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Anna Gavalda: La sal de la vida

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Anna Gavalda La sal de la vida

La sal de la vida: краткое содержание, описание и аннотация

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«La sal de la vida es un relato alegre, lleno de sonrisas, de juegos, de reyes, reinas y ases, que nos recuerda que todo es posible todavía», ANNA GAVALDA. Simone, Garance y Lola, tres hermanos que se han hecho ya mayores, huyen de una boda familiar que promete ser aburridísima para ir a encontrarse en un viejo castillo con Vincent, el hermano pequeño. Olvidándose de maridos y esposas, hijos, divorcios, preocupaciones y tristezas, vivirán un último día de infancia robado a su vida de adultos. La sal de la vida es un homenaje a los hermanos, compañeros imborrables de nuestra niñez. Una novela con todos los ingredientes que han hecho de Gavalda una de las autoras más leídas y admiradas de la literatura europea: alegría, ternura, nostalgia y humor.

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Al principio no nos atrevíamos siquiera a hablar. Estábamos un poco emocionados, y Simon miraba por el retrovisor cada diez segundos.

Quizá temiéramos oír las sirenas del coche de policía que Carine, muerta de rabia y echando espuma por la boca, había lanzado en nuestra persecución. Pero no, nada. Calma chicha.

Lola iba delante, y yo me asomaba entre los dos desde el asiento trasero. Cada uno esperaba que fuera otro quien rompiera el silencio incómodo.

Simon encendió la radio, y oímos balar a los Bee Gees:

And we're stayin' alive, stayin' alive…

Ha, ha, ha, ha… Stayin' alive, stayin' alive…

La bomba. Era demasiado bonito para ser verdad. ¡Tenía que ser una señal! ¡El dedo de Dios! (No. Era una dedicatoria de Pati a Dany para celebrar el aniversario de cuando se conocieron en el baile de las fiestas de Treignac en 1978, pero eso no lo supimos hasta más tarde.) Entonamos los tres en voz alta: «HA, HA, HA, HA! STAYIN' ALIIIIIIIIVE!…», mientras Simon hacía zigzag por la D 114 desatándose el nudo de la corbata.

Me volví a poner los pantalones, y Lola me pasó su sombrero para que lo dejara sobre el asiento a mi lado.

Con el pasturrio que le había costado, estaba un poco decepcionada.

– Bah -le dije, para consolarla-, ya te lo pondrás en mi boda…

Risas -enooooormes- en el habitáculo.

Volvía a reinar él buen humor. Habíamos logrado sacar al alien fuera de la nave espacial.

Ya sólo teníamos que ir a recoger al último miembro de la tripulación.

Mientras yo buscaba el pueblucho de Vincent en el mapa, Lola hacía de pincha. Podíamos elegir entre Radio Villaconejos FM y Onda Villabotijos. Nada muy fashion que digamos, pero ¿qué importaba? Total, no parábamos de hablar…

– Nunca te hubiera creído capaz de hacer algo así -dijo por fin Lola, volviéndose hacia nuestro chófer.

– Será que con la edad se vuelve uno más sabio -sonrió Simon, aceptando uno de mis cigarrillos.

Llevábamos ya dos horas de trayecto, y estaba contándoles mi viaje a Lisboa cuando… -¿Qué pasa? -preguntó Lola, inquieta. -¿Lo has visto? -¿El qué? -El perro. -¿Qué perro? -El que había en la cuneta…

– ¿Muerto?

– No. Abandonado.

– ¡Bueno, tampoco es para que te pongas así!

– Es que he visto su mirada, ¿entiendes?

No lo entendían.

Y sin embargo ese chucho me había mirado a los ojos y me había leído hasta el alma, estaba segura.

Me entró un mal rollo horrible, pero entonces Lola se puso a recordar nuestra evasión poniéndole la música de Misión imposible y desafinando a gritos para distraerme.

Yo llevaba el mapa y mientras soñaba despierta, repasando en mi cabeza las partidas de la noche anterior. Me la había jugado en la última baza con un póquer de poca monta, pero bueno… Había ganado, y eso era lo importante…

Era como nosotros: por separado no valíamos gran cosa, pero juntos, los cuatro hermanos ganábamos mucho.

La sal de la vida - изображение 9

Cuando llegamos, acababa de empezar la última visita.

Un tipo joven y muy pálido, bastante mugriento y de ojos vidriosos nos dijo que nos uniéramos al resto del grupo en la primera planta.

