Como ocurre en todos los virreinatos españoles en Italia, y en la misma sede del poder de Felipe III, la llegada de aventureros, refugiados, buscavidas y embajadas procedentes de las diferentes partes del Balkán se suceden a lo largo de estos años. Esta especie de «avisos de levante», aunque realizados en esta ocasión por emisarios y religiosos que, aportando cartas escritas en griego, o en los otros idiomas de la región, que en la actualidad se conservan en los archivos españoles, generan planes reales y quiméricos para emprender la conquista de estos territorios ayudando a las posibles sublevaciones que se producirán contra el decrépito poder otomano. El propio duque de Lerma es un perfecto producto de esta corriente política, 46hombre que colecciona mapas y relaciones impresas sobre sublevaciones en los estados balcánicos y que está deseoso de promover una activa política en el Oriente mediterráneo, que nunca se materializará por el endémico problema de dinero a lo largo de su valimiento. 47Dentro de esta misma coordenada hay que entender los deseos de Carlo Emanuel I sobre las tierras de Levante que, dada la compleja política que establece por consolidar su posición en Italia buscando la complicidad de Francia y España durante su mandato, quedaron relegados a ser simplemente preciosos planos y movilizaciones de hombres sobre el papel al no materializarse nunca en acciones reales. Cualquier acción en el Mediterráneo oriental requiere la participación de Venecia o de España, además de las naves de Malta, Génova, Toscana y el Papado (los potentados italianos según la documentación española del periodo). Las informaciones que tienen los príncipes deben de ser contrastadas con las noticias que posee el gran maestre de la orden de San Juan de Jerusalén, la persona mejor informada sobre estos temas por el abundante sistema de espionaje que maneja en el Mediterráneo oriental, además de por las continuas misiones de información que realizan sus escuadras. 48Además, desde el punto de vista español, las noticias sobre Levante estaban en este momento centralizadas en los virreinatos de Nápoles y Sicilia, 49territorios que cuentan con escuadras propias para poder realizar algunas de las acciones que se estaban ideando.
Ninguna de estas acciones es comparable con la expulsión de un elevado contingente de población de origen musulmán, como se hace en la península Ibérica, pero responden a un mismo espíritu que se está extendiendo por la Europa católica. En la mayor parte de las cancillerías del momento se está jugando con dos conceptos antagónicos, de una parte la profunda decadencia en la que se encuentra el Imperio otomano y, de otra, el miedo a los planes de conquista que se preparan en la Sublime Puerta con respecto al Mediterráneo occidental. Ambos sentimientos se pueden rastrear en la documentación española, así como en la romana y en la veneciana, mostrando los manuscritos la misma ambivalencia a lo largo de los primeros años del siglo XVII. Lo que cambiará completamente son las acciones prácticas que realizará cada uno de los estados. Mientras que los príncipes italianos restauran o reinventan órdenes de caballerías y fabrican escuadras de galeras, Venecia intenta mostrarse condescendiente con la mayor parte de los deseos de Estambul, 50el gobierno español intenta fijar una política defensiva en sus posesiones para preservar las costas de ataques, al mismo tiempo que instigar a sublevaciones interiores y exteriores, junto a emprender empresas de conquista de territorios en Levante y Poniente. El resultado final de este proceso es la generalización del corso cristiano en el Mediterráneo, situación que preocupa al sultán, de la misma manera que obsesiona a los consejeros de Felipe III el auge de Argel. Estambul vuelve a restaurar tratados comerciales con sus tradicionales aliados, Francia 51y Venecia, y firma otros nuevos con las nuevas potencias marítimas, Holanda e Inglaterra para intentar parar los continuos ataques de las naves europeas a sus intereses en el archipiélago.
