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© 2020, Israel Hernández
© 2020, de esta edición: Nova Casa Editorial
Editor
Joan Adell i Lavé
Coordinación
Noelia Navarro
Corrección
Noelia Navarro
Diseño de portada
Erasmo Hernández
Maquetación
Vasco Lopes
Primera edición en formato electrónico: Abril de 2020
ISBN: 978-84-18013-44-7
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970/932720447).
Israel Hernández
SUEÑOS
DE
SOMBRAS
ÍNDICE
PRÓLOGO
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO I DESENTERRANDO LAS MEMORIAS PERDIDAS
CAPÍTULO II NO ES MIEDO… ES UNA INCERTIDUMBRE VAGA E INDOLORA, APRIETA EL PECHO Y ENCOGE EL CORAZÓN
SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO I BAJO EL UMBRAL DE LA CATEDRAL
CAPÍTULO II LA CASA DE LOS EXTRAÑOS SUEÑOS
CAPÍTULO III UN SILENCIO SEPULCRAL
AGRADECIMIENTOS
Para mi madre.
Para Sonia, mi amada esposa.
Y para mis hijos Keyris y Yul.
Gracias, madre, por tus oraciones.
PRÓLOGO
Sueños de sombras está a la mitad de camino entre la literatura salvadoreña y española, como decenas de miles de personas que, en los tiempos que corren, viven entre dos mundos; como su autor, con los pies en un país y la cabeza muchas veces en el otro; con el corazón a dos banderas. La aldea global con sus sincretismos particulares.
Un análisis simple nos llevaría a decir que esta novela habla sobre dos viajes: uno físico desde Barcelona a San Miguel, y el otro interno al pasado, a los recuerdos, a la desconocida raíz de los tormentos, pero es mucho más que eso. Ese es solo el cuerpo de la novela, pero en su alma algunos encontrarán, sobre todo, la desbordante necesidad de conocerse a sí mismo, de explorar sin temores ni restricciones nuestro subconsciente, de las preguntas existenciales llevadas a irreductibles alaridos de la mente. ¿Cómo hace esto un migrante al que todo lo que recuerda de una etapa de su vida le resulta insoportablemente onírico? Si para cualquier persona es complicado responder a un «¿quién eres?», ¿cómo vive ese tipo de interrogantes alguien que sobre sí solo cuenta una historia auto fabricada de recuerdos inconexos que dejan grandes distancias entre algunos capítulos importantes? Y lo más importante: ¿cómo vives con los que simplemente se han ido de tu mente por alguna extraña razón? Al rompecabezas que eres no le faltan piezas, pero cuando tratas de analizarlo más de cerca algunas, desaparecen.
Entonces, yo diría que, en realidad, la novela al menos trata de cuatro viajes: uno de San Miguel a Barcelona que, según Heráclito, de ninguna forma podría simplemente ser la inversa del segundo de Barcelona a San Miguel, porque quien vuelve es el mismo viajero y no lo es; el otro viaje es, en efecto, a las entrañas de los demonios que todo ser humano posee. Y el último, es el de lo paranormal. La principal diferencia entre el tercero y el cuarto es que a nuestro interior viajamos todos, pero lo que vive el protagonista no es solo eso sino una serie de episodios que pocas personas viven, reales o no. Son un viaje también, uno muy poco deseado, por supuesto, uno que nadie realiza por voluntad propia, el viaje de los delirios, que es interno, pero que viene de un lugar completamente distinto al existencial.
¿Estamos hablando de la locura? Solo si se entiende como locura de una guerra en la que hubo desaparecidos por decenas de miles, en la que hasta la fecha hay gente que sigue buscando a sus seres queridos, gente que se despierta a mitad de la noche, presa de intensos cuadros de estrés postraumáticos, gente que no puede recordar con precisión por más que lo intente porque hay cosas que su mente bloqueó para autoprotegerse. Podríamos decir que cuánticamente es y no es locura. Que decida el lector.
