Alda Blanco Arévalo - Cultura y conciencia imperial en la España del siglo XIX

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Cultura y conciencia imperial en la España del siglo XIX: краткое содержание, описание и аннотация

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Por medio de una exploración de diversas representaciones culturales que se llevaron a cabo en la segunda mitad del siglo XIX, este volumen muestra que en el imaginario de la España metropolitana de la época existía una identidad imperial que ha desaparecido casi por completo de la historiografía contemporánea. La autora analiza las huellas del imperio que se encuentran en la Exposición de las Islas Filipinas en Madrid (1887) y la conmemoración del IV Centenario del Descubrimiento de América (1892), entre otras representaciones del repertorio simbólico del imaginario nacional, y explora una serie de textos, objetos y prácticas culturales que ponen de manifiesto aquella conciencia imperial que, hasta bien entrado el siglo xx, estaba imbricada en la identidad de la nación a pesar de haber sufrido el imperio dos importantes descolonizaciones en 1824 y en 1898.

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Por su parte, y en general, los jóvenes se enlistan alegremente en el ejército y resultan ser, por supuesto, valientes soldados. La única excepción a esta norma es Tadeo, personaje de Los moros del Riff , que inicialmente se niega a ir a la guerra argumentando no solo que tiene un terrible dolor de muelas, sino que también su presencia es necesaria en el pueblo, que se ha despoblado de hombres. Además, como bien explica: «Pero, señor militar, / los moros, ¿qué mal me han hecho / para que vaya a buscarles, / y pelearme con ellos?». 37No obstante, a pesar de no sentirse perteneciente a la España agraviada, pronto se da cuenta de que por no ir se le tachará de cobarde y, lo que es peor, perderá a su novia, que ya ha partido hacia Marruecos para ejercer de cantinera. Finalmente, Tadeo sale hacia el Rif en busca de la guerra que le restaurará el honor perdido por su cobardía y se transforma en un valiente y honroso soldado. 38

Parece claro, pues, que tienen razón quienes han visto en aquella guerra un puro alarde de patriotismo. Sin embargo, aunque de forma bastante más compleja, también se representa en estas obras el tropo «civilizar», central en todo discurso colonialista, cuya piedra angular es, como bien sabemos, la convicción de que los pueblos y culturas no-europeos eran completa y esencialmente diferentes de los europeos. La diferencia estructuró este discurso en el cual la otredad significaba inferioridad. Según esta visión del mundo que articulaba el discurso colonialista, era la responsabilidad moral y humanitaria de los europeos implantar su superior «civilización» en todos aquellos lugares -y, por supuesto, en sus habitantes- que el conocimiento occidental clasificaba bajo la categoría de «salvaje», dada la raza, religión, comportamiento y forma de vida de sus indígenas. La llamada «misión civilizadora» no era solo el concepto que sustentaba el discurso colonialista, sino que además proveía a las naciones europeas del imperativo moral para expandirse por los territorios «no civilizados». A pesar de que O’Donnell había aclarado en su proclamación de guerra que el objetivo de esta no era la conquista de Marruecos, el hecho de que en algunas de las obras, como veremos, se inscribiera la idea de la misión civilizadora y que se representaran sus efectos positivos en los personajes revela que la conquista y la colonización de Marruecos estaban latentes en esta guerra de honor.

Para Emilio Castelar, por ejemplo, en su Crónica de la guerra de Africa (1859), no existe la menor duda de que España tiene una misión civilizadora que cumplir en África, en tanto que explicita contundentemente la necesidad de llevar a África la civilización: «Que el África necesita ser civilizada es apotegma» porque «[l]a civilización no puede estar solamente encerrada en Europa y en América». 39Ahora bien, habría que puntualizar que en el ideario colonialista la noción de civilización incluye elementos tan dispares como, por ejemplo, evangelizar a los «salvajes», establecer formas gubernamentales de corte democrático, implantar la educación occidental, abrir el comercio de los países «bárbaros» a Europa, construir sus ferrocarriles, reconstruir las ciudades según modelos europeos, instaurar nuevas formas de conocimiento y desmantelar prácticas de las culturales autóctonas percibidas como «salvajes».

