Pero no tenía intención de quedarse allí. No por mucho tiempo, en todo caso.
Tampoco había moqueta, solo un trozo de linóleo verde mal ajustado, con una cenefa de flores de lis. Una galaxia entera de quemaduras de cigarrillos salpicaba su superficie, y aquí y allá se veían pequeñas tormentas de polvo y cúmulos de moho. La habitación parecía estar en cierto modo elevada: el techo dividía en dos partes iguales la única ventana, y aquí y allá la condensación formaba en su superficie bulbosa unas gotas de color pardo. Una de ellas cayó sobre la coronilla de Madden mientras estaba allí parado.
– El alquiler se paga por adelantado -dijo la mujer rechoncha-. Semanalmente.
– Entonces, ¿le pago una semana por adelantado? -preguntó Madden. En aquella habitación se sentía como una especie de gigante a causa del techo bajo y de hallarse en el último piso.
– Dos semanas por adelantado -respondió la mujer mientras se rascaba con la espinilla la parte de atrás de la otra pierna. Madden intentó no fijarse en la carne desnuda de aquellos miembros que se frotaban el uno contra el otro-. Pero la casa tiene algunas normas -prosiguió ella-. Nada de compañía femenina después de las seis de la tarde. Nada de jugar a las cartas, de beber o de reuniones de más de tres. No se permiten en el edificio perros, ni gatos, ni mascotas de ninguna clase. Y lo mismo le digo de las ventanas -añadió mirándolo duramente con sus ojos negros y acuosos.
Él se acercó a la cómoda que había junto a la cama y abrió un cajón. No tenía fondo. Volvió a cerrarlo, abrió el postigo mugriento de la ventana e intentó mirar hacia abajo por el cristal, opaco por la suciedad. El naranja de las farolas iluminaba su cara con una borrosidad difusa. No había más que dar uno o dos pasos para tenerlo todo al alcance de la mano.
– ¿Alguna otra norma? -preguntó. La mujer emitió una especie de canturreo, titubeó y luego dijo:
– Hay una lista de muebles que los inquilinos deben reemplazar si alguno desaparece, sufre daños o… -Buscó la palabra adecuada-… abusos.
– ¿Abusos? -repitió Madden, dejando escapar aquella palabra antes de que le diera tiempo a refrenarse.
– Eso he dicho, ¿no? -replicó la mujer, y echó la cabeza hacia delante-. El inquilino tiene que pagar de su bolsillo cualquier abuso. Y no hay más que hablar. -Se echó hacia atrás con los brazos cruzados y su boca se convirtió en una línea tensa que parecía plegar y descomponer todos sus rasgos.
Madden estiró el brazo y se manchó la palma de la mano al pasarla por las gotas de rocío del techo.
– Aquí hay condensación. No es bueno para la salud.
La mujer permaneció inmóvil.
– Es agua, ¿no? -dijo-. El agua es sana. La gente se la bebe.
– Si me rebajara unos chelines el alquiler…
– O lo tomas o lo dejas -replicó ella.
– ¿Cuándo puedo mudarme? -preguntó Madden.
– Aquí están las llaves -dijo ella-. Dame el alquiler y ya es tuya.
Madden suspiró y le entregó el dinero, pero logró persuadirla de que en ese momento solo podía pagarle una semana por adelantado. Cosa que era cierta. Effie, la patrona, abandonó su tono malicioso en cuanto vio dinero contante y sonante y se ofreció a llevarle una taza de té caliente, pero él rehusó diciendo que era muy amable, pero que había comido y tomado té hacía cosa de una hora. La echó de la habitación lo más amablemente que pudo, cerró la puerta con llave y se sentó en la cama. Todo en el cuarto parecía húmedo, mojado, espeso. Sacó la botella de Caldwell y la dejó sobre la cómoda, junto a la cama. Luego sacó su cuaderno y un bolígrafo y empezó a escribir. Lo que escribió rezaba: «Estoy en la puerta de al lado si quieres hablar de la chica».
Cuando hubo acabado, abrió la puerta, cogió la nota y la metió por debajo de la puerta de la habitación vecina.
– ¿Quién hay ahí?
Madden se incorporó en la oscuridad y se subió las gafas. Estaba conteniendo el aliento.
La voz de fuera llamó quedamente a la puerta.
