La doctora grita push harder, push harder, y las enfermeras chillan pujando y empujando más fuelle, señora, deben de ser boricuas porque no dicen fuerte, sino fuelte, y Sofía sigue respirando conmigo en la fase dos, inhalando y exhalando el uno, dos y tres, uno, dos y tres, y yo sigo muy orgulloso en mi papel de entrenador que no pierde el dominio de las circunstancias. Entonces Sofía grita ¡no puedo, no puedo más!, y la doctora keep pushing, keep pushing, it’s coming out, don’t give up on me now!, y el psicópata de la anestesia observa todo impávido, mirando desde la ventana, babeando de felicidad al ver a Sofía con las piernas abiertas, y las enfermeras alborotándose ya sale, señora, ya está saliendo, puje, empuje, bendito nene, y yo no sé por qué estas tres enfermeras rollizas tienen que gritar como una muletilla bendito nene, bendito nene, pero me están volviendo loco. Sofía grita desesperada ¡no puedo más, no puedo más!, y deja de respirar, se pone toda tensa y colorada y puja con sus últimas fuerzas y yo siento que está a punto de desmayarse y que yo también podría colapsar en cualquier instante. Entonces le digo fase tres, Sofía, fase tres, porque pienso que es el momento crucial en que debemos recurrir a la técnica Lamaze número tres, que consiste en respirar de un solo golpe, ya no en tres turnos, corto y muy rápido, casi como hiperventilándose, pero asegurándose de inhalar bien y botar el aire al mismo ritmo.
Sofía no me acompaña en la fase tres, sólo yo hago esta respiración extraña y frenética, mientras el chino psicópata de la epidural me mira con aire burlón y Sofía chilla de dolor y yo le recuerdo fase tres, mi amor, fase tres, y entonces ella grita súbitamente ¡cállate, carajo, métete la fase tres al culo y deja de joderme con esa estupidez! Ahora las enfermeras me miran muy molestas como diciéndome sí, cállese, señor, no moleste a la señora, bendito nene, y la doctora grita its coming, its coming, I got the head already, give me a final push, give it to me! Entonces Sofía saca fuerzas del enfado, se ve que le ha hecho bien gritarme, pero la culpa no la tengo yo, la tiene la profesora Milligan, cuyas técnicas de respiración Lamaze han resultado un fiasco, según me consta.
Tras mandarme callar a gritos, Sofía parece encontrar fuerzas en aquella rabia y puja y empuja con todo su amor maternal y grita como un animal herido, entregando sus últimas fuerzas en ese envión desesperado que descarga ahí abajo entre las piernas. Entonces oigo un llanto, un chillido, y veo maravillado que la doctora sostiene en brazos a un bebé manchado y asustado que llora sin cesar. Luego anuncia con emoción Its a girl, its a girl! Sofía me mira llorando y yo lloro emocionado, las piernas temblándome. Las enfermeras limpian a la bebita, se la entregan a Sofía y ella le besa la cabecita, las mejillas rosadas, y yo lloro mirando a esa persona frágil, inocente, aterrada, pero ahora menos porque de pronto se calma en los brazos de su madre y deja de llorar como sintiéndose protegida. Sofía la llena de besos llorando y le dice hola, María Gracia, hola, mi amor, y yo me acerco y le doy un beso en la cabecita todavía mojada y en seguida la bebita busca el pezón de Sofía, abre su boca inquieta y comienza a chupar el pecho de su madre. Entonces se calma un poco y yo beso a Sofía en la cabeza, llorando, viéndola llorar, sin poder creer que después de todo ha nacido esta niña que yo quise matar y que Sofía protegió con tanto coraje y que ahora me regala como el más perfecto regalo de amor.
Le digo te amo, te amo, gracias por hacerme papá, siempre te amaré por esto, es el momento más feliz de mi vida, y Sofía me mira con ternura y dice yo también te amo, por eso no pude abortar. Conmovido, maravillado, veo que mi hija me observa mientras succiona el pecho de su madre y creo que me mira con curiosidad y casi sonríe al mirarme, y yo le digo hola, mi amor, bienvenida, yo soy tu papá, ya sé, nada es perfecto, pero te amo, gracias por hacerme tan feliz, y María Gracia toma su leche y yo me recuesto en el pecho de Sofía y lloro como un bebé porque siento que he nacido de nuevo y que esta niña, María Gracia, mi hija, me enseñará a amar.
