El apartamento de Kerrigan está al final de la cuesta. Desde las escaleras, Garcés oye el apagado rumor de la máquina de escribir, un débil tecleo rítmicamente interrumpido por el sonido del rodillo y el retinglar del timbre. La entrada del corredor no tiene llave sino un cerrojo que puede correrse desde afuera con facilidad. La puerta de la alcoba está entreabierta, Garcés golpea tres veces con los nudillos y entra sin esperar respuesta. Sobre el escritorio de Kerrigan humea un cigarrillo en un cenicero colmado de colillas. A un lado de la máquina, el secante verde y varias cuartillas. Kerrigan levanta los brazos y echándose hacia atrás en el sillón, entrelaza los dedos de ambas manos detrás de la nuca. Sus ojos, sin ninguna expresión especial, quedan enfocados sobre la cara de Garcés.
– Creí que ya no ibas a venir -dice sin cambiar de posición.
La sonrisa de Garcés es comedida pero no denota ningún matiz de disculpa. Tampoco sus palabras.
– Ya sabes lo que se dice en Tánger: la prisa mata.
Kerrigan se levanta del sillón giratorio y se acerca a la ventana para abrirla. La corriente de aire hace ondear las cortinas, provoca un ligero revoloteo de papeles y deja entrar un aroma a arroz hervido que viene del patio. La claridad pone en evidencia el desorden de la estancia: la cama deshecha, el edredón de lino medio caído sobre la alfombra, cojines desperdigados por todas partes, varios ejemplares del London Times mal apilados contra la pared, los folios de la mesa espolvoreados de ceniza. Garcés mueve la cabeza hacia los lados y chasquea los labios con un gesto de fingida desaprobación. Después se sienta en una esquina de la cama alzando las cejas con la actitud atenta del que espera oír algo interesante.
– Mira esto y luego me cuentas -dice Kerrigan alargándole una especie de boletín o diario.
Los ojos de Garcés se detienen con extrañeza en el membrete de la portada: Entente Internationale Anticommuniste. Bureau Permanent. Ginebra. A continuación pasa con lenta minuciosidad de un renglón a otro, el ceño levemente fruncido, los codos apoyados en las rodillas. El lenguaje doctrinario, erizado de injurias y de consignas totalitarias es el característico del Eje ítalo-germano. El editorial comenta la situación española calificándola de semillero de subversivos, dibujando un panorama de violentas manifestaciones callejeras, huelgas y atentados perpetrados bajo la bandera de la hoz y el martillo. Los adjetivos apocalípticos alcanzan su grado más burlesco al referirse a la inoperancia del gabinete republicano para acabar con las movilizaciones obreras y campesinas. Se compara su falta de autoridad con la del gobierno «Kerenski», remarcando de paso los paralelismos del momento político de la península con el de Rusia inmediatamente antes de octubre de 1917. La huelga de los mineros asturianos el año anterior y las recientes ocupaciones de tierras en Andalucía son presentadas como la prueba incontestable de una inminente revolución izquierdista.
Garcés mueve intranquilo los hombros, se rasca la nuca, tuerce el gesto.
– ¿Qué es esto de la Entente de Ginebra? -pregunta con expresión contrariada.
Kerrigan prepara con calmosa parsimonia un cigarrillo de liar, calculando la medida justa de hebras que debe depositar sobre el papel combado, después pasa la lengua humedecida por el borde, alisa el cilindro dándole forma entre los dedos y se lo pone en la boca.
– Es una organización ultraderechista que ahora mantiene contactos con el Antikomintern del doctor Göebbels -contesta tratando de pronunciar cada palabra muy claramente-. Pretende reunir gente influyente convencida de la necesidad de prepararse para la lucha contra el comunismo y publica este boletín con el propósito de desvelar los planes de supuestas ofensivas bolcheviques. Algunos de sus principales suscriptores son militares de alta graduación.
– ¿Conoces sus nombres? -pregunta Garcés.
– Sólo los de algunos. Pero sí sus principales destinos. Los boletines llegan con regularidad a Ceuta, Tetuán, Larache, Tánger, Villa Cisneros y Canarias.
