—Sí, sí. Los abuelos la tienen apuntada en la agenda. Hasta el sábado y muchas gracias. Bye. ¡Ay! Adiós.
—Adiós.
Los pocos días que pasaron hasta que llegó el sábado estuve con mis abuelos, procurando portarme lo mejor posible. No salía a la calle para no preocuparlos y me pasaba el día leyendo y mirando documentales sobre fauna salvaje, que siempre me habían gustado. Ayudaba a la abuela llevándole la compra y cosas así. Ellos no me dijeron nada, pero creo que, después de aquellos días, me perdonaron.
Llegó el sábado y empecé a ponerme nervioso. No tenía muchas alternativas. Mi madre estaba ingresada en una clínica, mi padre muerto, los abuelos eran demasiado mayores y yo no quería ir a ningún centro de acogida. Me lo jugaba todo a una carta y no me podía permitir el lujo de que saliera mal.
Me duché a conciencia y tuve cuidado con la ropa que me puse para tener buen aspecto. Repasaba mentalmente, una y otra vez, lo que les quería decir y todo lo que pensaba ofrecer a cambio.
Apenas comí. Tenía los nervios en el estómago y no me entraba nada. Mi abuela insistió en que comiera un plato de sopa. Pero cedió cuando vio que realmente no me la podía tragar.
Cogimos el tren desde Mataró (el pueblo de los abuelos) hacia El Masnou (el pueblo de mis tíos), a unos kilómetros de distancia. Al salir del tren empezamos a caminar por una calle empinada. Yo iba tirando de la abuela y, de vez en cuando, nos parábamos para descansar y esperar al abuelo. Mientras lo esperábamos miraba más allá, al final de la calle, abajo, donde se veía un trozo de mar de un azul intenso que hacía tiempo que no veía... y que añoraba. Finalmente, conseguimos llegar a la altura de la calle transversal donde vivían mis tíos. Después de torcer a la derecha y caminar una treintena de metros llegábamos a la casa. Llamamos a la puerta y me coloqué bien el pelo con un gesto casi involuntario y lleno de nerviosismo.
Mi tía abrió la puerta. No la había visto mucho a lo largo de mi vida, pero era fácil de reconocer, tenía las facciones de mamá. Aunque era la hermana mayor, su aspecto era más joven y saludable. Este hecho me trastornó un poco e hizo que me diera cuenta del sufrimiento que padecía mi madre, y de cómo se reflejaba en su aspecto tan desmejorado.
Los saludos fueron cordiales, pero sin besos de familia.
—Hola, Álex. Hola, Pepita y José. ¿Cómo estáis?
—Bien, bien... Oye, ¿podrías darme un poco de agua? ¡Esta subidita me ha dejado seco! —dijo el abuelo.
—¡Claro! Pasad, pasad. ¡Jordiii! ¡Ya han llegado! ―hizo saber Anna, mientras se dirigía a la cocina a buscar agua.
Caminamos medio pasillo y de una puerta salió a saludarnos Jordi. Bueno, debía ser él si vivía allí. Yo lo recordaba más delgado y con más cabello. Tampoco tenía presentes las gafas de pasta que llevaba ahora.
—Hola. Pasad y sentaos, por favor. Debéis estar cansados con el camino de subida.
—¡Sí que lo estamos! —dijo la abuela mientras se dejaba caer en el sofá de dos plazas de diseño muy funcional.
Mi abuelo prefirió sentarse en una silla.
—Por las piernas, si me siento en el sofá, no habrá quien me levante.
Yo me senté en una silla, al igual que Jordi.
Anna apareció con una jarra de agua y vasos, y nos los ofreció. Yo tenía la boca seca de los nervios. Ella se sentó junto a la abuela como muestra de cordialidad y dijo:
—Bueno, vosotros diréis.
Mis abuelos se miraron. No sabían cómo empezar. Antes de tomar la iniciativa, bebí un sorbo de agua, aclaré la garganta, tomé aire y, finalmente, empecé a hablar con mi acento marcadamente anglófono.
—Mirad, la propuesta que os queremos hacer ha sido idea mía. Reconozco que es una idea atrevida y por eso os pido que me escuchéis hasta el final. Después podréis decir lo que pensáis.
Estaban ambos expectantes y serios. Anna asintió con la cabeza.
