Jaime Bayly - El Huracán Lleva Tu Nombre

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Gabriel ama a Sofía pero también le gustan los hombres. Gabriel tiene mucho éxito en televisión, pero lo que ansía de verdad es huir del Perú y dedicarse sólo a a escribir, lejos de la ambigüedad y de la hipocresía que lo envuelven y lo limitan. El huracán lleva tu nombre es una singular historia de amor, dolorosa y gozosa a la vez, con una heroína, Sofía, que fascina por su capacidad de amar, y con un original antihéroe, el narrador, Gabriel, que expone al lector su conflicto a través de una sinceridad a veces hilarante y a veces conmovedora. Una novela que no va a dejar a nadie indiferente.

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Logro eludir el encuentro con su familia un par de noches, pero Sofía insiste tanto que acabo por rendirme, aunque recordándole que no nos conviene dar ante ellos una imagen de pareja feliz porque en pocas semanas dejaremos de vivir juntos. Sofía hace un gesto de tristeza cuando le digo eso, que tengo planes de vivir solo. Espero que no me hagan pagar la cuenta, digo, y ella me tranquiliza, no te preocupes, Peter es un caballero y jamás haría eso. Me consuelo pensando en que al menos veré a Isabel, tan linda y estupenda, y por fin comeré algo distinto del menú de pasta o lentejas que me ha puesto rollizo. Para que Bárbara no me acuse de verme como un pordiosero, porque ya tengo claro que me juzga según mi ropa y mi corte de pelo, decido ponerme el único traje que tengo en el clóset y unos zapatos que detesto porque son elegantes pero muy incómodos. Me siento disfrazado, falso, con esa ropa de hombre serio, como me sentía cuando hacía televisión. Sofía se arregla estupendamente y queda muy bella. Yo recuerdo entonces que Bárbara, el día en que la conocí, me amonestó por usar colonias baratas, así que, como no tengo ningún perfume fino, le pido a Sofía que me preste alguna de sus fragancias, la menos femenina, y ella se ríe, me baña en Chanel, y yo le digo tu madre se va a caer desmayada cuando me huela a mujer, y ella dice, riéndose, no, está bien, este perfume es unisex. Antes de salir, nos miramos al espejo, vestidos ambos de negro, y parecemos una pareja radiante, ambiciosa y feliz: por lo visto, hay espejos benévolos, y el de Sofía, comprado en la feria de baratijas de los domingos, ciertamente lo es. Bárbara quería reunirse con nosotros en el departamento de Isabel, pero yo, para abreviar la noche, insistí con Sofía en citarlos en un restaurante.

Caminamos de prisa por la calle 35, el sosiego habitual del barrio apenas perturbado por el paso de un autobús, y me siento bien cuando Sofía me toma del brazo y ríe de las ironías que digo de su madre, que seguramente vestirá un conjunto muy fino recién comprado en Georgetown Park, el cual devolverá mañana con algún cuento inverosímil que la vendedora tendrá que aceptar, odiando en silencio a esa señora presumida que devuelve casi todo lo que compra. Sé que me van a incomodar con preguntas indeseables que me recordarán mi condición de marginal y perdedor a sus ojos de figurones de alta sociedad, pero habrá que capear el temporal con sonrisas falsas y respuestas de niño bien. Llegamos a la pizzería Cero, casi en la esquina de Wisconsin y M, y es un gentío atronador, pero por suerte Peter, siempre previsor, ha hecho reservaciones, y entonces Sofía y yo ocupamos una mesa al fondo, a la espera de que aparezca su familia. Inquieto, me pregunto qué dirá Bárbara cuando me huela, y cómo me mirará Isabel cuando la abrace y tal vez recuerde esa mañana de contenida crispación erótica en mi departamento, y qué intrigas políticas contará Peter, quien, según me cuenta Sofía, acaba de rechazar una oferta del dictador, a quien apoya con entusiasmo, para incorporarse como ministro al gabinete. Recuerdo que debo ser prudente, replegarme, callar mis opiniones, celebrar las bromas aun si son malas y hacerme el idiota.

