Marina Marlasca Hernández - Siempre tú. El despertar

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Siempre tú. El despertar: краткое содержание, описание и аннотация

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La infancia de Álex se verá marcada por la enfermedad mental de su madre, la ausencia y poco interés mostrado por su padre hacia él y el continuo traslado entre las casas de sus abuelos.
Con la soledad como única compañera, se refugiará en la lectura para evadirse de su mundo. Sin embargo, influenciado por malas compañías, jugará con las drogas hasta sufrir una sobredosis a los once años. Internado en una institución inglesa por decisión paterna, vivirá alejado del cariño familiar del que nunca ha disfrutado y que tanto ansía.
Con la muerte de su padre, siendo un adolescente, regresará a sus orígenes familiares donde conocerá a Ona, la chica que marcará su vida para siempre.
Siempre tú. El despertar es una historia de principios, de supervivencia y de superación, donde un amor imposible se convertirá en el motor de una vida.

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—Por favor, ¡no habléis así de mis padres! —dije yo.

Después de un momento de tenso silencio habló Anna.

—Tiene razón. De todos modos, discutir ahora no va a resolver nada —dijo Anna, muy apesadumbrada.

Hubo otro silencio. Esta vez no se respiraba tensión en el ambiente. Aquel silencio parecía ser aprovechado por todos para ordenar los pensamientos y mirar de dirigirlos hacia un bien común. Cuando pareció que la abuela ya los tenía todos ordenados, volvió a hablar, reconduciendo la conversación hacia el tema que nos importaba.

—Bien. Sé que parece una propuesta que os puede complicar mucho la vida, pero yo había pensado en repartir un poco el trabajo, por decirlo de alguna manera. Es evidente que entre semana sería bueno que estuviera cerca de la escuela donde irá. También es verdad que a nosotros se nos haría un poco pesado tenerlo cinco días a la semana siguiendo la dinámica del instituto y todo. Perdona que lo diga tan claro, hijo ―dijo la abuela mirándome―. Pero, si aceptáis tenerlo entre semana, nosotros podríamos asumir que viniera a pasar los fines de semana a casa. De hecho, podría venir el viernes por la tarde y quedarse hasta el domingo por la noche. Así vosotros podríais estar más libres los fines de semana. Entre semana, que ambos trabajáis, creo que tampoco os rompería mucho el ritmo.

Miré a la abuela con un gesto de agradecimiento por sus palabras. Aquella fue la primera vez en mucho tiempo que alguien me apoyaba. Mi abuela continuó la conversación con un aire más práctico.

—Como él ha dicho, hay una buena cantidad de dinero en el banco para destinarlo al cuidado de la madre y el chico. Si está bien gestionado, es difícil que se acabe con los intereses que genera. Al menos, eso lo hizo bien mi hijo. Creo que incluso una vez al año os podríais pagar un viajecito. Pienso que a Álex no le molestaría. ¿Verdad que no, Álex?

—Claro que no. Mientras a mamá no le falte de nada, a mí no me importa. Pienso trabajar si hace falta para pagarme los estudios.

¡No me lo podía creer! Mi abuela había llevado la conversación de tal manera que ahora la idea incluso resultaba tentadora. La posibilidad de hacer un viaje de vez en cuando era una oferta demasiado seductora para dejarla pasar.

—No sé. No lo veo. Viajar nos gusta mucho, pero ¿a este precio? ―dijo Jordi.

―No es un trato. Ha llegado el momento de actuar como la familia que somos. Si seguimos justificando nuestras discrepancias sobre las actuaciones de Jaime para eludir la responsabilidad que tenemos con su hijo, estaremos actuando como él. Las circunstancias son las que son y no podemos seguir dándonos la espalda unos a otros. Es verdad que Álex ha dado mucha guerra, pero también es verdad que no lo ha tenido fácil. Deberíamos pensar en lo que es bueno para el chico.

Después de pensarlo unos instantes, intervino Anna.

—Tienes razón. Que Álex viva con nosotros parece la mejor opción —dijo Anna, dándome unos golpecitos tranquilizadores en la espalda―. Bien. Casi se ha acabado el curso escolar. Desde ahora hasta finales de agosto haremos una prueba. Estarás en casa entre semana e irás a casa de los abuelos los fines de semana. Mientras tanto, buscaremos un buen instituto y hablaremos de cómo puedes recuperar estos últimos días de curso si fuera necesario. El treinta de agosto valoraremos y decidiremos algo definitivo.

—De acuerdo —dijo la abuela, intentando disimular el tono triunfal que impregnaba su voz.

—Sí, en agosto —dijo el abuelo.

Llegados a este punto, casi lo estropeo todo.

