No nos entusiasmaba mucho la idea. -¿Tú sueles ir? -Todas las tardes. -Entonces vamos contigo…
Simon y Vincent caminaban delante.
– Tengo un single de los MC5 para ti.
– ¿En serio?
– Pues sí…
– ¿Primer prensaje?
– Pues sí…
– Qué guay. ¿Cómo lo has conseguido?
– ¡Cáspita, si es que a Monseñor Sebastián no se le puede negar nada!
– ¿Te das un chapuzón conmigo?
– Claro.
– ¿Y vosotras, chicas? ¿Os apetece un bañito?
– Yo si el obseso ese anda por aquí, paso -le dije a Lola al oído.
– ¡No, no, bañaos vosotros! Nosotras miramos.
– Está aquí -dije entre dientes-. Lo presiento… Nos espía detrás de las ramas… Mi hermana se reía.
– O sea, yo es que alucino, te lo juro… -Que sí, que vale, que ya nos hemos enterado de que alucinas. Anda, siéntate.
Lola había sacado la revista de cotilleos de mi bolso y pasaba las hojas buscando nuestro horóscopo.
– Tú eres Libra, ¿no?
– ¿Eh? ¿Qué dices? -dije, volviéndome muy deprisa para ahuyentar al onanista Nono.
– A ver… ¿Me estás escuchando?
– Sí.
– Estéalerta. En este periodo dominado por Venus en Leo, todo puede ocurrir. Puede conocer a alguien; el gran Amor, el que estaba usted esperando, estámuy cerca. Asuma su encanto y su sex-appeal y, sobre todo, estéabierta a cualquier oportunidad. Su carácter expansivo le habrájugado más de una mala pasada. Va siendo hora de que asuma su lado romántico.
La tonta de Lola estaba muerta de risa.
– ¡Nono! ¡Vuelve! ¡Aquí la tienes! ¡Va a asumir su lado ro…!
Le tapé la boca con la mano.
– Qué chorrada. Estoy segura de que te lo has inventado todo…
– ¡Qué va, para nada! ¡Léelo tú misma!
Le arranqué esa basura de las manos.
– A ver, trae…
– Aquí, mira… dominado por Venus en Leo, no me invento nada…
– Qué chorrada…
– Bueno, yo de ti estaría alerta por si acaso…
– Pfff… Esto de los horóscopos no son más que tonterías…
– Tienes razón. Vamos a ver mejor qué se cuece en Cannes y en Saint-Tropez…
– A ver… ¡No me digas que esas tetas son de verdad!
– Sí, hombre, qué van a ser de verdad…
– ¿Y has visto el…? ¡¡¡Ayyyyyy!!! ¡Simon, vete ahora mismo o llamo a tu mujer!
Los chicos habían venido a salpicarnos.
Nos lo tendríamos que haber imaginado… O más bien recordado… Vincent, con los carrillos llenos de agua, se puso a perseguir campo a través Lola, que gritaba mientras se le iban cayendo todos los botones del vestido.
Yo recogí en un santiamén nuestras cosas y los seguí corriendo, no sin gritar «¡fuera!, ¡fuera!» a todos los arbustos del lugar, blandiendo los dedos índice y meñique, a guisa de cuernos.
Vade retro, Satanás.
Vincent nos mostró los aposentos privados de su mansión.
Espartanos.
Se había bajado una cama de la primera planta -donde hacía demasiado calor- y se había instalado en la cuadra. Casualmente, había elegido el box de Cara Bonita.
Entre Polka y Huracán…
Iba vestido como un milord. Botas impecablemente lustradas, traje blanco en el más puro estilo años setenta; pantalón de talle bajo y camisa de seda rosa pálido de cuellos tan puntiagudos que le hacían cosquillas en los hombros. Cualquier otro hubiera parecido ridículo con ese atuendo, pero Vincent estaba elegante.
Fue a buscar su guitarra. Simon sacó el regalo de la boda de Hubert del maletero de su coche y bajamos hasta el pueblo.
La luz del atardecer era muy hermosa. La campiña entera, con sus tonos ocres, bronce y oro viejo descansaba tras la larga jornada.
