Después de aquello, los compañeros me dejaron en paz. Algunos no se atrevían a mirarme a la cara, donde se veía claramente reflejada mi resolución de enfrentarme a cualquiera. Sencillamente, me dejaron de lado. No tenía amigos, pero tampoco enemigos. Comencé a hacer lo que quería dentro de la más estricta vigilancia institucional, claro. Pero tenía momentos para mí y los aprovechaba para disfrutar a mi manera. Empecé a leer. Al principio resultó muy complicado. Iba a la pequeña biblioteca del recinto, en la que nunca había nadie, y cogía un libro. Me ayudaba con un diccionario españolinglés inglésespañol que me había dado Peter antes de abandonar la enfermería. Todo el tiempo estaba con el diccionario arriba y abajo, buscando el significado de las palabras y la lectura se hacía muy lenta y pesada. Pero con el tiempo empecé a entender, a leer, a escribir y a hablar el inglés. Y lo más importante de todo, empecé a entender aquellos libros con historias increíbles y a soñar en inglés, of course.
En aquella biblioteca encontré historias interesantes que me llevaron a protagonizar aventuras inesperadas. Uno de esos hallazgos fue la historia de Robin Hood. Era divertido y reconfortante ver que un ladrón podía ser querido por los demás, aunque fuera en la ficción, solo por el hecho de que daba lo que robaba a los pobres. Esa historia me inspiró una idea.
El caso era que allá imperaba un orden superior a la disciplina feroz que nos imponían a los internos. Esa fuerza suprema estaba encabezada por uno de los bedeles del instituto, mister Green. Aquel hombre escuálido por la envidia, con nariz de buitre y mirada pequeña y fugitiva, ocupaba oficialmente un cargo medio entre el director, el profesorado y los internos, pero ejercía su poder a voluntad. Tenía un ayudante, Jeremy, el interno más malintencionado, salvaje y temido de todos. Mister Green se ganaba un sobresueldo con el dinero que, bajo coacciones y amenazas, robaba de los internos. Jeremy era su ayudante y, a cambio de unas cuantas libras, le hacía el trabajo sucio atemorizándonos o descargando su rabia a base de golpes con todo aquel que no accedía a pagar. El bedel, para reforzar su posición de poder sobre nosotros, nos atemorizaba diciendo que nos vigilaba y que, si intentábamos delatarlo, el chico se encargaría de nosotros. Todos conocíamos la fuerza de Jeremy. Yo mismo sufrí alguno de sus ataques y tengo que decir que fue uno de los pocos que pudieron conmigo.
Decidí que yo también podía ser como Robin Hood, defendiendo un tipo de justicia social. Por lo menos, sería un ladrón que se vengaría de otro. Parecía divertido. No esperaba que los compañeros lo apreciaran, pero quizá lograría sentirme un poco menos solo. Tenía claro que no podía acusar abiertamente a mister Green sin tener pruebas. Además, no tenía amigos. Así que debía idear algo que pudiera hacer yo solo. Mister Green guardaba el dinero que nos robaba en su habitación y aprovechaba su día de fiesta para llevárselo. Lo guardaba escondido entre sus pertenencias, dentro de un maletín de cuero blando, desgastado y negro, similar al que utilizan los médicos que visitan a domicilio. Un día, aprovechando una de mis estancias en solitario en la biblioteca, me deslicé dentro del despacho del director para hurtar el bolígrafo de plata que guardaba en su cajón. Él, tal vez pensando que su autoridad lo amparaba, nunca cerraba la puerta del despacho ni los cajones. Luego, con cuidado de que nadie me viera, subí escaleras arriba para llegar al segundo piso donde el bedel ocupaba la última de las habitaciones. Normalmente aquella estancia estaba cerrada con llave, pero dos mujeres de la limpieza venían cada quince días para dar un repaso y tenían permiso para entrar. Mientras una de las mujeres estaba haciendo los cristales de la habitación de al lado y la otra estaba limpiando el baño, cogí el llavero que estaba encima del carro de la limpieza para introducir una llave tras otra en la cerradura hasta que la puerta se abrió. Dentro, todo estaba en penumbra y tuve que esperar a que se me habituaran los ojos para poder buscar el maletín. Como suponía, estaba cerrado. No sabía si el dinero estaba ya en su interior o no, pero parecía estar preparado, ya que se veía bastante lleno. Lo volteé para, con una de las llaves que parecía más afilada, apretar fuertemente y rasgar la piel en un lado de la base que se veía más desgastado, siguiendo la costura interna. Introduje el bolígrafo de plata por la incisión y la cerré con un poco de adhesivo. A simple vista no se notaba nada y esperaba que el bedel no se diera cuenta.
