Manuel Vicent - Balada De Caín

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Balada De Caín: краткое содержание, описание и аннотация

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Desde el desierto del Génesis hasta el asfalto de Nueva York, la figura de Caín navega en el corazón de todos los mortales. Manuel Vicent nos recuerda cómo el perfil del fratricida se funde con nuestra memoria, transgrede el tiempo y vive errante por la tierra reencarnándose en sucesivas figuraciones.

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– Caín, no olvides la flauta.

– Lo sé.

– Puedes regenerarte si creas una nueva melodía.

Quise llevar también a la mona conmigo. Crucé la explanada del puerto de Jaffa y allí, como en Biblos, los buhoneros, mendigos, saltimbanquis y navegantes se unían con el trasiego de mercancías que movían los esclavos hasta la jurisdicción de los estibadores. El festín en honor a nuestro gordito y feliz soberano se celebraba en una gran jaima montada en el lado norte de la muralla, en medio de un huerto de higueras, cipreses, magnolios, palmeras y sonido de una fuente en la sombra. La tela de la carpa cernía en el recinto una luz de tonalidad caliente y ésta envolvía a un centenar de invitados que estaban echados o sentados en el aspa de sus piernas sobre alfombras y almadraques, en torno a las labradas bandejas donde fulgían recentales asados entre teteras y jarras de vino. Cuando entró Abel en la jaima se produjo un gran silencio debido a que su hermosura dejó prendada de repente y enmudecida a aquella gente principal de Jaffa con sólo cruzar la breve distancia hasta el calcañar del rey shívoe, donde mi hermano se postró y quedó ovillado como un gato. Yo no osé transgredir el primer círculo de la entrada. Allí comían guardianes, escoltas, sicarios y sayones. Dejando la mona a mi diestra, me acomodé junto a Varuk, el cual me presentó aquel cotarro de guardaespaldas. Todos conocían mi nombre gracias a la marca del puñal que usaban, pero el gorila dijo que yo era flautista y esto sorprendió mucho a la concurrencia. Aquellos tipos lucían en la cadera diversos alfanjes, cuchillos y otros hierros con mis iniciales inscritas, y para halagarme comenzaron a ensalzar la calidad de tales armas y el rigor con que penetraban en la carne del contrario.

Las habían adquirido en distintos puntos de la geografía y al parecer carecían de rival. Les agradecí los elogios y luego me dispuse a escuchar sus comentarios acerca de los cataclismos que se avecinaban y las noticias que habían traído los navíos sobre una guerra inminente. Los rumores más aciagos se habían extendido por las islas del Mediterráneo y también por la costa que linda con el desierto, pero los malos presagios no ahorraban el apetito. Al contrario, lo excitaban. Después del cordero asado hubo requesón con miel, dátiles de Libia, dulces de leche con canela y mazapanes de anís. Múltiples y felices regüeldos se extasiaban sobre las cúpulas de las teteras hirvientes y, mientras saboreaban exquisitos manjares, los comensales no cesaban de hablar de aquellos titanes acuáticos que venían a sembrar la muerte o la destrucción. En ese momento, un criado se acercó a soplarme un recado en el oído. Volví el rostro. Descubrí que Abel se preparaba para danzar. El criado me dijo que el rey esperaba de mí que amenizara el final del banquete con la flauta. Fue una creación personal a instancias de la inspiración. Abel lucía una sucinta tela de lino a modo de faldellín que le cubría el sexo y la bolsa de las joyas. El resto del cuerpo estaba desnudo y recién arañado por mi amor. Yo quería enhebrar una melodía que diera la sensación de infinita arena ondulada y, a la vez, que el sonido tuviera un carácter de reptil o de algo pérfido que atravesara los difusos senos de la memoria. Inicié unos compases marcando el ritmo y Abel se puso a bailar, y la luz de la jaima filtraba sobre su piel de caoba el último resplandor de la tarde.