Kerrigan se restriega la cara con gesto de cansancio, todavía no se ha afeitado y la sombra de la barba le endurece la expresión dándole cierto aspecto de sabueso. En el rostro envejecido brillan los ojos con una mirada curiosa, recta hacia Garcés.
– Y tú, ¿qué has podido averiguar?
– No mucho. Pero hay algo, eso es evidente.
– ¿Algo, como qué? -inquiere Kerrigan demorándose en la aspiración del humo.
Afuera se amontonan los ruidos que conforman el trajín diario de la vida en la medina, voces que se increpan de una ventana a otra, alargadas consonantes ahogadas por el martilleo de un yunque, el maullido de los gatos, el eje mal engrasado de un carretón…
– Pues algo como unas cajas de misterioso contenido que al parecer han estado llegando últimamente a la Comisión Geográfica de Límites.
Garcés se aproxima a la mesa de Kerrigan y comienza a liar uno de sus cigarrillos. Mientras lo hace su cara adopta una expresión inmóvil y reflexiva.
– Continúa -dice Kerrigan, animándolo con un movimiento de la mano.
Garcés procede a relatar la discusión que presenció en la cantina del cuartel mientras pasea de un lado a otro. Habla en un tono normal, sin afectación, pero no omite ningún detalle. Kerrigan lo escucha atentamente, apoyado en el borde de su escritorio, pellizcándose el labio inferior con el índice y el pulgar.
– Supongamos que lo que contienen esas cajas es lo que tú y yo imaginamos -dice al cabo de un rato-; tendríamos que averiguar quién establece los contactos comerciales, de dónde procede el dinero para realizar los pagos y cuántos oficiales están detrás de la operación.
– Todos los que leen las publicaciones de la Entente -comenta Garcés señalando con la cabeza el boletín que está encima de la cama- deben de estar convencidos de que se avecina un importante asalto comunista en España. Si conseguimos los nombres y el grado de los que están suscritos, tendremos una idea del calibre de la conspiración.
– Sí, pero antes que nada hay que confirmar el contenido de las cajas.
Un débil rayo de luz atraviesa en diagonal el suelo. Kerrigan, de pie junto a la estantería del fondo, comienza a describir los artefactos hallados en el almacén del cuñado de Ismail.
– Es un cilindro cromado que acaba en forma de aleta de pez, así de grande -dice separando las manos unas quince pulgadas aproximadamente.
– ¿Formado por varias piezas o por una sola?
– Creo que el extremo con forma de aleta va atornillado al cuerpo central, pero no estoy seguro. ¿Por qué lo preguntas?
– No sé -responde Garcés-, puede tratarse de un segundo multiplicador.
– ¿Y?
– Bueno, una espoleta de efecto retardado les daría algún tiempo de autonomía antes de la segunda explosión, además de que complicaría cualquier intento de desactivación. Pero lo más importante sería analizar la resistencia del material y las sustancias químicas que contienen para conocer su potencia destructiva.
– ¿Qué has indagado sobre el tungsteno?
– Es un derivado de la wolframita, muy denso y refractario a elevadas temperaturas.
– Eso significa que se trata de un mineral idóneo para trabajar en caliente. Por ejemplo, para obtener matrices, hilos de resistencia o piezas eléctricas, ¿no?
Garcés asiente con la cabeza.
– La empresa Klappe Schlieben, con sede en Hamburgo, es una de las integrantes de la compañía H &W que representa Wilmer. Una sección importante de la empresa está destinada a la fabricación de material bélico que probablemente llega a Tánger camuflado en cargueros de la Sociedad Anglo-Marroquí de Transportes. No es descabellado pensar que una parte del pago de ese material se haga a través de empresas particulares con minerales como el tungsteno y que a su vez éste se utilice quizá como materia prima para la producción de armas. No sé… -Kerrigan hace una pausa tratando de calibrar el alcance de sus deducciones-. Según sir George Masón, Wilmer actúa en la práctica como el cónsul alemán en todo el Marruecos español, y Gran Bretaña ha negociado directamente con él no sólo para el transporte de suministros sino también a través de la Sociedad de Metales No Ferruginosos. ¡La vieja diplomacia de la libra esterlina! -exclama con mordaz énfasis.
Читать дальше