—Bueno, mi padre está muerto, mi madre enferma, los abuelos son..., necesitan una vida tranquila. Además, se ha puesto en contacto con nosotros una asistente social interesada en saber si tengo algún familiar que se ocupe de mí a partir de ahora. Me gustaría que fueseis vosotros.
Empezaron a decir que no con la cabeza.
—Por favor, esperad a que termine... En el banco nos han dicho que mi padre ha dejado una cuenta a nombre del abuelo y al mío, que no pueden tocar los acreedores. En la cuenta hay dinero suficiente para poder estar bien cuidados mi madre y yo. No pido que me cuidéis para siempre, solo hasta cumplir los dieciocho años. Luego me buscaré la vida. De hecho, solo serían cuatro años. Tampoco pido que me queráis. Sé que hemos estado muy distanciados y también sé que mis antecedentes no despiertan precisamente los sentimientos de estimación y confianza que ahora necesitaría que me avalaran. Mi presencia puede romper vuestra vida tranquila y organizada... Sé que todo está en mi contra y que no soy la opción más fácil... Si me acogéis, os doy mi palabra de que procuraré en todo momento comportarme bien. Os obedeceré siempre, me esforzaré en los estudios y ayudaré en casa todo lo que pueda. No saldré con amigos si no queréis. Solo iré donde vosotros me dejéis ir. Yo... Haré lo que sea necesario. ¡De verdad!
En este punto se me acabaron las palabras o, mejor dicho, la voz. Anna habló.
—¡Caramba! Parece que estar en aquel internado no te ha ido tan mal. Nunca había oído hablar a un chico de tu edad como tú lo acabas de hacer, con esa claridad y decisión. Debes estar muy desesperado.
Bajé la mirada confundido y avergonzado. Cuando vio mi reacción, ella añadió:
—Sí. Sí lo estás.
Hubo un silencio que aprovechó Jordi para hablar.
—Debéis comprender que esta propuesta nos coge por sorpresa y nos va grande. Queréis que pasemos de la ignorancia mutua que hemos mantenido los unos hacia los otros a que nos hagamos cargo de un adolescente con las hormonas subidas y unos antecedentes de escándalo.
En ese momento intervino la abuela.
—Bueno... Han sido pocos días, pero tengo que reconocer que Álex ha hecho exactamente en casa lo que os está prometiendo y a nosotros no nos lo ofreció como trato, ha salido de él mismo. La verdad, pienso que lo debe haber pasado muy mal últimamente. Quizá se lo ha buscado él mismo o quizá pecó de ignorante. Lo cierto es que no ha tenido mucha suerte con los padres y la vida que le ha tocado vivir. Probablemente entre todos podríamos darle la familia que nunca tuvo.
—¡No podéis pedirnos esto! No después de lo mal que trató Jaime a Eulalia. Sabéis perfectamente que ella se puso enferma cuando descubrió que su marido le engañaba con otra mientras estaba embarazada y vosotros, en lugar de apoyar a Eulalia cuando estaba hundida, le apoyasteis a él —dijo Jordi.
—Mi hermana siempre ha sido una persona muy sensible y de carácter frágil y depresivo. Eso lo sabíamos nosotros, vosotros y, por supuesto, Jaime también. Fue muy feo que le apoyarais a él después de lo que había hecho —dijo Anna.
—En aquel momento no estaba claro que fuera verdad. Debéis entenderlo, ¡era nuestro hijo! —dijo la abuela.
—Espero que ahora sí lo tengáis claro, después de ver como él siguió hasta el último día con sus aventuras y líos amorosos sin ningún pudor o intención de contenerse. El hecho de que Eulalia estuviera convenientemente atendida y encerrada en aquel sanatorio le fue muy bien —dijo Jordi.
—Lo evidente es que era Eulalia quien lo estaba pasando mal y no vuestro hijo. Él nunca la trató bien y el nacimiento de Álex le vino muy bien para echarle la culpa de todo y seguir con su vida. El niño también ha…
No dejé acabar de hablar a Anna. Aquellos reproches no me los esperaba y me sentí muy angustiado de ver lo mal que se llevaban y, sobre todo, por conocer aquellos acontecimientos que marcaron la vida de mis padres y la mía propia. En aquel momento entendí muchas cosas, cosas que nunca me había atrevido a preguntar. Pero entenderlas no hacía que fueran menos dolorosas.
Читать дальше