Si los moderados, por lo general, junto a los que Ventosa llamaba «moji- gatócratas del neo-catolicismo», se ciñeron a la consigna de O’Donnell, entre sus filas se encontraban algunos que proponían que la guerra era una singular oportunidad para la evangelización de los marroquíes. Así, el diario moderado El León Español establece la conexión entre la guerra, la misión civilizadora moderna y la modernidad en España:

España tiene el deber sagrado de llevar la religión de Cristo a ese pueblo idólatra, nómada y salvaje. España tiene el deber de entregar a la civilización ese vasto y fértil territorio divorciado de todas las prosperidades y de todos los adelantos que el genio del hombre ha conquistado para sus hermanos. España tiene el deber de mirar su engrandecimiento, de crearse una vasta y rica colonia, que después de algunos años le tienda la mano para hacerla marchar al nivel de las más poderosas naciones. 40

«Religión de Cristo», «civilización», «prosperidades», «adelantos»... Si así la prensa moderada podía ir más allá del pensamiento declarado de O’Donnell, la versión liberal del significado posible de la guerra insistía en casar la ocasión con las nociones de la libertad política y comercial y con la del progreso material. De este modo, vemos que para Castelar, al igual que para la gran mayoría de los liberales, «civilizar» África significaba que «a uno y otro lado del Mediterráneo se extendiesen pueblos florecientes; que sus divinas nociones de libertad [de la civilización] se llevaran al seno de razas esclavizadas por su propia ignorancia; que el comercio tuviera más dilatados horizontes y perdiese muchas de sus trabas». 41Incluso Alarcón, testigo de la guerra, vincula el concepto de civilización con la modernidad tecnológica al notar con gran satisfacción los positivos efectos de la conquista española de Tetuán:

[M]e entusiasma ver que los españoles hemos traído a este caduco y estacionario imperio los más óptimos frutos de la civilización. Hoy rompe una nave de vapor las ondas perezosas del Gual-el-Gelú [...] y esa nave ostenta el pabellón amarillo y rojo. Ayer quedó establecido un telégrafo eléctrico entre Fuerte Martín y la Aduana, y el vívido alambre, al transmitir el pensamiento humano como luminosa exaltación, lo hacía en el idioma de Cervantes. Mañana quedará tendida una vía de hierro sobre esta tierra independiente hasta ahora como las panteras del Atlas, y será también España la que de su nombre al camino. 42

No todo, pues, en la guerra de África puede reducirse al patrioterismo de los «mojigatócras».

La conversión de los «salvajes» a la verdadera religión, que en versión española de la misión civilizadora era el catolicismo, se registra también en el teatro. Por ejemplo, en ¡Españoles, A Marruecos! y Los moros del Riff las tramas amorosas entre mujeres musulmanas y hombres cristianos sirven para representar la guerra como contienda religiosa. En estas obras no se practica la evangelización, importante componente de la misión civilizadora, sino que la predecible conversión religiosa de la «mora» es la consecuencia del enamoramiento, es decir, de su reconocimiento de la superioridad de la civilización occidental, encarnada en el soldado español y, es más, su disposición a ser conquistada por él. Ante la evidente superioridad de su objeto de deseo, no es necesaria la evangelización. Se inscriben en estas, que podríamos llamar historias de conversión, varios intertextos que provienen de las narrativas históricas de conquista -la Reconquista y la conquista y colonización del Nuevo Mundo y Filipinas- y de la tradición literaria española. Al representarse el conflicto de Marruecos como guerra religiosa, la conversión de la mujer árabe significa el retorno de la Reconquista que, como hemos ya visto, era uno de los mitos fundacionales de la nación. La figura de la mujer conversa remite, también, a otra figura femenina que por amor se había convertido al cristianismo transformándose en un personaje clave en la conquista de México: Malintzin o Doña Marina, nombre que adoptó la traductora y amante de Hernán Cortés después de su conversión. Estos textos se apropian además de una larga tradición que existía en la literatura española desde la Edad Media en la que la mujer musulmana sufría una conversión por el enamoramiento. 43

En El pabellón , la obra más solemne de las tres estudiadas, quizá por su pretensión de distanciarse de la comicidad y lo populachero de las otras obras, 44la contienda africana sí se vincula claramente a la noción de la misión civilizadora . En este texto, por ejemplo, y a diferencia de las otras obras, la mayoría de los personajes son aristócratas, no gente de pueblo; en él no oímos canciones, ni vemos bailes populares; y no hay personajes ni momentos cómicos. No deja de ser significativo que sea precisamente en esta obra poblada de personajes nobles -en los dos sentidos de la palabra- donde encontramos la articulación más clara del discurso de la misión civilizadora . Mientras que en las otras piezas el pueblo se dedica a defender en cuerpo y alma el honor de la patria con la fuerza de las armas, aquí la aristocracia, a diferencia del pueblo, parece comprender que existe una razón trascendental que justifica la guerra, a saber, la de civilizar a los «bárbaros» marroquíes. Esta diferenciación se fundamenta sobre una visión del pueblo español que se encuentra también en la prensa absolutista:

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