Había unos cuantos turistas despistados, unas mujeres gordas, una pareja de maestros de escuela interesadísimos, con sus buenos zapatos cómodos para caminar, familias como Dios manda que quieren culturizar a los hijos, niños malhumorados y un puñado de holandeses que no se sabía muy bien qué pintaban ahí. Todos se volvieron al oírnos llegar.

En cuanto a Vincent, no nos había visto. Estaba de espaldas, soltando su rollo con un entusiasmo que no le conocíamos.

Primera sorpresa: llevaba un blazer raído, una camisa de rayas con gemelos, un pañuelito de seda al cuello y un pantalón no muy limpio pero elegante, con vueltas. Iba bien afeitado, con el pelo engominado y peinado hacia atrás.

Segunda sorpresa: el rollo que soltaba no tenía ni pies ni cabeza.

Según contaba, ese castillo pertenecía a nuestra familia desde hacía generaciones. Actualmente, Vincent vivía allí solo, mientras se decidía a sentar la cabeza, formar una familia y restaurar el foso.

Era un lugar maldito porque lo habían construido a escondidas para la amante del tercer hijo bastardo de Francisco I, una tal Isaura de Haut-Brébant, a la que el rey había hecho enloquecer de celos, según contaban, y que era algo bruja a sus horas.

«…Y aún hoy, señoras y señores, las noches de luna llena en el primer decanato, se oyen ruidos harto extraños, algo así como estertores, que suben desde el sótano, el mismo que antiguamente hacía las veces de mazmorra…

»Al reformar la cocina que verán a continuación, mi abuelo encontró osamentas que se remontan a la Guerra de los Cien Años y algunos escudos con el sello de San Luis. A su izquierda, un tapiz del siglo XIII, a su derecha, el retrato de la famosa cortesana. Fíjense en el lunar bajo el ojo izquierdo, señal irrefutable de maldición divina…

»No dejen de admirar las magníficas vistas desde la terraza… Los días en que sopla mucho viento, se pueden ver las torres de Saint-Roch…

»Por aquí, por favor. Cuidado con el escalón.

Que alguien me pellizque o creeré que estoy soñando.

Los turistas miraban con atención el lunar de la bruja y le preguntaban si no tenía miedo por la noche.

– ¡Rediez, sí, pero tengo con qué defenderme!

Señalaba las armaduras, las alabardas, las ballestas y las mazas que adornaban la pared de la escalera.

Muy serios, todos asentían con la cabeza, alzando sus cámaras fotográficas.

Pero ¿qué era todo ese disparate?

Cuando pasamos por delante de él al abandonar la sala, su rostro se iluminó. Oh, fue algo muy discreto. Apenas un gesto de cabeza. La complicidad de la sangre y las amistades antiguas.

La marca de los Grandes.

Ahogábamos la carcajada entre los yelmos y los arcabuces, mientras Vincent proseguía su perorata sobre las dificultades que conllevaba mantener en buen estado tamaña construcción… Cuatrocientos metros cuadrados de tejado, dos kilómetros de canalón, treinta habitaciones, cincuenta y dos ventanas y veinticinco chimeneas pero… todo sin calefacción. Y sin electricidad. ¡Ni agua corriente, ahora que lo pienso! Lo que explica también la gran dificultad, para este humilde servidor, de encontrar novia…

La gente se reía.

«… He aquí un retrato del conde de Dunois, uno de los poquísimos que existen. Fíjense en el escudo de armas, que volverán a ver esculpido en el frontón de la gran escalera, en la esquina noroeste del patio.

»Estamos entrando ahora en una recámara reformada en el siglo XVIII por mi tatarabuela la marquesa de La Lariotine, que venía de montería por estos parajes. Bueno, digamos que venía a cazar en el sentido amplio de la palabra, por desgracia… Y mi pobre tío el marqués no tenía nada que envidiarle a ese hermoso ejemplar de diez cuernos que han podido admirar hace un momento en el comedor… Tenga cuidado, señora, es frágil. Por el contrario, les recomiendo encarecidamente que echen un vistacillo al pequeño cuarto de baño… Los cepillos, los frascos de sales y de ungüentos son todos originales… No, eso, señorita, es un orinal de la segunda mitad del siglo XX, y eso, un cubo para cuando tenemos goteras…

»… Henos aquí ahora ante la parte más hermosa del castillo, la escalera de caracol del ala norte con su soberbia bóveda de cañón anular. Una obra maestra del Renacimiento…

»Gracias por no tocar, pues el tiempo también lleva a cabo su gran obra, y el roce repetido de mil dedos es, para la piedra, tan cruel como mil estocadas…

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