El día siguiente era el día de fiesta de mister Green. Habitualmente, antes de marcharse se despedía muy educadamente del director. Mientras el bedel todavía estaba en su habitación, me dejé pillar saliendo del aula de música con un metrónomo escondido bajo la ropa. Me condujeron al despacho del director y allí me obligaron a cantar. Cuando me preguntaron por qué había robado el metrónomo, les comenté que mister Green me obligaba a hacerlo. Les dije que Jeremy y yo extorsionábamos a los demás internos para que nos dieran su dinero y que, después, se lo entregábamos al bedel, el cual lo sacaba de allí escondido en su maletín. El director, incrédulo, me hizo esperar en el despacho y ordenó ir a buscar a Jeremy, que al encontrarse en presencia del director parecía atemorizado. Lo interrogó. El chico lo negaba todo, pero su nerviosismo le delataba y el director empezó a dudar de su inocencia. Cuando llegó mister Green para despedirse, le hizo entrar en el despacho con una expresión muy seria. El bedel se mostró un poco sorprendido al vernos retenidos allí a Jeremy y a mí. El director le explicó lo que había pasado y que yo les acusaba abiertamente de obligarme a ser su cómplice. Mister Green lo negó todo, muy enfurecido y defendiendo también la inocencia de Jeremy. Todos me miraron con mala cara, pero a mí únicamente me hizo falta sugerir que lo comprobaran y dar a conocer la cantidad exacta de dinero que había robado aquella semana, aunque no mencioné el bolígrafo de plata. Mister Green cambió su expresión, que se tornó en un gesto congestionado y lleno de terror. El director tuvo que insistir para que le dejara comprobar el contenido del maletín. La tensión se podía palpar en el ambiente cuando empezó a sacar lo que había dentro. Mister Green fue capaz de sobreponerse y consiguió dar una explicación más o menos creíble de por qué llevaba, justamente, aquella cantidad de dinero escondido entre sus cosas. Pero, cuando el director extrajo del maletín el bolígrafo de plata que reconoció inmediatamente, mister Green se puso pálido y su rostro se desencajó, ofreciéndonos una imagen esperpéntica. Cuando se repuso, de nada le sirvió intentar defenderse diciendo que alguien se lo había puesto en el maletín. El director sabía que el bedel cerraba siempre la puerta de su habitación y que la llave que abría el maletín la llevaba colgada del cuello.
Mister Green fue despedido inmediatamente y a Jeremy y a mí nos encerraron en aquellas habitaciones sin ventanas durante diez días. Cuando abandonamos nuestro encierro los compañeros nos miraron de manera diferente. A él como a alguien que había perdido su estatus de intocable y a mí con una especie de respeto, como el que se sentiría por un loco capaz de hacer cualquier cosa. Saber que había sido capaz de robar al director su bolígrafo de plata y de inculparme en unos robos que no había hecho para poder desembarazarme del bedel los desconcertaba. A Jeremy le veía resentido conmigo, pero no fue capaz de enfrentarse abiertamente como antes. Creo que se sentía un poco intimidado. Al principio hubo un poco de mal ambiente, pero cuando apareció el nuevo bedel, mister White, un hombretón charlatán y apacible, la cosa se tranquilizó.
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