El pueblo se mueve más por el sentimiento que por las ideas, por el espíritu tradicional que por lucubraciones filosóficas. En vano sería decirle que la guerra contra el moro tiene hoy distinto carácter del que le dieron nuestros padres: lleno su corazón de fe y entusiasmo, y su memoria de narraciones trasmitidas de generación en generación, de siglo en siglo, nuestros mayores, dice, lidiaron con los moros para defender la religión de Jesucristo, y los hijos no han de ser menos que sus padres. 45
Pero justo antes del espectacular final que hemos descrito más arriba, el párroco, que también ha marchado a África -aunque no sabemos muy bien qué pinta ahí- proclama:
Lo que lleva no es rencor; Respondiendo á los ultrajes Lleva solo á los salvajes Poder civilizador. 46
Y si existe alguna duda para los espectadores de lo que significa el concepto «civilización», Gonzalo lo esclarece:
Que a ella [España] sola pertenece Este problema magnífico
De llevar al africano
Las luces de nuestro siglo. 47
«Luces de nuestro siglo»: el aristócrata Gonzalo remite nada menos que a la noción del siglo de las luces.
Después del espectáculo del enarbolamiento del pabellón se cierra la obra con el parlamento de Estrella, personaje principal femenino, que casi me atrevería a interpretar como la simbolización de España, si no estuviera tan confusamente construido:
Soldados, hoy como buenos, Y como siempre leales,
Os hicisteis inmortales Venciendo á los agarenos: Decidles de gloria llenos,
Que nuestra grande nación
Ni obró por obcecación Ni un instinto temerario...
Es el triunfo necesario
De la civilización. 48
Vemos, pues, en estos textos una versión de la guerra de África que no es meramente la del desagravio, sino que en su proyecto bélico está inscrita la idea de llevar a Marruecos la civilización, que no ha de entenderse aquí solo como voluntad de evangelizar, como en su día había sido el proyecto de conquistar y colonizar América y Filipinas. Más bien, civilizar en estos textos significa llevar a África el progreso y la libertad. En resumidas cuentas, la modernidad.
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El orientalismo, nos recuerda Edward Said, es una manera de ver, entender e interpretar el «Oriente», que, fundamentado en el «conocimiento» que se produjo y circuló en Europa acerca de esta parte del mundo, sirvió de acompañante ideológico al poder colonial. 49Como discurso el orientalismo no solamente funciona a modo de «representación» del «Oriente», incluyendo su topografía, geografía, historia y sus poblaciones, sino que también elabora conocimiento acerca de él. El orientalismo da forma a nuestras tres obras en tanto que presentan una perspectiva orientalista de Marruecos a la vez que producen un conocimiento -por muy burdo y simplista que resulte- que sirve, más allá del desagravio, para justificar y legitimar la incursión española en territorio marroquí.
La visión orientalista de estas obras se plasma en la decoración de los cuadros escénicos, que enmarcan la actuación de los personajes musulmanes, en la manera en que estos se representan y en su forma de hablar, elementos todos que funcionan para reforzar los estereotipos que para mediados del siglo XIX estaban ya firmemente arraigados en el imaginario europeo. Así, por ejemplo, en ¡Españoles, A Marruecos! los personajes árabes viven en lujosas tiendas de campaña, se reclinan sobre «suntuoso[s] divan[es]», se rodean de esclavos negros que les sirven opíparas comidas, comen exóticos manjares confeccionados con «pechuga de [...] gacela» y «pierna de dromedario» y fuman tabaco en pipa. 50Son también truculentos, cobardes, ladrones, traicioneros y guerreros insidiosos, ya que no parecen atenerse a las reglas de la guerra «civilizada» en tanto que, irónicamente, practican una forma de lucha atribuida a los españoles, la guerra de guerrilla. Y por si esto fuera poco, sus mujeres sistemáticamente se enamoran de los españoles traicionando por amor a su pueblo y convirtiéndose al cristianismo con una facilidad asombrosa. Incluso una de ellas, Zoraida, en ¡Españoles, A Marruecos !, después de haberse convertido y adoptado el nom bre de María de la Concepción, marcha a Sevilla acompañada de una Hermana de la Caridad española para curar a enfermos y soldados españoles heridos en la guerra en un hospital de esta orden. 51