—Pero pongo una condición. Me gustaría comer vegetariano.

Jordi me miró con mala cara. Anna sopesó mi petición y finalmente habló.

—Lo intentaremos, pero algún día comerás pescado.

—De acuerdo.

Me sentí muy agradecido y les prometí que no les fallaría. Nos fuimos enseguida, ya que la abuela quería llegar antes que oscureciera. Quedamos en que iría a vivir con ellos en quince días. Anna quería adecuar un poco la habitación de invitados y la abuela quería comprarme ropa y alguna otra cosa que pudiera necesitar. Al llegar a casa abracé a la abuela y le di las gracias de corazón. Ella me dio unas palmaditas en la espalda.

—Aprovéchalo, Álex. Tal vez no vuelvas a tener otra oportunidad como esta.

Cuando llegó el momento, mi vestuario se había incrementado de forma considerable y, además, la abuela me compró un ordenador por su cuenta.

—Lo necesitarás para hacer los trabajos del instituto —dijo.

Yo estaba que no cabía de alegría.

El día acordado vino Jordi con su coche para recoger todas mis cosas. Los cargamos en el auto en dos minutos y me despedí de los abuelos hasta el fin de semana. El corto trayecto transcurrió en silencio. Era evidente que Jordi no estaba nada cómodo con la nueva situación y además no estaba muy acostumbrado a hablar. No lo quería incomodar más de lo que ya estaba, así que no abrí la boca. Al llegar, Anna vino a ayudarnos a entrar las cosas a casa. La habitación que me asignaron me encantó. Era amplia, muy luminosa y ¡tenía vistas al mar! Bueno, se veía una pequeña porción, pero era mi querido y añorado mar y aquellas cuatro paredes eran mucho más de lo que había tenido en mucho tiempo. Estaba recién pintada de un agradable y luminoso verde pistacho. Delante de la ventana con estor había un escritorio sencillo pero moderno con una silla a juego y, como lámpara, un flexo de color negro. Eso y una cama, que en realidad era un colchón sobre un canapé sin cabezal y cubierto por una colcha de tonos tostados, era el único mobiliario de la estancia, ya que el armario estaba empotrado a la pared. Anna me dijo que pondrían una estantería para que pudiera poner los libros, los CD y cosas así.

Empecé a colocar mi equipaje en el armario, tratando de poner la ropa de una manera organizada. Mis libros y un estuche con utensilios para escribir los dejé sobre la mesa. También instalamos el ordenador. Esta tarea fue la más complicada, pero Jordi tenía habilidad para estas cosas y enseguida lo terminó.

—¡Hala! ¡Ya está instalado!

Se lo agradecí. Salimos ambos de la habitación y, cuando fui a cerrar la puerta, miré al interior y sonreí satisfecho.

Me ofrecí para poner la mesa, pues parecía que Anna tenía la comida casi preparada. Después de aprender dónde estaban los utensilios en la cocina empecé a hacerlo. Respetando mi petición de comer vegetariano, Anna me preparó una comida diferente a la de ellos. Comimos en silencio, escuchando el informativo. Mientras la ayudaba a lavar los platos me preguntó si podía añadir huevos y lácteos en mi dieta. Le hice la concesión de dos huevos a la semana, pero nada de lácteos, ya que no me sentaban bien. Le hablé de los frutos secos, del muesli y también le dije que buscaría por internet información y recetas fáciles de comida vegetariana.

Cuando les pedí permiso para ir a mi habitación quedaron sorprendidos, pero intuí que esa muestra de respeto les gustó. No fue difícil mantener ese hábito, ya que costumbres como esta las tenía bien asumidas de mi estancia en el internado.

En la habitación retomé una de mis historias favoritas: Robinson Crusoe. Era una versión inglesa. Me la sabía de memoria, pero me gustaba releerla de vez en cuando para deleitarme en las descripciones de los paisajes de la isla, sus playas y de cómo el protagonista tenía que usar el ingenio para salir adelante y sobrevivir. Me cautivaban especialmente los momentos en los cuales Robinson confeccionaba algún objeto de utilidad o sabía aprovechar los recursos de la naturaleza y las cosas que le llegaban del mar. Admiraba como se organizaba para no dejar que el caos y la soledad le hundieran.

«Mira qué listo», pensaba. Era la historia de una persona que en momentos difíciles era capaz de sobreponerse y seguir adelante. Y también era la historia de alguien que estaba solo, pero que, al final, encuentra un amigo. En cierta manera yo era un poco como él. Ahora mismo estaba tratando de aprovechar los recursos que tenía para salir adelante. Debía organizarme en mi particular isla desconocida y también necesitaba algún amigo.

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