– ¿Quién hay ahí he dicho?
Madden se levantó, se acercó a la puerta y escuchó. Respiraba a trompicones.
– No volveré a preguntarlo -dijo Gaskell-. Te lo advierto.
Madden se armó de valor, metió la llave en la cerradura. La oscuridad de la habitación solo lo reconfortaba levemente. Entornó la puerta y miró la cara de Gaskell, que bizqueaba, con la nariz todavía hinchada y un ojo morado. Con un solo movimiento abrió la puerta de golpe, agarró a Gaskell con ambas manos y lo metió en la habitación. Gaskell giró descontroladamente, fue a estrellarse contra el rincón del fondo y cayó al suelo con estruendo, al pie del ropero. Madden se colocó delante de él antes de que Gaskell tuviera tiempo de darse cuenta de lo que ocurría y le asestó una fuerte patada en la cara con el pie bueno. Sintió el crujido sordo de algo que cedía bajo su pie. Gaskell profirió un leve gemido.
Madden se inclinó hacia él y le metió la botella de whisky vacía en la boca destrozada.
Gaskell apartó la cabeza de la botella.
– ¿Qué quieres? -dijo. Madden se levantó, se acercó a la puerta y la cerró. Luego encendió la luz. Se cernió sobre Gaskell-. Tarado… -dijo Gaskell, y sus ojos inyectados en sangre se agrandaron-. ¿Tú?
Madden le dio un pisotón en la rodilla y Gaskell gritó.
– Será mejor que no hagas ruido -dijo Madden-. No queremos que Effie suba y nos interrumpa, ¿verdad? -Se incorporó. Sostenía la botella en la palma de la mano, como si fuera una piedra que se dispusiera a arrojar.
Gaskell tenía los ojos humedecidos por las lágrimas.
– Y no me llames eso -añadió Madden-. Te dije que no me gustaba.
Gaskell se limpió los ojos con la manga. Llevaba su traje, que parecía raído y trasnochado y tenía un desgarrón en la rodilla izquierda. Había sangre seca en las solapas, a la que se sumaban ahora manchas frescas.
– Mira -dijo Gaskell-, solo les dije lo del zapato para quitármelos de encima. ¿Qué querías que hiciera?
– Podrías haberles dicho la verdad -contestó Madden.
– ¿Y cuál es? ¿Qué verdad querías que les dijera? Cualquier cosa que les contara iba a meterme a mí en el marrón, ¿no crees?
Madden respiraba lentamente. Sus extremidades estaban vivas.
– Debiste decirles lo que viste.
Gaskell soltó una carcajada.
– ¿Qué? ¿Como hiciste tú? Porque supongo que ya has hablado con esos dos tipos.
– Si te refieres a la policía, sí. He hablado con ellos.
– Pero no les dijiste la verdad, ¿no? No, no creo. Decirles la verdad no te habría hecho ningún bien. Les dijiste que fuiste allí de paseo, que te sorprendió la lluvia y perdiste el zapato al saltar la verja para intentar refugiarte. ¿Se parece eso a la verdad, según tú? Una historia bastante floja, esa. Claro que tú también eres una historia bastante floja.
Madden levantó la botella como si fuera a golpearlo. Gaskell se sobresaltó.
– Mira, tenía que decirles algo. A ti no iban a empapelarte, Hugh. Pero mi caso es… distinto… como sabes.
Se arrimó a la pared y se sentó con la espalda apoyada en ella. Tenía el pelo grasiento y enmarañado y la cara pálida y blanca. Parecía asustado, pequeño y acabado.
– Yo no sé nada -dijo Madden-. ¿Distinto por qué? ¿En qué sentido es distinto tu caso? ¿Por qué no me lo dices? -Se sentó al borde de la cama, con la botella todavía en la mano, preparada.
Gaskell se señaló la cara con el dedo índice.
– ¿Ves esto? -dijo-. ¿Lo ves? Deberías dejar de pegarme, Hugh. En serio. Creo que no me lo merezco. Pero esto… -señaló su ojo morado-, esto me lo hizo nuestro mutuo amigo Dizzy. «Por Carmen», me dijo. «Por lo que le hiciste». Por lo visto me considera responsable de su triste fallecimiento. Y yo que pensaba que era por otra cosa completamente distinta.
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