Más tarde se llevan a María Gracia y Sofía se queda dormida. Las enfermeras me dicen que puedo irme a casa, que Sofía dormirá unas horas porque está sedada y cuando despierte traerán a María Gracia. Beso a Sofía en la frente y camino de regreso a casa. Cruzando los jardines de la universidad, me siento un hombre distinto, más libre y feliz, lleno de un amor que no conocía. Siento que he nacido con mi hija, que soy su hermano, y que juntos aprenderemos a amarnos, que ella me enseñará más cosas de las que yo pueda enseñarle y que me educará en el amor. Nunca me he sentido tan feliz. Lloro por eso. Amo a Sofía por darme esta lección, por hacerme padre a pesar de mi cobardía y mi egoísmo, por enseñarme el amor incondicional. No sé si seguiré viviendo con ella mucho tiempo más, pero estoy seguro de que esta niña, María Gracia, hará mi vida mejor. Nunca me había sentido tan tranquilo, liberado de rencores y amarguras.
Camino por estos jardines hermosos, respirando el aire fresco de la tarde y dando gracias por este día, el más feliz de mi vida. Al llegar a casa, encuentro un fax que ha llegado de España. Es una carta con el sello de Seix Barral, en la que Pere Gimferrer, legendario poeta catalán y director de la editorial, me anuncia que ha leído mi novela, que está muy impresionado y que quiere publicarla. Me emociono y siento que es el primero de los muchos milagros que María Gracia ha venido a hacer en mi vida. Ahora soy padre y van a publicar mi novela en España. Es el día más memorable. Por eso estoy llorando en la cocina. Todo te lo debo a ti, María Gracia, amor de mi vida.
DIEZ AÑOS DESPUÉS
Este miércoles María Gracia cumplirá diez años. Mañana tomaré el avión a París para estar con ella en su fiesta de cumpleaños. María Gracia no vive conmigo, pero nos vemos todos los meses. Vive con Sofía y Laurent en una casa en el distrito dieciséis de París. Sofía y yo nos divorciamos cinco años después de casarnos, aunque para entonces ella ya vivía con Laurent. Tuvimos que esperar cinco años para que yo pudiese hacerme ciudadano de Estados Unidos y en seguida nos divorciamos, de modo que ella pudiera casarse con Laurent. A pesar de que ahora tengo el pasaporte norteamericano con el que tanto soñé, ya no vivo en ese país. Cuando Sofía y María Gracia se fueron a vivir con Laurent, decidí mudarme a España para estar más cerca de mi hija. Pasé un tiempo en Madrid, pero luego comprendí que el aire de Barcelona me venía mejor. Todos los meses viajo a ver a mi hija y pasamos un fin de semana juntos. La amo como nunca pensé que podía amar a nadie. Es lo mejor que me ha pasado en la vida. Por eso no tengo sino amor y gratitud por Sofía, porque nunca olvidaré que ella me regaló a esta hija maravillosa que en algún momento quise evitar.
María Gracia es adorable, no deja de impresionarme, nos reímos mucho juntos. Creo que, para bien o para mal, se parece más a mí que a su madre. Dice que cuando sea grande quiere ser escritora, pero no de libros, porque no quiere ser pobre, sino de películas, que dejan más dinero. Nos encanta ir al cine juntos.
Aunque sólo tiene diez años, le gusta ir conmigo a las películas de niños y también a las de adultos, especialmente si son historias de amor. El mes pasado vimos una comedia norteamericana y nos reímos mucho porque dos perros terminan siendo gays. Nunca le he contado que me gustan los hombres, que soy bisexual, pero tal vez ella lo intuye, y no creo que nada cambie entre nosotros cuando se entere, porque sabe que la amo con todo mi corazón, que estoy orgulloso de ella, que soy su más rendido admirador y que daría mi vida por ella, literalmente daría mi vida por ella. Puede sonar cursi escribir esto, pero es la verdad: sólo hay en el mundo una persona por la que yo entregaría la vida y ella es María Gracia, mi hija.
Читать дальше