Vincent nos pidió que nos volviéramos un momento para admirar su castillo.
Era esplendoroso.
– Lo decís de coña…
– Qué va, qué va, para nada… -protestó Lola, siempre preocupada por la Armonía Universal.
Simon se puso a cantar:
– Qué bonitooooo es mi castillooooooo…
Simon cantaba, Vincent reía, y Lola sonreía. Caminábamos los cuatro por el medio de una carretera de asfalto caliente a la entrada de un pueblecito de la región de Indre.
Flotaba en el aire un olorcillo a alquitrán, a menta y a heno recién segado. Las vacas nos miraban pasar, y los pájaros se llamaban unos a otros porque era la hora de cenar.
Qué bien se estaba.
Lola y yo nos volvimos a poner disfraz y sombrero.
Porque una boda es una boda.
O por lo menos eso nos decíamos hasta que llegamos a nuestro destino…
Entramos en un salón de fiestas que olía a sudor y a calcetines sucios y donde hacía un calor horroroso. Había un montón de tatamis apilados en un rincón, y la novia estaba sentada bajo una canasta de baloncesto. Parecía algo superada por la situación.
Mesas corridas en plan banquete de Astérix, vino de la región en abundancia y música a todo volumen.
Una mujer gorda muy emperifollada se precipitó hacia nuestro hermano pequeño:
– ¡Ah, aquí está! ¡Ven, hijo, ven! Nono me ha dicho que estabas con la familia… ¡Venid, venid por aquí! ¡Huy, pero qué guapos son todos! ¡Qué sombrero más bonito! ¡Y ésta qué delgada! ¿Qué pasa, que no os dan de comer en París? Sentaos. Comed, chicos, comed. Comida no falta hoy aquí. Decidle a Gérard que os ponga de beber. ¡Gérard! ¡Ven, anda!
Vincent no conseguía zafarse de los besos de la buena señora, y yo, mientras, comparaba. Pensaba en el contraste entre la amabilidad de esa señora desconocida y el desprecio cortés de mis tías abuelas hacía un rato. Vamos, que alucinaba…
– Bueno, digo yo que habría que saludar a la novia, ¿no?
– Eso, hala, muy bien, ir a saludarla y de paso a ver si veis a Gérard por ahí… Espero que no esté ya tirado debajo de una mesa, borracho perdido, no quiero que nos haga quedar mal.
– ¿Qué regalo traes? -le pregunté a Simon. No lo sabía.
Besamos por turnos a la novia.
El novio estaba coloradote y miraba con cara rara la fantástica fuente para quesos, elegida por Carine, que su mujer acababa de desembalar. Era un artilugio ovalado con asas en forma de vid y hojas de parra de Plexiglas.
No parecía muy convencido.
Nos sentamos en el extremo de una mesa, donde nos recibieron con los brazos abiertos los dos tíos de la novia, que estaban ya bastante achispados.
– ¡Gé-rard! ¡Gé-rard! ¡Gé-rard! ¡Eh, chavales, traed de comer a estos amigos! ¡Gérard! Pero ¿dónde se habrá metido éste, me cagüendiez?
Entonces llegó Gérard con su tonel de vino, y empezó la fiesta.
Después de la macedonia a la mayonesa con vieiras, la ensalada de brotes con patatas fritas y mayonesa, el queso de cabra y la tarta nupcial, todo el mundo se hizo a un lado para dejar sitio a Guy Macroux y su orquesta.
Estábamos como reyes. No perdíamos ripio, con los ojos y los oídos bien abiertos. A la derecha, la novia abría el baile con su padre al son de un vals interpretado al acordeón, a la izquierda los dos tíos de la novia se enzarzaban en una discusión sobre la nueva señal de prohibido que habían colocado delante de la panadería Pidoune.
Nos parecía todo muy pintoresco.
No. Mejor que eso y menos condescendiente: delicioso.
Guy Macroux se daba un aire al cantante Darío Moreno.
Bigotito teñido, chaleco brillantoso, muy enjoyado y voz de terciopelo.
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