F. J. Medina - La balada del marionetista II

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La balada del marionetista II: краткое содержание, описание и аннотация

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Harod y Téondil se ven envueltos en una inesperada misión tras su desconcertante encuentro con Xáinvier: hacer llegar una importante misiva al líder de los airins. Se adentrarán en ese misterioso y desconocido lugar sin ser conscientes del gran y terrorífico poder que envuelve la carta y con la que sienten, abrumados, que el destino del mundo está en sus manos. Mientras Lékar comienza a dudar de su papel en el asedio tras las rencillas que surgen con la llegada de los reyes, en el interior de Álanor, Iva tendrá que lidiar con el dolor del desprecio, las mentiras y las ocultaciones de su fragmentada familia. En Wahl, la Sombra ha colocado a Kréinhod ante una inquietante encrucijada, pues su repentina marcha por resolver ese misterio le lleva a un destino tan incierto como a su reino, el cual queda sumido en una sucesión de extraños enfrentamientos, traiciones y muertes.

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Alzó nuevamente la vista para otear la situación. Y nuevamente presenció algo que no le hubiera gustado ver. La cuerda del mago rodeó a dos bandidos con un único lazo, por el cuello, estampándolos uno contra el otro al estrechar el círculo, dejándolos con las cabezas pegadas la una a la otra. La cuerda, la que aún seguía siendo cuerda, se afinó al tiempo que mutaba como había hecho el mago con la otra, convirtiéndose en un aparente alambre, el cual continuó cerrándose, cada vez más, sobre ambos cuellos, adosados el uno con el otro. Uno de los bandidos tenía una flecha clavada en el muslo, señal de que ya había sido neutralizado por la capitana, pero, aun así… No supo distinguir si aquello transcurrió tan despacio como él lo percibió o si fue algo fugaz que se le hizo eterno hasta que ambas cabezas cayeron rodando sobre el firme. No pudo evitar el vómito que brotó de su estómago y atravesó su garganta.

—¡Déjalo! —exclamó Karadian, haciéndole levantar la vista, primero hacia él, y después hacia Taria. Estaba preparada para lanzar una nueva saeta, apuntando hacia aquel al que acababa de derribar y que continuaba retorciéndose en el suelo—. Que regresen y hagan correr la voz —esgrimió el mago con gran severidad tanto en su voz como en su mirada.

—Yo también he vomitado, y tres veces —le confesó Téondil cuando llegó, vacilante, hasta él. Le vio con la camisa rasgada por el hombro, manchada de sangre, pero no fue capaz de preguntarle por ello. Se dejó llevar hasta llegar al pueblo hacia el que se dirigían.

Habían zarpado al amanecer. No les costó nada encontrar barcaza en el poblado de Bollvos, pues Karadian fue a tiro fijo a la hora de contratar los pasajes. Como bien les había informado, ese era su medio habitual de transporte entre Saha y Haivind, por lo que era conocido allí y sabía perfectamente a dónde dirigirse. El mago fue generoso a la hora de contratar el transporte, así como al abonar las habitaciones de la posada en la que pasaron la noche. Era vieja, roída y no demasiado limpia, pero por lo que había visto del poblado, no podrían haber encontrado algo mejor. Bollvos era un pequeño y andrajoso pueblo que basaba toda su economía en un puerto que servía de enlace entre Haivind y Saha sobre todo, un puerto casi tan grande como el resto del pueblo en el que también había numerosas posadas, las cuales solían estar llenas de marineros y mercantes de una sola noche. A nadie le apetecía pasar dos días allí, ya que el olor a pescado era muy intenso en todo el pueblo, y si lo hacían era solo porque debían esperar la llegada del transporte adecuado para el género con el que comerciara.

—Aunque no me guste y no me caiga bien, debo reconocer que es una suerte que venga con nosotros —comentó Teon, sentado en otra silla a su lado en el tejadillo que había sobre la cabina de mando de la barcaza, el cual el capitán utilizaba como terraza particular. Karadian, en cambio, estaba de pie en proa, oteando el río por el que navegaban. Era el más largo y caudaloso de todos, y tan ancho que la vista se perdía sin hallar la orilla contraria.

—Lo que hizo con aquellos tipos… —musitó Harod, contemplándolo también.

—Sí —suspiró Teon—, a mí también me pareció un… poco exagerado.

—Fue excesivo, no había necesidad de matarlos, y menos de ese modo. En la taberna casi mata a aquellos tipos. Cuando llegamos vimos al tabernero asfixiándote y al otro aplastando a Taria… Tuve que pararle, si no…

—Se ve que está acostumbrado a matar —anotó Teon—. Dijo que tiene un salvoconducto del clan… Haziz. Según explicó, Haivind está dividida en for… barrios, o como sea, de ladrones y asesinos. Seguro que los Haziz son asesinos.

