Harod y Téondil se ven envueltos en una inesperada misión tras su desconcertante encuentro con Xáinvier: hacer llegar una importante misiva al líder de los airins. Se adentrarán en ese misterioso y desconocido lugar sin ser conscientes del gran y terrorífico poder que envuelve la carta y con la que sienten, abrumados, que el destino del mundo está en sus manos. Mientras Lékar comienza a dudar de su papel en el asedio tras las rencillas que surgen con la llegada de los reyes, en el interior de Álanor, Iva tendrá que lidiar con el dolor del desprecio, las mentiras y las ocultaciones de su fragmentada familia. En Wahl, la Sombra ha colocado a Kréinhod ante una inquietante encrucijada, pues su repentina marcha por resolver ese misterio le lleva a un destino tan incierto como a su reino, el cual queda sumido en una sucesión de extraños enfrentamientos, traiciones y muertes.
© del texto: F. J. Medina
© diseño de cubierta: Equipo Mirahadas
© corrección del texto: Equipo Mirahadas
© de esta edición:
Editorial Mirahadas, 2021
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Primera edición: septiembre, 2021
ISBN: 978-84-18996-83-2
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Capítulo 1. El río Ímara
Capítulo 2. Álanor
Capítulo 3. En las nubes
Capítulo 4. Ethernia
Capítulo 5. Wahl
Capítulo 6. Álanor
Capítulo 7. Ethernia
Capítulo 8. Ilien
Capítulo 9. Ethernia
Capítulo 10. Thandroll
Capítulo 11. El valle de los unicornios
Capítulo 12. Wahl
Capítulo 13. Álanor
Capítulo 14. Álanor
Capítulo 15. El valle de los unicornios
Capítulo 16. Álanor
Capítulo 17. El valle de los unicornios
Capítulo 18. Wahl
Capítulo 19. Thandroll
Capítulo 20. El valle de los unicornios
Capítulo 21. Álanor
Capítulo 22. Álanor
Capítulo 23. Wahl
Capítulo 24. El valle de los unicornios
Capítulo 25. Thandroll
Capítulo 26. Álanor
Capítulo 27. Wahl
Capítulo 28. Khällas
Capítulo 29. Greyworld
«Sí, quiero salvarlo». Las palabras con las que selló el pacto con aquel tipo brotaban de vez en cuando en su cabeza, torpedeándole como si su mente quisiera avisarle de que se había equivocado y aún estaba a tiempo de dar media vuelta y regresar a casa. Pero no podía, y no por un motivo, sino por dos. Era un Thunderlam, por lo que su palabra valía más que la de cualquiera, y si la había dado como firma en un contrato verbal, debía respetarla. Y pensaba hacerlo. Faltar a ella no se le pasaba por la cabeza. Además, el encargo tampoco parecía difícil ni excesivamente peligroso, sobre todo teniendo de su parte a un mago y una elfa. El otro motivo era Téondil… «Ethernia está al sur, tal vez le guste. Si no, podría ir a Harrezión, que está al lado».
En Haivind habían oído rumores acerca de un asalto a la fortaleza de Valiar, el cual además habría tenido éxito por parte del ejército de Khormonh. «Y las Estrelladas, pero también un ejército de bestias y brujos negros…». Harod sabía que eso solo podían ser habladurías, que era imposible que facciones así se unieran y que además tuvieran éxito en tamaña empresa. Valiar no podía caer, era imposible. «Y Kronh los habría auxiliado, como siempre ha hecho». Eso le habían enseñado en la escuela, en las lecciones de historia, pero también en las de estrategia militar.
Tras abandonar la ciudad de los ladrones y asesinos por la mañana, cabalgaban a trote suave hacia Bollvos, un poblado en el que tenían previsto coger una barcaza para surcar el Ímara hasta Saha. Quedaba poco para la puesta de sol, rojiza y anaranjada sobre la árida y despejada tierra por la que deambulaban. Las pequeñas montañas que veían al fondo eran su guía, puesto que aquel pueblo se encontraba al otro lado de ellas. No faltaba mucho para acampar y descabalgar, descansando así de la silla de montar.
—¡Silencio! —ordenó de pronto la elfa, tirando de las riendas para detener su caballo.
—¿Ocurre algo, Taria? —preguntó al pararse.
—¡Callaos un momento! —insistió ella, esta vez alzando la mano de manera enérgica para otorgar mayor énfasis en su petición. Quedó concentrada, con los ojos cerrados—. Se acercan. Sie… No, ocho. Nueve, nueve jinetes. —Volvió su equino, asió su arco y preparó una flecha.
—¿Nueve jinetes, elfa? —espetó Karadian.
—Sí, nueve. Y no parecen traer buenas intenciones.
—Entiendo —musitó el mago, situándose junto a ella, a su derecha.
—Yo no veo nada —comunicó Téondil—. Aunque claro, yo no tengo ni oídos ni vista de elfo. ¿No deberíamos aprovechar y salir pitando? Podríamos dejarlos atrás, o despistarlos.
—Imposible —apuntó Taria—. Aquí no hay forma de despistar a nadie, y después de llevar en camino todo el día no podemos poner al galope a los caballos. Están cansados y aún falta mucho para llegar al pueblo ese. Hay que hacerles frente.
Entonces Harod vio cómo de la manga izquierda de Karadian descendía sigilosamente una soga negra, la cual iba introduciéndose en la tierra, mientras que vio también que del brazo derecho salía otra hacia el frente, quedando depositada delante de su caballo. Desenvainó su espada, llevando su caballo a la izquierda de la capitana, protegiendo ese flanco.
—¡Quédate atrás, Teon!
Una nube de polvo se hizo visible en el horizonte.
—¿Puedes verlos?
—Sí, son nueve, como he dicho. Ponte atrás.
—¿Qué? No pienso quedarme atrás —apuntó, molesto.
—Haz caso a la elfa —agregó Karadian—. Deja esto a los mayores.
—¿A los qué? ¡Soy Harod Thunderlam! Estoy más que preparado para hacer frente a unos bandidos de mala muerte.
—¿Cómo sabes que son de mala muerte? —inquirió la capitana.
—Eh…
—Harod, he topado con bandidos que son increíblemente hábiles con la espada o el arco. ¿No aprendiste a no subestimar de antemano a tus oponentes?
Las palabras de la elfa lo hicieron callar y recapacitar en silencio, aunque bajo ningún concepto se quedaría atrás, junto a Téondil. Ya podía ver él también a los jinetes, aunque aún no los distinguía bien.
—No te preocupes —le dijo la elfa, tensando el arco—. Para cuando lleguen no serán más de un par.
—¡Espera! —exclamó—. ¿Y si no vienen por nosotros? Taria, no puedes matarlos sin antes saber qué es lo que quieren. Lo mismo solo siguen nuestro mismo camino, hacia… el puerto ese —dijo tras no recordar el nombre del pueblo.
—Chico, esos vienen a por nosotros —habló el mago—. A galope tendido es el único lugar al que pueden llegar. Bollvos aún queda lejos y machacarían sus caballos mucho antes de alcanzarlo. Está claro que somos su objetivo.
—Pues démosles algo de dinero y que se vayan. Mejor eso que matar a nadie.
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