Orientalista es, también, la representación del islam que encontramos en estas obras, que se representa como herejía y, a veces incluso, como superstición. En El pabellón español en Africa , en un diálogo entre Muléy y Asán, servidores de Bey, el primero le explica al segundo las razones por las cuales les está yendo tan mal a los marroquíes en la guerra: «Alguna hada trabaja contra nosotros». A lo cual Asán le contesta:
¡Sí Muléy! porque en medio de las Kábilas ha aparecido una hermosa odaliska [sic] que ha descifrado los enigmas mas recónditos del libro de versos [...] ha explicado así [...] como si no fuera nada [...] los arcanos de la suerte futura. Su belleza arrastra tras de sí á cuantos la ven [...] Ay ¡celebrado Asán! [...] ¡fuertes rigores vá á derramar el hado sobre nuestra tierra! 52
A pesar de que no se puede obviar que el islam es una de las «religiones del libro», aquí se transforma en superstición en tanto que remite al Corán para demostrar que la violencia y la crueldad, atributos estereotípicos conferidos a los musulmanes en estos textos, están inscritas en este texto fundacional. Por lo tanto, no nos sorprende oír a Muléy explicarle a Asán: «Todo prisionero será degollado: el que niegue será puesto al tormento: eso sí; porque dice el libro del Korán [sic]: “No quieras tener contigo impunemente la lepra de tus enemigos”». 53No hace falta hacer hincapié aquí en que los personajes españoles en estas obras se representan como valientes, nobles, honestos, leales y como los portadores de una religión justa y compasiva que no tortura ni pasa por las armas a los prisioneros enemigos.
El habla de los personajes árabes, aunque es diferente en todas las obras, siempre tiene un toque exótico. Si bien Ziquiceca, el personaje cómico árabe femenino en Los moros del Riff , habla con una extraña sintaxis y con el infinitivo (como los indios en las películas de vaqueros norteamericanas de los años cincuenta), Zoraida en ¡Españoles, A Marruecos! habla en el exótico lenguaje del amor oriental orientalizado. Le proclama así su amor a Isidro Rodríguez:
¿Te vas? Óyeme un momento, solo un momento. Yo te amo, porque en tus ojos brilla el sol de mi patria, en tu frente brilla la luna de mi cielo, en tu cuerpo miro la palmera de mis bosques. Ven, ven; ó yo te seguiré besando la arena que pise tu planta, bebiendo el aire que sacuda tu cuerpo. Cristiano, mírame á la luz de esa luna: dicen que soy hermosa; dicen que mis ojos queman corazones. Soy la hija de Beni-Omar. Pues bien [...] yo haré pedazos el Corán sagrado y abrazaré la Cruz de Jesucristo. ¡Oh! El aire ardiente de los desiertos ha tostado mi tez; pero tú me has abrasado el alma. 54
Para concluir, podría pues decirse que la guerra de África se convierte en un escenario en el cual se libra una singular batalla discursiva, en tanto que en él se enfrenta el emergente discurso de la modernidad con el aún dominante discurso aristocrático de la tradición, que todavía era lo suficientemente poderoso como para haber ganado el debate acerca de la colonización de Marruecos, que como hemos visto se originó al principiar la guerra. Al terminar la contienda se recrudece la polémica cuando el Gobierno español inmediatamente emprende la negociación de la paz con el reino marroquí, una paz que no incluye la colonización del Rif, como ya había anunciado el mismo O’Donnell al comienzo de la contienda. La desilusión del sector demócrata se palpa en la frase lapidaria con la cual comienza un artículo sobre las negociaciones de paz que publica el diario demócrata La Discusión: «Una guerra grande, una paz chica». 55El artículo argumenta que el Gobierno ha cometido el grave error de no haber hecho del Rif una colonia española porque «[q]ue nosotros no fuéramos a África a una guerra de premeditada conquista, no lo ponemos en duda; pero que empeñada la lucha [...] no esperase todo el mundo una estensión [sic] grande del terriorio [sic] para la España, eso es lo que no puede ocultarse a los partidarios de la paz». 56
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