—Puede ser. ¿Te acuerdas del dragón ese que hay en el lago del bosque? ¿Ese tan grande, negro?

—Cómo olvidarlo…

—Karadian sabe su nombre. Conoce el puto nombre de ese dragón, Teon. ¿Cómo puedes explicar que conozca el nombre de un dragón al que nadie antes había visto, uno que luchó además del lado de Hakrott el Oscuro?

—Es… extraño. Incluso para un tipo como él. ¿Cuál… cuál es el nombre?

—¿El nombre?

—Sí, el del dragón. ¿Cómo se llama? ¿Llamaba?

—Backarión… Backarión Pesadilla Tenebrosa…

—Backarión… Pesadilla Tenebrosa… —susurró Teon, absorto en el nombre—. Pues estaría bien preguntarle al respecto, aunque fuera solo por curiosidad —dijo tras una breve pausa.

—No, ya… ya le pregunté por ello y no está dispuesto a hablar del tema.

Atrás dejaron las aguas del pequeño río Yabo, discurriendo ahora su camino por el impresionante Ímara. El río más largo de Ixceldior los había dejado anonadados por la extraordinaria anchura de su cauce, por la que veían cruzarse barcos y barcos más propios de surcar mares que de remontar ríos, y lo hacían sin estorbarse lo más mínimo. El capitán apareció ante ellos tras subir por los barrotes de hierro de la escalera.

—¿Han desayunado bien los caballeros? —preguntó Hopaniro, aunque todos le llamaban Hop, capitán, o capitán Hop. Era fornido, aunque no era un tipo alto, pero imponía respeto. Era calvo y con una prominente y negrísima barba redondeada, y extremadamente cuidada en apariencia. Teon le dijo que debía de emplear en ella algunos aceites o jabones especiales para ello, alguno de los cuales debía de oler a albaricoque ya que de manera muy sutil le llegaba dicho aroma. Llevaba remangadas sobre los codos las mangas del corto jubón de lana, rojo y con una franja diagonal verde desde el hombro izquierdo a la cadera derecha. Los pantalones de lino negro no eran muy anchos, recogidos con unos dobladillos hasta subirlos por encima de los tobillos, como también hacían el resto de los tripulantes. Iba descalzo, también como los demás.

—Sí, y generoso como los anteriores —contestó condescendiente Harod mientras el capitán sacaba del arcón que había a su izquierda una silla plegable de tela, sentándose y mirando hacia ellos. Calculaba que tendría cincuenta y pico años.

—Bueno, por ponerle alguna pega, yo echo en falta algo de aceite de oliva —apuntó Teon.

—¡Aceite de oliva! —exclamó Hop levantando y abriendo bien ambas manos, como clamando al cielo, pero con la mirada puesta en Téondil—. Claro, cómo no. Pero ¿para echarlo en mis deliciosos bollitos blancos, o más bien para frotarte el cutis y enjugarte tus bonitos cabellos rubios?

Harod no pudo evitar las carcajadas, ni intentó reprimirlas, contagiado al mismo tiempo por la estruendosa risotada del capitán, quien no apartaba un instante la vista sobre su amigo.

—Ja… Ja… Ja. Me parto de risa… —esgrimió Teon, al que Harod había visto alguna vez ponerse una gota de aceite alrededor de los ojos.

—Risa es que te parezca poca cosa mi desayuno —dijo el capitán, que extrañamente no parecía molesto por el comentario de Téondil. Seguía mostrándose afable y risueño, igual que al embarcar—. Esos bollitos blancos y blanditos son una delicia, mi cecina es de primera, y tenéis también tres tipos de queso: blanco, blando y picante. Y las mermeladas de fresas y albaricoque qué, ¿alguna pega? Seguro que no porque los tarros bajan de nivel cada mañana. De la morcilla tampoco creo que tengáis quejas, y las naranjas… ¿Sabéis lo difícil que es conseguir naranjas por estos lares? Son caras y ya van vendidas de antemano. He tenido que pagar mucho por esos tres sacos, pero bueno, al señor Karadian —dijo, desviando la vista hacia el mago, que aún seguía en pie observando el curso del río— le gustan. Una de sus manías es tomarse un vaso de zumo de naranja al desayunar, por lo que os rogaría que no las consumierais en exceso porque no estoy seguro de que haya las suficientes hasta llegar a Saha. No le gustaría.

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