¿Son los recuerdos, una especie de alacranes voladores que silenciosos se esconden cerca de nosotros esperando el momento para saltar en forma de tormentos?
Silvio Aquino
UN DÍA CON MIS RECUERDOS
Mi soberbia me ha arrastrado,
Por las negruras de mi inconsciencia.
La soledad se ha apiadado de mí,
Y me ha convertido en su amante.
Ahora estoy prisionero,
Bajo su atenta mirada,
De sus ojos hechos de segmentos de estrellas.
No puedo escapar.
No son mis pies,
Ni mis manos los que están atados
Es mi corazón, mi espíritu y mi alma.
Las lluvias de mayo caen.
Y los campos se preparan para los maizales.
En la gran piedra, el viento golpea mi cara.
Mece los pinos,
Que producen un silbido melancólico,
Y despierta el espíritu de los hombres,
Que ahí murieron.
Bajos mis pies se deslizan pinos y valles.
Pequeñas montañas,
Que se han quedado estancadas,
En el silencio del tiempo.
Y hasta ahí, donde mi vista se pierde.
Y el filo de la cordillera,
Es acariciado por las nubes,
Y es enverdecido por sus cafetales.
Extiendo mis brazos y quiero volar hasta ahí.
Por instantes suelo olvidar que soy prisionero,
De su embrujo, y de su indiferencia.
Y sueño con escapar algún día.
Y llegar hasta mis montañas,
Ver mis ríos, el mar y mis volcanes,
Y, sobre todo, la sonrisa de mi gente.
El cantar de los canarios,
Me despierta de mi sueño,
En esta mañana primaveral.
Y me pregunto ¿dónde estará y qué hará?
Porque mis recuerdos se ensanchan,
Y se graban como cicatrices imborrables.
Porque pretendemos muchos,
Buscarle a los recuerdos otro sentido.
¿Acaso no sería más fácil el olvido?
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO I
DESENTERRANDO LAS MEMORIAS PERDIDAS
El cielo empezó a nublarse ya bien entrada la tarde, y ese día llovió durante toda la noche. El cantar a lo lejos de unos gallos le daba la bienvenida al alba, mientras un nuevo día comenzaba entre nieblas, por las colinas del volcán.
Era uno de esos días grises, y en aquel ambiente hostil se podía sentir la humedad hasta en los huesos; era uno de esos días que es mejor no salir de casa, de esos días que a los poetas les inspiran sus poemas melancólicos.
Salí de casa a eso de las nueve de la mañana, aún se podía sentir el suave rocío rezagado que seguía cayendo como ave de mal agüero.
Crucé a grandes zancadas, bajo una ligera llovizna, el valle que nos separaba de la gran casa. —Así llamábamos todos los empleados a la finca del patrón—. Era una hermosa casa, tenía un espléndido jardín y una fuente dando la bienvenida en la entrada principal. La fachada parecía una de esas antiguas postales que alguna vez me mostró el patrón, de cuando aún vivía en Barcelona.
Parecía un día interminable, las horas pasaban lentas, y poco a poco la tormenta volvió a resurgir, esta vez con más fuerza. Se convirtió en una tormenta horrible, de esas que ponen los pelos de punta, de esas que una cree que es el fin del mundo. Se cerró hasta el punto de que me fue incapaz el regresar a mi casa aquella noche. Fue hasta el día siguiente que, con los primeros destellos de claridad, salí corriendo a ver a Carmen.
La casa en la que vivíamos era propiedad del patrón, como todo lo que se encontraba en varios kilómetros a la redonda de su finca. Yo vivía con Carmen, mi hermana menor. Ella era todo cuanto tenía, nunca nos separábamos, éramos como uña y carne. Nunca dejó de ser mi niña, no obstante, ya se había convertido en toda una mujercita, a pesar de que yo me negara a reconocerlo. Quizás nunca comprenderé los caprichos de la vida, esa vida que a veces la veo con apatía por lo injusta que ha llegado a ser con nosotras.
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