Había en el Club de Jazz el mismo grado de luz, no fabricada por el sol de Jaffa, sino por los reflejos de los licores en los vidrios y el local también se encontraba lleno de compinches. Policías o sicarios ocupaban varias mesas, representantes de órdenes religiosas o sectas del más allá se alineaban en las bancadas laterales, por las barandillas caían racimos de delincuentes comunes, proxenetas, navajeros, personajes ungidos y gente del hampa. Helen y los amigos se habían sentado en la escalera que conduce al altillo y en medio de un revuelto de prohombres y desechos urbanos, rodeado del cariño de todos, me encontraba solo tocando el saxofón, y Abel no bailaba, puesto que tal vez había muerto. Un perro dormía al pie de la tarima. Con el instrumento yo sacaba una lengua de fuego que iba reptando entre las mesas y visitaba el vientre de la clientela. Soplaba el saxofón para los amigos y mientras tanto pensaba en la felicidad. Sabía que a través de una sensación oscura podría alcanzar aquella costa donde mi cuerpo permanecía intacto. Tienes que saber, hermano, que en un punto del espacio, en un instante del tiempo, tu vida permanece detenida o congelada como un fragmento de belleza, y uno puede elegir de toda su existencia ese momento dorado para convertirlo en una aspiración o en un sueño. El hilo de la música me conducía hacia el pasado, y desde el Club de Jazz, situado en una esquina del Soho, vivía otra vez con vibraciones exactas aquellos felices días perdidos. Me concentraba en el cero del testuz y por él me deslizaba y me iba. Bajo la inspiración de la música, anoche la memoria era una corriente subterránea que había llenado un profundo acuífero donde caían bengalas. De repente, aquella cavidad quedaba iluminada durante una fracción de segundo y en el interior de sucesivos relámpagos yo me veía deslumbrado en el desierto, detrás de las figuras de Adán y Eva, en compañía de una cabra o cabalgando en un camello por el arco de la Media Luna Fértil o amando a Abel en un nido de ametralladoras o cegado por la explosión de una mina que se llevó a mi padre por los aires o echando un pulso con Jehová con los codos en el altar del sacrificio o acuchillando a una pantera negra y esmeralda de un modo levítico o grabando puñales en Biblos o retozando en los prostíbulos de esta misma ciudad o navegando en el bajel de Shívoe o remontando desde Jaffa el pedregal de judea hasta llegar a Jericó a lomos de un pollino reacio. Se sucedían instantáneas de mi estancia a orillas del Mar Muerto, de las travesías que hice como guía de caravanas por el valle del Jordán, con paradas rituales en Betel, Siquem y Megiddo, y aquel verano en que visité el palacio de Cnosos, en creta, y las sagradas piedras de Menfis. No sólo era el tiempo el que transcurría o el espacio el que se extendía en mi memoria. También había secuelas en los sentidos: residuos de placeres, odios, terrores, deseos, amores y tedios que habían dejado una grieta en mi carne. ¿Cuándo había sido más feliz? Yo había sido más feliz en un momento del que no recordaba nada, aunque hubiera marcado mi alma con una huella. La dicha consiste en esa sensación de no haber vivido. Bajo el imperio de una melodía de carbón y el fragor de los aplausos, yo contemplaba desde fuera la imagen de mi cuerpo por las calles de Manhattan. Andaba abrazado a una bolsa de botellas de whisky y en los bolsillos llevaba zanahorias y frascos con minerales y toda mi aspiración era convertirme en un buen músico. ¿Tenía algo que ver esta ciudad con aquella silueta que mi madre vislumbraba en el fondo de un lago transparente en tiempos de Jehová? ¿Esta melodía sería la misma que en las noches del edén Eva escuchaba en soledad y que se debía a maderas y metales desconocidos? Recuerdo la primera vez que oí pronunciar el nombre de Nueva York. Fue en una playa de sal, a orillas del Mar Muerto. Caían bombas. Un soldado me dijo:

– ¿Sabes, muchacho? Allá por donde se pone el sol existe un reino que desbordaría tu imaginación si habitaras en él.

– ¿Me hablas de un nuevo paraíso?

– Sí.

– He visto ya demasiados paraísos en la tierra -le contesté-. En realidad soy un especialista en ese tipo de jardinería.

– Allí no existen jardines. Todas las flores son de sangre y las rosas se abren bajo tierra y exhalan un perfume negro a través de las alcantarillas.

– ¿Y también se cultiva el amor en aquel paraje?

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