La Carta de V. S. aa la Vinutta del sr. Consolo chi fu a bon Portu havemo riceutta Insieme la fruta et Valencia he piaçutto mandarme di che la ringano Molto, et le havemo acettato con la bona Volunta che se dignata mandarmela... Ancora se mandano liberi li frati et altri xptiani che se avio rescatati et siabe sicuro che de qua in anti non se dara piu fastidii ne disturbo alcuno si a limosna o altri che Vollono Il trafico e comercio sia libero e franco. 32
Los «avisos de levante» de los primeros años del reinado de Felipe III no se refieren nunca al problema morisco de una manera clara y evidente, cuestión que sí se puede rastrear fácilmente en los años de la Expulsión y posteriores. 33Ni siquiera los virreyes asentados en Italia están preocupados por estas cuestiones, como deja claro el duque de Lemos cuando felicita a Felipe III por los decretos de expulsión y la ocupación de Larache: «Estos sucesos y la consecuencia dellos daré a entender donde huviere necesidad de que se advierta que quando V.M. alça la mano del castigo, queda armado para poderle dar, y con benigna disposición de perdonar a los que conociesen sus yerros y se enmendaren». 34Según estas líneas, la medida es más importante por la ganancia de reputación en el contexto internacional que por sus consecuencias en la pacificación del mar interior. Un virrey que tiene que hacer frente a un mar lleno de peligro que desestabiliza las tierras que gobierna, donde se comienza a apreciar un cierto descontento entre algunos sectores de sus gobernados, está muy alejado de las justificaciones que se están utilizando para explicar la expulsión a los habitantes de la Península.
La expulsión de los moriscos se asocia en la época con la ocupación de la ciudad de Larache, 35tema que ha pasado demasiado desapercibido para la historiografía posterior. Esta cuestión se puede explicar desde perspectivas diferentes. La primera de ellas, como hacen los apologistas de la deportación de los moriscos, es afirmar que es el premio a una medida bien tomada por parte de la Corona. El tema también se puede analizar desde la visión de la política con los sultanes marroquíes, dado que era una empresa que Felipe II deseaba que fuese realizada y que fue aplaudida como uno de los mayores éxitos para establecer un cierto status quo en la situación en el estrecho de Gibraltar. 36Esta segunda visión supone aceptar un análisis bilateral entre la monarquía y el único territorio musulmán cercano no dependiente de la Sublime Puerta. Pero junto a estas dos formas de abordar el problema, existe una tercera que entronca directamente con la situación del Mediterráneo en los primeros años del siglo XVII. Larache, como La Mamora y otros enclaves costeros del Magreb, eran plazas que varios países europeos codiciaban, además de haber sido importantes para los iniciales planes de expansión territorial de los navegantes dependientes de Estambul en los primeros años del siglo XVI. Muchas naciones se habían interesado por tener plazas costeras en Berbería, ingleses y holandeses 37para el caso específico de estas dos ciudades, Francia, para determinadas villas cercanas a Argel y Túnez, o Génova, que desea gobernar la isla de Tabarca. Junto a ello, también los corsarios de estos países deseaban tener lugares de atraque y aprovisionamiento, papel que desempeñará Salé cuando sea habitada por los moriscos expulsados de Hornachos y Andalucía. Este dato, relativamente conocido, debe de ser ampliado incluyendo a estados católicos que desean convertirse en potencias marítimas en estas décadas. Este es el caso del duque de Florencia, príncipe que necesita el control de puertos para que los mercaderes de Ancona puedan aumentar sus intercambios en el Mediterráneo y el Atlántico. Las prisas en ocupar Larache por Felipe III, después de padecer un par de fracasos que han mermado su reputación, se pueden explicar por varias razones: concluir con unas negociaciones muy complicadas con alguno de los pretendientes a la sucesión de Ahmad al-Mansur, adquirir una posición de fuerza en Marruecos, impedir el ataque de los corsarios desde bases africanas (en especial a la flota de Indias y a las islas Canarias) o intervenir en los asuntos políticos de la dinastía Sa’dí. Pero también hay que sumar a esta lista el hecho de que se intentan impedir los progresos de los Medici en este espacio. Incluso Rodolfo II se planteó en algún momento de su reinado convertirse en una potencia mediterránea para aliviar la tensión que padecía con el Imperio otomano, idea que le lleva a enviar a Antonio Sherley en 1605 a Marruecos a negociar ciertos acuerdos con el sultán. 38Lo que resulta evidente, como se ha referido anteriormente, es que la expulsión de los moriscos y la conquista de Larache son acciones que deben de ser estudiadas conjuntamente en el reinado de Felipe III, que no así en el de Felipe II, lo que conlleva nuevamente a reafirmar que la medida tomada contra la minoría morisca entronca casi exclusivamente con la política Mediterránea de Felipe III.