Poco después llegan Bárbara, Isabel y Peter y es como si fuesen a un desfile de modas, ellas esplendorosas, demasiado arregladas para esta pizzería de moda, con unos vestidos y unos peinados que de inmediato levantan miradas, y él muy sobrio y formal, con traje negro, corbata gris brillosa como para vestir en un casamiento, anteojos de bisnieto de Freud y el pelo rubio, planchado hacia atrás, cortesía de Bárbara, que lo viste y lo peina a su antojo. Nos saludamos con cariño, todos fingiendo por supuesto, salvo Isabel y yo, que nos miramos con genuina simpatía y luego le doy un abrazo y le digo qué rico verte, te he extrañado, y Bárbara me da un beso distante y me dice: ¿Te has puesto una colonia de Sofía, no? Yo me quedo pasmado, no sé qué decir, y Sofía me rescata diciendo no, mamá, no seas pesada, se ha puesto una colonia suya y no lo fastidies con tus frivolidades, por favor, y Peter la mira como diciéndole sí, Barbie, déjalo tranquilo al muchacho, no seas tan pesada, y yo bueno, la verdad, para qué vamos a estar mintiéndonos, sí, me he puesto una colonia de Sofía, y Bárbara celebra mi franqueza con una risotada e Isabel se ve tan linda riendo y Sofía por suerte no se enoja y sonríe también, contenta de que yo por un momento logre encajar en su familia de revista. Sin saber bien por qué, hago más varoniles mis ademanes y mi tono de voz, y siento que Sofía me ama por eso, por esconderle a su familia mi lado gay. ¿No quieres quitarte el saco?, me sugiere Bárbara, después de que Peter se quita el suyo y lo cuelga en la silla, pero yo declino la sugerencia no, gracias, así está bien, yo soy muy friolento, y Bárbara echa una mirada a mi saco maltrecho y dice te queda bien ese terno, pero tenemos que ir de compras, yo voy a ser tu asesora de imagen, y yo procuro sonreír con los labios cerrados para que no examine mis dientes y me recuerde que debo blanquearlos, como los suyos y los de Isabel, que son inmaculados.

Bárbara parece hermana de sus hijas y ella lo sabe, se sienta muy erguida, orgullosa de esos pechos generosos que se ha operado recientemente, y acomoda su pelo rubio que cae ondulado y perfecto sobre los hombros pecosos y me mira con unos ojos inquisidores, desconfiados, al tiempo que yo le miro los pechos con descaro, cosa que estoy seguro ella aprecia y que Peter no debe de hacer con la debida frecuencia, y calculo los estiramientos y las correcciones quirúrgicas que se habrá hecho en la cara para tenerla así, tan planchada, sin una sola arruga. Peter posee un vozarrón grave y un aire de intelectual, y está contento porque Bárbara lo ha obligado a ir al gimnasio, lo que le ha sacado buenos músculos. Debes seguir estudiando en la universidad, es importante que saques un título, me aconseja, con su mirada de búho. Yo me hago el tonto, no quiero discutir, no conviene mencionar siquiera mi novela porque podría meterme en líos y malentendidos, por eso digo vamos a ver, estoy viendo mis opciones con calma, ya tengo un buen puntaje en el examen de inglés. Peter no parece tenerme antipatía, me trata con cariño, el problema es que no me conoce y proyecta mi futuro de un modo que me sorprende: Termina la universidad, regresa a Lima y métete a la política, que allí está tu futuro y para eso es obligatorio que tengas un título y mejor aún si lo sacas acá, en Washington. Sofía asiente: Yo le digo lo mismo, que ha nacido para la política. Bárbara opina: Con ese terno no llegarías muy lejos, y suelta una risita burlona que yo acompaño dócilmente. Déjenlo que haga lo que quiera, no lo metan de político si él quiere ser escritor, me defiende Isabel, y yo la miro con simpatía y contemplo embobado sus labios voluptuosos, las pequitas en sus brazos, su sonrisa juguetona, los pechos que se insinúan bajo el lino blanco.

En el Perú la política es un nido de ratas, digo con cierta brusquedad. Peter me amonesta con la mirada y discrepa: El gobierno está haciendo las cosas muy bien, por fin tenemos un presidente serio, que sabe mandar y poner mano dura, y Bárbara se alborota, lo secunda con entusiasmo, sí, el chino es un estadista, un presidente de lujo, ni se te ocurra criticarlo, que te hacemos pagar la cuenta, me advierte, traviesa. Sofía trata de intervenir pero mamá, la democracia…, y Bárbara la atropella con aire de superioridad ay, por favor, no vengas a hablarme de esas cosas intelectuales que te enseñan en la universidad, yo no fui a la universidad pero tengo suficiente criterio para saber lo que pasa en mi país, y el chino es un gran presidente, punto final. Así es -dice Peter, con aire pontificio, y luego zarandea al consagrado escritor que ha condenado el golpe del felón-: Es una vergüenza que un peruano ande atacando a su país por el mundo, y yo trato de defender al escritor, pero no ataca al país, sino a la dictadura que ha usurpado el poder, y eso es un acto de honestidad intelectual y de lealtad al país, digo, pero no encuentro eco, es una traición a la patria -se exalta Bárbara-, no tiene nombre echarle barro al Perú en el extranjero aprovechando su fama y sus contactos, y Peter sentencia: Nadie lo quiere en el Perú, ha quedado como un picón y un antipatriota, más le vale que no regrese nunca porque le tirarían piedras, todos en nuestro ambiente están indignados con su actitud.

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