El de la cicatriz notó su angustia y, alargando el brazo, puso una mano sobre su rodilla.
– Vamos -dijo-, no se ponga nervioso aún, señor Madden. No hemos venido a acusarlo de nada, ¿de acuerdo? Se trata solo de un asuntillo que hay que aclarar, nada más. ¿Estamos?
Madden respiraba temblorosamente por la nariz.
– ¿Quiénes son ustedes? -repitió.
– ¿Que quiénes somos, señor Madden? Bueno, ¿quién cree usted que somos? -Miró a su colega del asiento del conductor y ambos se rieron como si compartieran una broma privada-. Estamos trabajando en el caso. Somos los que vigilamos las cosas. ¿Quién cree usted que somos?
Madden dijo que no lo sabía.
– Echa un vistazo a estos uniformes, Hugh. ¿Te importa que te llamemos Hugh? Porque nosotros somos lo único que se interpone entre la civilización y la anarquía -dijo el policía con un ademán-. Podría decirse que somos los representantes de la civilización. Somos los de la porra. ¿Verdad, Davie?
– Claro que sí, jefe -contestó el más alto, que miraba a Madden con dureza por el espejo retrovisor.
– Así que, como somos los de la porra, estamos aquí en misión oficial. O sea, que queremos hacerte unas preguntas, Hugh. Unas preguntas para ti, Hugh -añadió, dando a sus palabras un tono musical y riéndose para sí mismo. Dio a Davie, el más alto, una palmada juguetona en el hombro.
– ¿Qué es lo que quieren saber? -preguntó Madden mientras cerraba el puño. Tenía las yemas de los dedos ligeramente entumecidas de usar los instrumentos quirúrgicos con los que había estado practicando en la funeraria.
– Bueno, ¿qué queremos saber, Davie? Es una buena pregunta. Una pregunta de la leche. Porque, ¿qué hay que saber? En este caso, muchas cosas. Primero estás tú, Hugh, estás tú, claro… Tú la conocías, ¿no?
Madden negó con la cabeza.
– No la conocía -dijo-. Había oído hablar de ella, pero no la conocía.
El jefe arrugó el ceño.
– ¿Habías oído hablar de ella, pero no la conocías? Estaba saliendo con un amigo tuyo, ¿verdad? ¿Con Owen Gaskell? Otro estudiante de Medicina.
Gaskell era otro estudiante de Medicina, sí. Era un compañero, sí. Había salido con Carmen Alessandro, sí, todo eso era cierto. Pero Madden estaba ahora convencido de una cosa: Owen Gaskell no era amigo suyo.
– No es amigo mío -dijo.
– Claro que no es amigo suyo, señor Hugh -dijo el jefe.
Madden se encogió de hombros, confundido.
– No, señor, no es amigo suyo. Faltaría más.
– Claro que no -dijo Davie-. Amigos como esos son capaces de darte una puñalada por la espalda, ya lo creo que sí.
– Creo que ya te la ha dado -dijo el jefe mientras con un dedo trazaba pensativamente el reborde de su cicatriz a través del bigote.
Madden sintió una opresión en el pecho; notó que se mareaba, que el agarrotamiento descendía sobre él.
– ¿Qué quieren decir? -preguntó-. ¿Cómo que me ha dado una puñalada por la espalda?
– ¿No te acuerdas, Hugh? ¿No recuerdas que bajaste al Kelvin? Era una noche muy húmeda, Hugh. Yo me acordaría. Yo me habría preocupado…
Pero él no se acordaba de todo, ése era el problema. Veía todo aquello como fogonazos en la oscuridad. Reflejos parpadeantes, como lentes individuales del ojo compuesto de un insecto. Veía fragmentos, pero no el conjunto.
– Tenía fiebre -dijo-. No me acuerdo de todo.
– Bueno. Tu amigo Owen Gaskell…
– No es mi amigo.
– No, no lo es. Es la bota, en este caso. Es el pie que te ha dado una patada. Es la porra que te sacude en el coco.
Madden estaba desconcertado.
– ¿De qué están hablando? -preguntó con un grito agudo-. ¿Qué quieren decir?
El jefe de la cicatriz lo miró y echó el brazo hacia atrás buscando algo. Sacó un sobre marrón de buen tamaño en cuyo interior había un objeto abultado.