En el Mediterráneo de los años de la expulsión de los moriscos no sólo han entrado barcos de pabellones diferentes, sino que hay muchos más príncipes interesados en convertirse en referentes para sus respectivos credos religiosos. El duque de Florencia, un aliado incondicional de la Monarquía Católica, ha logrado crear una armada de varias galeras que ataca a los intereses otomanos en Levante y ha dado vida a una orden militar que tiene como objetivo propiciar la lucha contra el infiel. La conquista de algún territorio balcánico en estos años, o el enfrentamiento directo contra los otomanos, era uno de los ideales latentes entre los príncipes de la Europa cristiana. Además de las acciones de los caballeros que se asientan en la isla de Malta y de las potencias tradicionales que han actuado en este espacio (el papado, Génova, etc.), aparecen nuevos dignatarios que comienzan a ejercer una activa política en el Mediterráneo oriental, como es el caso de la Florencia de los Medici. 39El renacimiento de la importancia de las órdenes militares dentro de los principados italianos en esta época, además de poder estudiarse desde claves estrictamente interiores de cada uno de los territorios, 40es una demostración de la trascendencia que adquiere la lucha contra el infiel en la mentalidad colectiva del momento, o en las mentes de algunos de los príncipes que propician tales acciones. El nombramiento de Filiberto de Saboya como prior de la orden de San Juan de Jerusalén en Castilla y León por parte del rey, acción sorprendente por la corta edad de la persona a la que se le otorga tal distinción, está dentro del ambiente ideológico del momento, al que no son ajenos el propio Felipe III y el duque de Lerma, personajes obsesionados con mantener viva la lucha contra la Sublime Puerta. El Imperio otomano de los primeros años del siglo XVII se está olvidando de los procesos de expansión hacia el Occidente al tener que hacer frente a la continuada ofensiva de los safawíes persas, a sublevaciones interiores y a soportar una crisis económica que lastra su activa política militar de épocas pasadas. 41Los príncipes cristianos, conociendo estas circunstancias, se lanzan a la frenética carrera de emprender una guerra marítima, que algunos definen como cruzada, que tiene todos los caracteres de acciones de corso sistemático aprovechando la debilidad de los turcos en el mar.
El duque de Saboya, por ejemplo, estaba deseoso de mostrar a sus contemporáneos su compromiso en el enfrentamiento contra el Turco. 42En la realización de esta guerra justa y necesaria se produce la ganancia de la reputación para quien la emprende, concepto muy importante en la teoría política de principios del siglo XVII, 43además de poder reportar nuevos territorios y posibles títulos para los príncipes que las propician. Carlos Emanuel I en 1607, después del regreso de los infantes a Turín, propone a Felipe III que se pueden emprender las empresas de Macedonia o la conquista de Negroponte, 44postulando la candidatura de Filiberto como capitán de la armada para que realice tales acciones en Levante. Resulta evidente que el título de prior maltés es uno de los argumentos que se aducen para justificar tal acción, aunque también se esconde la búsqueda de una corona real por parte del saboyano. 45
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