La política española en el Mediterráneo en la época de Felipe III tiene unas peculiaridades que no han sido puestas de manifiesto en la historiografía reciente. Aunque este reinado ha sido definido como uno de los ejemplos más conseguidos de la generación de las políticas pacifistas de los primeros años del siglo XVII, es, sin embargo, uno de los más agresivos en sus acciones militares contra los musulmanes. Además de la expulsión de los moriscos, acción que se justifica en su época por alcanzar la seguridad interior, y la conquista de Larache y La Mamora, empresas inspiradas en un intento de asegurar la tranquilidad exterior al evitar que se instalen en estas plazas corsarios o que sean controladas por otras naciones, Felipe III emprende una acción militar muy dura contra el resto de las ciudades corsarias del Magreb. En primer lugar, materializa un pacto, o por lo menos intenta lograrlo, con el sultán safawí persa para desgastar al adversario político del imperio rival, evitando de esta manera que pudiera desarrollar una activa política en el Mediterráneo o que pudiera responder a algunas de las acciones que se mandan ejecutar contra los intereses musulmanes durante las dos primeras décadas del siglo XVII. Esta era una posibilidad que estaba abierta desde la época de Carlos V, pero exclusivamente se toma en consideración cuando accede al poder el hijo de Felipe II. En la crónica del reinado es difícil encontrar un año en el que no existan expediciones de ataque o saqueo contra ciudades corsarias, bien sean simples razzias o expediciones organizadas con el fin de acabar con el dominio otomano en este espacio. En toda la documentación se encuentran continuas referencias a que el sultán está preparando enormes armadas para conquistar Nápoles o Sicilia, por lo que es necesario emprender acciones en cualquiera de sus territorios para impedir que realice sus planes en el Mediterráneo. Se generaliza un enorme pavor entre los medios cortesanos por las decisiones que se puedan tomar en Estambul, por lo que se mandan espías continuamente para conocer el número de barcos que se arman en las atarazanas estambuliotas o los navíos y tripulaciones con los que cuenta la armada del Archipiélago.
La psicosis de terror ante los movimientos del sultán se acrecientan desde el momento que se tiene conocimiento de que los ingleses y los holandeses están intentando mover la voluntad de la Sublime Puerta para realizar grandes empresas contra el rey de España. En los «avisos de Levante» se insiste en que las armadas del sultán contarían con la ayuda de navíos del norte de Europa en sus planes de ataque contra Nápoles y otros territorios controlados por Felipe III. La única esperanza con que cuentan las personas que llevan en sus manos las directrices de la política mediterránea es que conocen las dificultades por las que atraviesa la Sublime Puerta, además de un enorme desprecio por la mayor parte de los almirantes otomanos que se eligen en estos años. Las cartas que provienen de Estambul insisten en que la corrupción está entrando en la designación de este tipo de cargos, no eligiéndose a las personas mejor preparadas para ejercer este oficio «...el nuevo almirante es un visir de su consejo, Amet, Baxa del Cairo, hombre rico, muy soverbio y sin ninguna esperiencia en el mar» 52y manteniendo que la mayor parte de los kapudan pachá que se nombran en estos años son bastante ineficaces. 53A Madrid y a los virreinatos italianos llegan noticias de que el embajador inglés está contando mentiras sobre los españoles y el de Holanda ofrece 50 galeones al sultán para reforzar su armada del Mediterráneo si ataca a los intereses españoles. 54El miedo también se acrecienta cuando se conoce que los ingleses están dispuestos a vender galeras y otras naves de guerra a los diferentes sultanes sa’díes, aunque por sumas de dinero desorbitadas, por lo que se piensa que el sultán del otro lado del Estrecho es cada vez más peligroso. La situación se complica aún más por la creciente enemistad que existe con Venecia, lo que acrecienta el pánico al pensarse que los navíos de la Señoría dejarán hacer a los otomanos, y que incluso facilitan información sobre las fuerzas y efectivos con los que cuenta la Monarquía. Al mismo tiempo que se tiene este miedo, que se intensifica por la audacia de alguno de los ataques corsarios, en la Corte se piensa que la Sublime Puerta ha entrado en un momento de recesión y agotamiento, por lo que no hay que temer demasiado sus movimientos. Dentro de los consejeros del monarca y de su valido se aprecia claramente que hay dos sectores perfectamente definidos, los que consideran que la acción en el Mediterráneo es esencial para la política de la Monarquía, y los que desprecian la acción en el mar interior, ya que la consideran excesivamente cara y de resultados muy inciertos, e insisten en lograr una posición más fuerte en Europa. Durante el mandato del duque de Lerma, la acción en el Mediterráneo contó con el respaldo directo de este personaje, así como con el apoyo de alguno de los confesores reales y el sentimiento religioso y piadoso de la reina, lo que explica la importancia que adquieren las acciones contra musulmanes.
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