lingüísticos siempre se traduce performative como «realizativo», no ocurre lo mismo en los estudios relacionados con el teatro, en los que performance y performative se traducen como «la performance» y «performativo». El que se hayan incorporado estos neologismos al lenguaje crítico literario y cultural probablemente se debe al problema de traducir performance como «representación», ya que en el discurso crítico literario el vocablo representación es un término íntimamente asociado con la estética y la semiótica, y no solamente con el teatro. He optado en este libro, por lo tanto, por mantener los neologismos performance y performativo.
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