Manuel Vicent - Balada De Caín
Здесь есть возможность читать онлайн «Manuel Vicent - Balada De Caín» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Balada De Caín
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Balada De Caín: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Balada De Caín»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Balada De Caín — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Balada De Caín», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Él parecía un pionero, algo así como el fundador de aquella carnada donde en cierto modo había jerarquías, y sin duda este hombre rata mandaba. O, en realidad, gobernaba el sueño perenne de sus camaradas. Mientras devorábamos los manjares del subterráneo vi que se acercaba una nueva formación de cocodrilos por la cloaca máxima:
– Ya están otra vez aquí- dije. -Déjalos en paz. Van dando vueltas al laberinto.
– Puede que sea el desfile más estético que he presenciado nunca. ¿Cómo han llegado a nuestro nivel?
– Por la ley de la gravedad -contestó el hombre rata.
«Algunas damas de alcurnia traen pequeños recuerdos tropicales de sus vacaciones en Miami. Allí adquieren caimanes infantiles que amorosamente acunan en brazos y sacan a pasear al Central Park en cochecillos de bebé y luego dejan flotar en las bañeras de sus mansiones o apartamentos de Manhattan, pero estos animales van creciendo y llega un día en que las damas de alcurnia quedan horrorizadas ante su tamaño, si no se han aburrido con anterioridad, y entonces los meten en la taza del retrete y tiran de la cadena. Desde lo alto de los rascacielos, los caimanes se van despeñando por sucesivas tuberías y en su caída atraviesan despachos, oficinas, galerías de arte, casas de citas, comercios, salas de fiesta, almacenes, estaciones de suburbano, hasta caer en plancha sobre la última charca de la alcantarilla. Unos se despanzurran y otros se salvan. Favorecidos por el clima tropical que se desprende de los conductos de la calefacción, algunos cocodrilos comienzan a medrar. La oscuridad les vuelve ciegos y blancos debido a la carencia de luz. Entre ellos se reproducen, cada día son más numerosos y no hacen sino dar vueltas al circuito de la cloaca de forma perenne, en silencio, divididos en manadas.
– Lo mismo sucede con nosotros -dijo el interlocutor en el fondo del pozo ciego-. Algunos hemos alcanzado este interior por propia voluntad y otros han sido arrojados a él como los caimanes. Nuestras colonias subterráneas se reproducen continuamente.
– ¿Existen también mujeres rata?
– Sí.
– Me gustaría conocer alguna.
– No serías capaz de distinguirla. Ni por la figura ni por la voz. Yo soy una de ellas. Tal vez.
– ¿Es cierto eso?
– Sí.
– ¿Hay niños rata?
– También.
– En este caso, en el séptimo sótano habrá algún tipo de mando.
– No.
– Alguna clase de organización.
– La organización es el propio sueño. En cada colonia hay un encargado de vigilar que el sueño de los demás sea respetado. En esta encrucijada de la alcantarilla, yo gobierno el letargo de mis camaradas.
El hombre rata le formuló una pregunta sin sentido al perro, algo que yo no entendí, y luego lo acarició especialmente. El perro aulló como un coyote y siguiendo un largo camino por la línea de la cloaca me llevó por un atajo del subterráneo hasta dejarme en la vertical de la calle 23 con la Octava Avenida. Allí había una salida casi directa aunque todavía tuve que trepar por diversas escaleras de hierro oxidado, recorrer rampas, pasarelas y galerías, pero la luz, que ya venía directamente del exterior, me iluminaba cada vez con más potencia el cráneo que me chorreaba de humedad. El perro me sacó a la superficie muy cerca del Hotel Chelsea y al llegar al vestíbulo él se acomodó junto a la chimenea encendida, observó los cuadros de las paredes, el águila de bronce de pico ladeado y alas de mariposa, las cabezas de mono con la boca abierta que servían de tiradores a una mesa, las patas de medusa de una escultura que había bajo el espejo, la figura cubista de una mujer en un óleo. El perro miró todo eso y bostezó, y al instante se durmió. El conserje me dijo que el casillero lo tenía atiborrado de mensajes urgentes y que el teléfono no había cesado de sonar para mí. Helen había llamado varias veces, pero en general el conserje no había escuchado sino voces histéricas de desconocidos sólo interesados en darme parabienes y en ofrecerme negocios. En la habitación encontré una cesta de flores que tenía prendida en un tallo de lirio una tarjeta con esta dedicatoria escrita a mano: Caín, deseo que un día introduzcas en mi vientre el puñal de un amor ardiendo. Estaba un poco aturdido y por la ventana caía el crepúsculo un poco lívido de otoño. ¿Qué había hecho yo durante algunas horas fugaces? Apenas recordaba nada. Eran imágenes difusas de aquella mañana en que zarpé de Biblos a bordo de un trirreme arbolado con velas color azafrán que pendían de palos y masteleros de madera de cedro. Llevaba aquella nave el vientre lleno de esclavos y la efigie del propio rey Shívoe, en el fil de roda, en la proa. Tumbado en la cama, también yo navegaba ahora esperando la hora de ir al Club, y por la frente pasaban ráfagas o fragmentos de visiones. Una muchacha rubia que había empañado con su aliento el cristal de una ventanilla del suburbano y había dejado allí una cifra enigmática. Un sacerdote irlandés, rechoncho y rubicundo, con gafas de oro, que nos había metido al Dios único y verdadero en la tripa, tanto al perro como a mí. ¿Sería cierto que me habían regalado una perla negra en Tiffany's del tamaño de un huevo de golondrina? Aquellos peludos y tatuados antebrazos de los polizontes que me querían abrazar en la comisaría se cruzaban con la sensación de los hombres ratas cuyas córneas eran de gelatina fosforescente. Echado en la cama, comencé a leer los telegramas que había recibido en mi ausencia.
