Israel Hernández - Sueños de sombras

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Sueños de sombras es una novela contada en tres tiempos en los años 70 entre las ciudades de San Miguel (El Salvador) y Barcelona (España). Miguel es un joven con un pasado oscuro que se ve atraído a descubrir lo que su tutor Joan no consigue terminar de explicarle en su lecho de muerte. Dispuesto a encontrar sus raíces, cruza el océano y llega a El Salvador. En la posada donde se aloja es atormentado por extraños sueños que insisten en hacerle revivir y ser partícipe de un pasado lleno de intriga, amor y muerte. Un sacerdote, un sacristán y la dueña de la posada le ayudarán a descifrar un enigma que parecía haberse disipado en las lagunas del olvido. Sueños de sombras es una novela polifacética donde la intriga se mezcla con la historia y el amor con la muerte.

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Era su misión personal, para ello contaba con muy pocas pistas. Solo tenía en sus manos una vieja dirección de una casa que nadie parecía recordar que hubiese existido y el nombre de un sacerdote que habría ejercido hacía más de treinta años en la catedral de la Virgen de la Paz, la patrona de la ciudad.

Hacía mucho calor, unos treinta y siete grados, más o menos. Aún no lograba acostumbrarse a su nuevo ambiente. Por momentos extrañaba todo lo que había dejado en Barcelona. Pero el encuentro con aquella misteriosa señora le era placentero, había algo que no lograba llegar a descifrar, parecía conocerla desde siempre.

—Qué extraño —pensó en voz alta, pero hizo caso omiso a sus pensamientos.

Vio su reloj, no era muy tarde. Solo marcaba las ocho treinta. Así pues, decidió indagar un poco adentrándose por una de las callejuelas de la ciudad que solo por coincidencia llevaba su mismo nombre: Miguel.

Corría el inseguro año 1971, cuando Miguel llegó a El Salvador.

Aún a sabiendas que las situaciones políticas en el país siempre fueron precarias, se adentró corriendo todos los riesgos. Sabía que era peligroso, pero el día que decidió averiguar de dónde venía, aceptó todos los riesgos, e incluso hasta fracasar en el intento. Empezó a caminar bajo la noche, solo con la luz de la luna azulada y el calor asfixiante. Se fue alejando con sus pensamientos. Dejando atrás la posada de doña Marta. Los rayos de la luna exhibían casi en total plenitud las torres puntiagudas de los campanarios de la catedral, por ello supo orientarse y dirigirse hasta la iglesia.

La posada de doña Marta se encontraba justo al costado de la catedral, solo era necesario recorrer unas callejuelas, y poderse parar frente a su fachada principal. Se dirigió por un callejón que creía sería el más eficaz en su trayecto, caminó varios minutos sin encontrarse tan siquiera con un alma viviente, le era extraño no encontrar a nadie a esa hora; él que estaba acostumbrado al bullicio y a las alegres y coloridas calles de Barcelona. Ahora era tan diferente, la ciudad en la que se encontraba le parecía fantasmal e incluso empezó a pensar en voz alta.

De pronto tuvo una extraña sensación, creía percibir que alguien lo observaba. Y aquella sensación se fue apoderando de sus miedos. Se detuvo delante de un lugar, que parecía un mercado, creyó escuchar voces que comentaban las ventas del día. Pero no prestó mucha atención y siguió su camino sin detenerse. Mientras se alejaba a pasos aligerados, descubrió a unos niños que recogían las verduras que aquel día no habían logrado vender. Después de aquellas escenas, empezó a parecerle una ciudad con vida.

Desde que había llegado de Barcelona no había tenido la oportunidad de conocer casi a nadie, a excepción de los que se encontraban en la posada de doña Marta, donde él alquilaba una pequeña habitación, que no eran muchos.

Sus pequeñas casas de tejados rojizos y angostas callejuelas se abrían como viejas heridas, era como una escena sacada de una novela que aún no se había logrado escribir, viviendo solo en las imaginaciones que aún no existían. Poco a poco se fue alejando de aquellos niños que parecían contentos terminando un día más de faena. Llegó hasta el parque Guzmán, ya no podía ver la catedral, ya que al levantar su vista solo divisaba las copas de los almendros que se alzaban frente a su fachada.

Se dirigió hasta el centro del parque donde descubrió a un ángel. Era una imagen bastante pequeña, parecía que era el guardián del parque, se quedó un momento absorto observando la diminuta estatua. Cuando otra vez sintió la misma sensación de que alguien lo observaba, esta vez escuchó unos pasos. Sí, efectivamente, eran unos pasos.