– Esto -dijo metiendo la mano en el sobre- es lo que quiero decir.
Sostenía en la mano, con un dedo metido en el agujero de la suela, un zapato anodino de color marrón. En la puntera había una mancha oscura.
– Sí -dijo Davie, y su mirada buscó la de Madden en el espejo retrovisor-, te ha dado una buena puñalada trapera. Una buena patada en el culo, te ha dado.
Con eso no bastaba, le dijeron en comisaría. El zapato estaba allí por alguna otra razón. ¿En serio intentaba convencerles de que pretendía llegar a Kelvin Way saltando la verja? ¿Por qué iba a querer hacer eso? ¡Había una puerta a quince o veinte metros de allí! Podría haber pasado por la puerta y haberse ahorrado tantas molestias. Claro que si alguien hubiera querido salir de Kelvin Way, podría haber saltado la valla. Si alguien tuviera prisa, si necesitara salir de allí a todo correr, o si estuviera asustado, o si temiera a otra persona, entonces quizá hubiera perdido momentáneamente la cabeza y hubiera trepado por la verja en lugar de buscar la puerta. Y, además, era una noche tormentosa. En una noche así, cualquiera habría perdido el norte. Cualquiera. Porque todo era posible en una noche así.
Madden sacudió la cabeza y se apoyó en las manos. No se acordaba, no recordaba nada de aquello, les dijo. Fue más tarde cuando volvió, otra noche lluviosa, había tormenta, a decir verdad.
¿Volver? ¿Cómo que volver? Entonces, ¿había estado allí antes? ¿Había bajado antes por allí?
Sí, había bajado antes por allí, había estado allí muchas veces. ¡Llevaba toda la vida viviendo en la ciudad! ¡Claro que había ido allí otras veces!
Pero ¿por qué ir allí aquella noche? ¿Por qué en aquel momento?
No había vuelto allí esa noche, dijo. No había ido allí entonces. Era un error. Había trepado por la verja porque estaba enfermo. No se encontraba bien.
Sí, eso lo entendían. Entendían que no se encontrara bien, dijeron. Debía de estar muy mareado, en efecto. Debía de estar muy enfermo. Después de lo que había hecho, seguro de que estaba enfermo de cojones, pero de la cabeza. ¿No? Era un puto enfermo, hacerle eso a una chica. ¡Estrangularla hasta morir y luego echarle un polvo! Eso era estar como una chota, chaval, eso es lo que era.
Él no había estrangulado a nadie, dijo Madden. Y a la chica la habían violado antes de asfixiarla. Pero él no sabía cómo había sido.
Eso estaba muy bien, dijeron. Estaba de puta madre. ¡Claro que sabía cómo había sido, porque lo había hecho él, joder! Él era el puto loco que había bajado a Kelvin Way, había agarrado a la chica, la había estrangulado hasta dejarla medio muerta entre los matorrales y luego se había follado su cadáver. Menuda broma. Claro que sabía cómo había sido, lo sabía de cojones. Le convenía esforzarse un poco más por recordar algunos detalles más. Sería una idea cojonuda, para empezar.
Pero no se acordaba, dijo. En aquel momento no se encontraba bien. A veces tenía mala memoria. Si algo lo trastornaba, dijo. Si estaba disgustado. A veces se le olvidaban las cosas, como si las bloqueara. No todo. Solo trozos y fragmentos. Pero no siempre se acordaba de los detalles de todo. No sabía si había matado a la chica. Creía que no. Pero, si Gaskell decía que sí, entonces estaba todavía más seguro.
– ¿Por qué más seguro?
– Por eso.
– ¿Por qué?
– Por estar aquí.
– ¿Por qué por estar aquí?
Porque estaba allí por culpa de Gaskell. Gaskell era quien lo había puesto allí. Gaskell debía de haberles dicho lo del zapato, dónde encontrarlo. Debía de haberle oído decir que lo había perdido cuando estaba delirando. Debía de haber ido a buscarlo.
– ¿Y el estrangulamiento? ¿Qué hay de eso?
– Y hay otra cosa.
– Dínosla.
– Ella no se lo merecía, morir así.
– Nadie se lo merece. ¿Qué era esa otra cosa?
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