Caín, te adoro.
He presenciado tu paso por la ciudad y he visto que una estrella te brillaba en la frente.
Caín, tú no eres el guardián de tu hermano.
Genio del furor, en tus manos he depositado mi ira.
Corto y lleno de tedio es el tiempo de nuestra vida, llénalo tú de olvido, de amor y de venganza.
Había un puñado de cartas perfumadas con esencia femenina, unas me daban aliento y en otras se decía que esa noche se esperaba un gran acontecimiento en el Club de Jazz. En un papel que era de color rosa y venía con un aroma de violeta, alguien me había mandado este pasaje del Génesis escrito con evidente letra de mujer: La voz de la sangre de tu hermano está clamando a mí desde la tierra. Maldito serás tú ahora sobre este mundo, el cual ha abierto su boca y ha recibido de tu mano la sangre. Errante y fugitivo vivirás sobre la tierra, pero cualquiera que dañare a Caín recibirá un daño siete veces mayor. Se esperaba un gran éxito esa noche en el Club de Jazz y me puse a templar el saxofón con los ojos cerrados.
Lo recuerdo muy bien y no puede decirse que uno estuviera genial. Sucedió que el público se me había entregado de antemano y, además, el sonido del metal era tan cálido, tan dulce. En efecto, anoche tuve un gran éxito en el Club de Jazz. Estaban todos. Varias patrullas de la policía ocupaban las mesas al fondo del local en compañía de sus novias o esposas, rubias oxigenadas. Helen y los compinches de la cafetería habían logrado sentarse en la escalera que conduce al altillo y allí se arracimaban fanáticos colgados de las barandillas y el recinto, que había tomado una tonalidad de quisquilla, una densidad de terciopelo, ya se había empapado con el vaho de toda clase de licores. Tenía que ser una sesión especial. Salté al tabladillo e icé los brazos, con la dentadura abierta, bajo una granizada de aplausos y silbidos de beneplácito. A mi lado, Oscar Peterson se hacía al piano y tecleaba algunos compases, Herb Ellis afinaba la guitarra, Ray Brown abrazaba ya el contrabajo y Alvin Stoller se apalancaba la batería en la cruz de los muslos. ¿Quién era yo? Podía elegir entre Sonny Rollins y Coleman Hawkins. También había llegado una representación de escombros humanos que se exhibe en la calle 42 con Times Square: negros puteados, navajeros y distribuidores de mandanga al por menor, proxenetas de cuatro sexos y no sé si había en las bancadas algunos jefes de sectas o pastores de distintas iglesias y también estaba el perro tumbado al pie de la tarima. El resto era gente anónima y frenética que había sido atraída por el reclamo de los pasquines, una avalancha que no amaba la música sino los hechos insólitos y desesperados, por ejemplo, ver a Caín redimido por el saxofón. En medio de aquella expectación, sólo el perro mantenía la calma y se paseaba por el salón rebosante con los párpados caídos hasta que optó por enroscarse sobre la moqueta roja y simular que dormía. Realmente, el perro parecía dormir y por mi parte yo me había preparado otra vez para soñar. Comencé a tocar Tangerine, y en el laberinto de la inspiración se me fue calentando la carne de los labios, y las sinuosas alteraciones de la melodía pronto se convirtieron en un incierto oleaje que me golpeaba el cuerpo como a la amura de una embarcación, pero la presencia del público me obligaba a permanecer consciente todavía. Oía tintineos de hielo en los vidrios, bisbiseo de palabras cada vez más apagadas, y también me escuchaba yo por dentro e incluso veía el mar azul que se mecía y mi corazón que flotaba en él a merced de la soledad. Después interpreté Shine on Harvest Moon. Al iniciar esta segunda pieza sonaron grititos de placer entre los amigos y en seguida mi memoria se puso a navegar durante la travesía de toda la balada. Todo fluía. Yo estaba sentado en cubierta, a la sombra de la vela cuadra que cernía una luz violeta, y el arcángel, o gorila, cuyo nombre era Gabriel o Varuk, adujaba diversos cabos con las piernas colgadas por la borda. La embarcación del rey Shívoe, enamorado de Abel, iba de empopada rumbo a Jaffa sin perder de vista la costa, que a babor nos ofrecía una silueta muy mineral. Habíamos zarpado del puerto de Biblos a buen son de mar, con la bodega del navío bien arranchada de esclavos, ánforas vinarias y especias orientales, además de perfumes, muestras de trabajos sobre papiro y diseños de joyería. Formaban la tripulación diez marineros fenicios procedentes de Tiro y, aparte, el reyezuelo contaba con la guardia personal, compuesta por un número no determinado de servidores que obedecían las órdenes de aquella especie de punto medio entre un antropoide y una criatura celestial. Siete días de navegada nos separaban de nuestro destino, y durante la primera mañana todo discurrió sobre aguas de dulzura que la aurora había teñido de púrpura y no hubo ningún percance. Albatros de lentas alas volaban por encima del palo mayor y Varuk guardaba silencio. Tampoco el grumete nubio subido a la cofa avistaba nada en el horizonte y yo me retorcía la memoria tratando de recordar dónde había vislumbrado aquel ser peludo y hermético que me miraba a veces con unos ojos llenos de fuego y de ironía. En el castillo de popa iba recostado en almohadones el gordito Shívoe, desnudo, degustando con lasciva lentitud granos de uva rosada, y suavemente abatido bajo sus caricias se extendía el cuerpo de Abel. Los dedos redondos y anillados del rey llegaban hasta su carne de caoba.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Balada De Caín»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Balada De Caín» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Balada De Caín» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.