Seguido de los pasos, escuchó unas voces, corrió evitando hacer ruido. Se escabulló entre unas plantas, logrando llegar hasta unos árboles que le brindaban protección. Desde ahí podía ver a dos siluetas que se aproximaban. Era una pareja de jóvenes cuyos rostros no podía ver por la oscuridad. Se sentaron en uno de los asientos, parecían discutir algo pero no podía oír lo que discutían, hablaban como si ambos trataran de contarse secretos. Por su posición privilegiada a los jóvenes casi les era imposible que se pudieran dar cuenta de que allí había alguien. Con cautela se aproximó un poco más, hasta poderlos escuchar perfectamente.

—La verdad es que estos hijos de puta nos seguirán jodiendo siempre. Y seguirán haciéndose más ricos a costa nuestra, yo digo que ya es hora de ponerlos en su lugar. Ya basta de tantas barbaridades, ahora es el momento de actuar. Es la hora del golpe. Que ya empiecen a pagar un tanto de sus incontables crímenes.

Cuando escuchó lo que hablaban los jóvenes se dio cuenta de que era un asunto muy delicado, quiso retractarse. Pero ya era tarde. Aquellas palabras seguirían retumbando en su cabeza.

—No —contestó el otro—. Aún no. Tenemos que prepararnos más, de lo contrario nos pasará lo mismo que les pasó a los del treinta y dos. Y nuestro esfuerzo se esfumará quedando en vano. Tenemos que seguir los planes de Ismael, todo se hará a su debido tiempo.

Por un momento se arrepintió de haber tomado la decisión de escuchar aquella conversación. A su entender, planeaban un golpe de estado. O al menos eso fue lo que logró comprender. Decidió alejarse lo más silenciosamente que pudo, caminando en sentido contrario de dónde estaba su posible salida del parque, no le quedaba más opción si quería pasar desapercibido.

Al salir del parque fue a dar justo en la entrada principal de la catedral. Pero en ese preciso momento unas nubes empezaron a esconder la luna y la oscuridad se fue adueñando del lugar, era un poco supersticioso y la oscuridad le fue portadora de malos presagios. Se detuvo un momento tratando de orientarse, pero la oscuridad pertinaz, le bloqueaba toda visibilidad. Unos segundos después sus ojos se fueron familiarizándose con la tenebrosidad. Y enseguida empezó a planear cómo podía regresar a la posada, en aquella tenaz penumbra.

No podía apartarse de su mente tan desafortunada conversación que hacía tan solo un momento acababa de escuchar. Para cuando logró llegar a la posada, la noche estaba en todo su apogeo, entró sigilosamente y se fue directamente a su habitación. Empezó a desprenderse de toda su ropa y completamente desnudo se metió en la cama. Ya hacía tiempo que había aprendido un ejercicio de relajación que practicaban los adeptos del arte del fuego.

Extendió sus brazos en forma de cruz, cerró sus ojos y empezó a respirar profundamente para que el aire abriera paso entre su cuerpo, llenara los pulmones y despertara su alma. Pronto empezó a sentir cada parte de su cuerpo. Empezando por los pies y así sucesivamente cada parte de él, luego agudizó sus sentidos en los cuatro elementos, durante un largo rato, hasta que de pronto empezó a sentirse extraño, creyó levantarse y abandonar su cuerpo. Empezó a observarse a sí mismo. Solo era un cuerpo inerte tendido en la cama. Una corriente de aire y una sensación extraña, le invadieron. El cuerpo que observaba tendido en la cama permanecía inmóvil y totalmente ajeno a él.

De repente, se despertó y de un salto logró ponerse de pie. Su corazón estaba exaltado y se encontraba sudando. Tenía pánico de volver a la cama. Aquello para él era una experiencia nueva, nunca antes lo había experimentado. Pero su cuerpo estaba hecho trizas. Era como si viniera de un largo viaje, aun así tenía que dormir; aunque su consciente se negara rotundamente. Después de un largo rato por fin el cansancio venció la batalla y poco a poco se fue sumiendo en un pesado y profundo sueño.

Cuatro frondosos árboles de amate, entrelazándose como si trataran de fundirse en un profundo y eterno abrazo, lo arropaban con sus sombras. Y una sensación espeluznante, que hizo erizar su piel, se deslizó desde su interior. Esos árboles misteriosos, que pareciera que muestran las vísceras del mundo cuando salen al exterior, y dan esa sensación de repugnancia y escalofríos al observarlos, desde sus raíces que empiezan a arquearse.

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