.
© Felipe Portocarrero Suárez, Felipe Portocarrero O’Phelan y Paola Huaco Jara, 2018
De esta edición:
© Universidad del Pacífico
Av. Salaverry 2020
Lima 11, Perú
DILEMAS DE LA EDUCACIÓN UNIVERSITARIA DEL SIGLO XXI
Felipe Portocarrero Suárez, Felipe Portocarrero O’Phelan y Paola Huaco Jara
1.ª edición: setiembre 2018
Diseño de la carátula: Icono Comunicadores
Tiraje: 800 ejemplares
ISBN: XXXXX
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2018-XXXXX
BUP
Portocarrero S., Felipe
Dilemas de la educación universitaria del siglo XXI / Felipe Portocarrero Suárez, Felipe Portocarrero O’Phelan, Paola Huaco Jara. -- 1a edición. -- Lima : Universidad del Pacífico, 2018.
216 p.
1. Educación superior -- Siglo XXI
2. Enseñanza universitaria
3. Educación humanística
4. Educación y globalización
I. Portocarrero O’Phelan, Felipe.
II. Huaco Jara, Paola.
III. Universidad del Pacífico (Lima)
378
Miembro de la Asociación Peruana de Editoriales Universitarias y de Escuelas Superiores (Apesu) y miembro de la Asociación de Editoriales Universitarias de América Latina y el Caribe (Eulac).
La Universidad del Pacífico no se solidariza necesariamente con el contenido de los trabajos que publica. Prohibida la reproducción total o parcial de este texto por cualquier medio sin permiso de la Universidad del Pacífico.
Derechos reservados conforme a Ley
A la memoria de Juan Fernando Vega
El objetivo de la universidad, tal como la hemos conocido, utilizado y amado en los Estados Unidos, no es la obtención de un título […] sino la vida intelectual y espiritual. La vida y la disciplina de dicha universidad consisten en un proceso preparatorio, no en uno informativo. Por vida espiritual e intelectual me refiero a aquella que nos permite comprender y hacer un uso apropiado del mundo moderno y de todas sus oportunidades. El objetivo de la enseñanza liberal no es el aprendizaje, sino la disciplina y la ilustración de la mente. El hombre educado es reconocible por sus puntos de vista, por su temperamento, su actitud ante la vida y su modo justo de pensar. Puede ver, discriminar y combinar ideas, y percibir adónde conducen; posee perspicacia y comprensión. Su mente es un entrenado instrumento de apreciación. Se trata de un hombre propenso a arrojar más luz que pasión a una discusión […]. Tiene un conocimiento del mundo que no posee quien solo conoce su propia generación o su propia tarea.
Woodrow Wilson, The Spirit of Learning, discurso público en la Universidad de Cambridge, 1 de julio de 1909
Introducción
No es una exageración señalar que la universidad se encuentra atravesando «tiempos difíciles», como reza el título de la célebre novela de Charles Dickens (2009 [1854]). Desde hace por lo menos tres décadas, las presiones provenientes de los gobiernos y de las fuerzas del mercado han vuelto más precarias la independencia institucional y la autonomía académica, de las que usualmente disfrutaron las organizaciones universitarias durante largas etapas de su dilatada trayectoria histórica. Nuevas y crecientes demandas han puesto en cuestión su razón de ser profunda, pese a que un consenso que ha ido en aumento reconoce en ellas a una institución esencial para el desarrollo de una sociedad y de una economía donde el conocimiento debe jugar un papel central en la promoción del bienestar. Los efectos de esta dinámica han traído como consecuencia un cuestionamiento y una nueva priorización de las materias educativas y de las disciplinas consideradas como relevantes para enfrentar los colosales desafíos contemporáneos y, desde luego, los de un futuro no muy lejano. Es claro que en el discernimiento de este asunto se pone en juego la legitimidad social, el prestigio intelectual y la autoridad moral de la universidad. Pero no está demás señalar que se trata de una compleja tensión que, lejos de ser exclusiva al caso peruano o a la región latinoamericana, tiene alcances mundiales.
Como consecuencia de esta tumultuosa nueva realidad, se ha producido confusión e inseguridad acerca de cómo y en dónde plantear los términos de la discusión. De hecho, la educación superior se ha convertido en un campo de batalla entre posiciones enfrentadas, militancias radicales y narrativas contrapuestas (Portocarrero, 2017). Uno en el que la discusión acerca de los valores y propósitos de la universidad ha sido un tema recurrente que ha dado origen a interminables debates cuyos argumentos pocas veces han hallado puntos de encuentro sobre ciertos objetivos comunes. Esta polarización ha hecho cuesta arriba el camino para obtener consensos mínimos que aproximen las posiciones extremas (Collini, 2012). Una breve taxonomía de esas tensiones ha sido examinada en otro lugar (Portocarrero, 2017), pero lo esencial de esa controversia puede ser resumido de la manera siguiente. Para algunos, esta época está siendo testigo de la muerte lenta de la universidad (Eagleton, 2015): la mercantilización de su vida intelectual, la burocratización cada vez más jerarquizada de su estilo de gestión, la progresiva privatización de la educación superior en desmedro de la pública, la pérdida de la capacidad de autogobernarse democráticamente, la declinación del ethos colegiado para tomar decisiones institucionales, el explosivo crecimiento de los colaboradores administrativos, el excesivo productivismo académico de los investigadores y la paralela declinación en el prestigio de la actividad docente, entre otras evidencias, constituyen el testimonio más elocuente de esta sensación generalizada que ha transformado la universidad en un lugar poco agradable y estimulante para desarrollar un trabajo académico concentrado. De hecho, los más severos críticos consideran que ha extraviado ese «honorable linaje» que la convertía en un espacio privilegiado de las sociedades modernas para someter toda ideología a un riguroso escrutinio intelectual (Collini, 2017, 2012; Readings, 1996; Belfiore & Upchurch, 2013).
En la otra orilla se encuentran quienes sostienen que, contrariamente a lo que defienden sus detractores, el lucro y la competencia entre las universidades por la «excelencia académica» conducirán a un uso social óptimo de los recursos públicos disponibles –que siempre son escasos frente a las crecientes necesidades–, pues la oferta tenderá a ajustarse a una demanda cada vez más diversa, exigente y sofisticada, proveniente de estudiantes que actúan como si fueran consumidores operando frente a un commodity más, exactamente igual a como lo harían en cualquier otro mercado. Desde esta perspectiva, que no sin una cierta arrogancia reclama hablar en nombre de la realidad y de las urgencias del mercado laboral, la función central de la universidad se transforma en la de entrenar a los estudiantes –que pasan a ser considerados como consumidores– en carreras altamente demandadas que atiendan las necesidades de una economía que se diversifica y especializa. Como contrapartida al esfuerzo desplegado, las credenciales académicas logradas por estos profesionales les permitirán obtener altas tasas de retorno no solo privadas sino también sociales (Salmi, 2009; Mazzarotto, 2007). Esta manera de entender la universidad olvida que la educación superior es portadora de valores cívicos y republicanos que representan una suerte de conciencia nacional difícilmente reducible a valores instrumentales y fines prácticos (Collini, 2017).
Читать дальше