Jorge Semprún - El Largo Viaje
Здесь есть возможность читать онлайн «Jorge Semprún - El Largo Viaje» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:El Largo Viaje
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
El Largo Viaje: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Largo Viaje»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
El Largo Viaje — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Largo Viaje», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– Tampoco me gusta -dice.
– ¿Y entonces?
– Entonces, nada. Lo contrario de una estupidez siempre es otra estupidez.
Nos reímos juntos.
Cuando acabe esta velada, cuando recuerde esta velada, en la que, de repente, el recuerdo agudo de aquel pasado tan bien olvidado, tan perfectamente hundido en mi memoria, me despertó del sueño que era mi vida, cuando intente contar esta confusa velada, atravesada de acontecimientos tal vez fútiles, pero repletos para mí de significado, advertiré que la joven alemana de ojos verdes, Sigrid, cobra un particular relieve en el relato, advertiré que Sigrid, insensiblemente, se convierte en mi relato en el eje de esta velada, y luego de toda la noche. Sigrid, en mi relato, cobrará un particular relieve quizá naturalmente porque es, intenta con todas sus fuerzas ser, el olvido de aquel pasado que no se puede olvidar, la voluntad de olvidar aquel pasado que nada podrá abolir jamás, pero que Sigrid rechaza, expulsa de sí misma, de su vida, de todas las vidas de su alrededor, con su felicidad de cada momento presente, su aguda certeza de existir, opuesta a la aguda certeza de la muerte que aquel pasado hace rezumar como una áspera resma tonificante. Quizás este relieve, este grabado a punta seca subrayando el personaje de Sigrid en el relato que tendré eventualmente que hacer de esta velada, esta repentina y obsesionante importancia de Sigrid sólo procede de la extrema y abrasadora tensión que ella personifica, entre el peso de aquel pasado y el olvido de aquel pasado, como si su rostro liso y lavado por siglos de lluvia lenta y nórdica, que lo han pulido y modelado suavemente, su rostro eternamente puro y lozano, su cuerpo exactamente adaptado al apetito de perfección juvenil que siempre tiembla en el fondo de cada cual, y que debería provocar en todos los hombres que tienen ojos para ver, es decir, ojos realmente abiertos, realmente dispuestos a dejarse invadir por la realidad de las cosas existentes, provocar en todos ellos una urgencia desesperada de posesión, como si aquel rostro y aquel cuerpo, reproducidos por decenas, quién sabe, de millares de veces por las revistas de moda, no estuvieran allí más que para hacer olvidar el cuerpo y el rostro de Use Koch, aquel cuerpo recto y rechoncho, rectamente plantado sobre piernas rectas, firmes, aquel rostro duro y preciso, indiscutiblemente germánico, aquellos ojos claros, como los de Sigrid (aunque ni las fotografías, ni las imágenes de actualidades filmadas por aquel entonces, y desde entonces reproducidas, incluidas en los montajes de algunas películas, permitieran ver si los ojos claros de Use Koch eran verdes, como los de Sigrid, o bien claros, de un azul claro, o de un gris de acero, más bien de un gris de acero), aquellos ojos de Use Koch, clavados en el torso desnudo, en los brazos desnudos del deportado que había escogido como amante, algunas horas antes, su mirada recortando ya de antemano aquella piel blanca y enfermiza, según el punteado del tatuaje que la había atraído, su mirada imaginando ya el hermoso efecto de aquellas líneas azuladas, aquellas flores y aquellos veleros, aquellas serpientes y algas marinas, aquellas largas cabelleras femeninas y aquellas rosas de los vientos, aquellas olas marinas y aquellos veleros, una vez más, aquellos veleros desplegados como chillonas gaviotas, su hermoso efecto en la piel apergaminada que había cobrado, por algún tratamiento químico, un matiz marfileño, de las pantallas que cubrían todas las lámparas de su salón, donde, al caer la noche, allí mismo donde había hecho entrar, sonriente, al deportado elegido como instrumento de placer, doble, primero en el acto mismo del placer, y después en el otro placer mucho más duradero de su piel apergaminada, convenientemente tratada, ebúrnea, veteada por las líneas azuladas del tatuaje que daba a la pantalla un sello inimitable, allí mismo, tendida en un diván, reunía a los oficiales de las Waffen-SS alrededor de su marido, el comandante del campo, para escuchar a alguno de ellos tocar al piano alguna romanza o una verdadera obra para piano, algo serio, un concierto de Beethoven quizá; como si la risa de Sigrid, a la que tenía entre mis brazos, no estuviera aquí, tan joven, tan repleta de promesas, más que para borrar, para hacer volver al olvido definitivo aquella otra risa de Use Koch en el placer, en el doble placer del instante mismo y el de la pantalla que permanecería como un testimonio, como las conchas recogidas que se traen de un fin de semana a orillas del mar, o las flores secas en recuerdo de aquel placer del instante mismo.
Pero cuando empieza esta velada, cuando todavía no hemos encontrado a Francois y a los demás, cuando todavía no nos hemos reunido con ellos para ir juntos a otra boite, aún no sé que Sigrid cobrará tal importancia en el relato que tendré que hacer de esta velada. En realidad, todavía no he llegado a preguntarme a quién podré relatar esta velada. Tengo a Sigrid en mis brazos y pienso en la felicidad. Pienso que nunca, todavía, que nunca hasta ahora, he hecho lo que fuere, o he decidido lo que sea, en función de la felicidad o la infelicidad que pudiera proporcionarme. Esa simple idea me daría ganas de reír, el que me preguntaran si había pensado en la felicidad que tal acto, decidido por mí mismo, me podría proporcionar, como si en alguna parte hubiera una reserva de felicidad, una especie de depósito de felicidad, contra el que pudieran extenderse cheques, tal vez, como si la felicidad no fuera algo que llega por añadidura, incluso en medio del mayor desamparo, de la más terrible indigencia, después de haber hecho lo que precisamente había que hacer.
Y tal vez la felicidad no sea más que este sentimiento que me embargó después de huir del espectáculo de las mujeres de Weimar, apelotonadas delante del bloque 50, lacrimosas, al hundir el rostro en la hierba de la primavera, en la opuesta ladera del Ettersberg, entre los árboles de la primavera. Sólo había el silencio y los árboles, hasta el infinito. Los rumores del silencio y del viento entre los árboles, una marea de silencio y de rumores. Y luego, en medio de mi angustia, me invadió aquel sentimiento, mezclado a mi angustia, pero distinto, como el canto de un pájaro mezclado con el silencio, de que sin duda yo había hecho lo que se debía hacer con mis veinte años, y de que tal vez me quedaran todavía una o dos veces veinte años más para seguir haciendo lo que se debía hacer.
También al salir de esta casa alemana me tumbé en ¡a hierba y miré largo rato el paisaje del Ettersberg.
Esta casa se levantaba a la entrada del pueblo, algo aislada.
Me fijé en ella cuando subíamos otra vez hacia el campo, Haroux, Diego, Pierre y yo. Era una casa de aspecto acomodado. Pero lo que me llamó la atención, dejándome clavado en el suelo, fue que, situada como estaba, desde sus ventanas debían de tener una vista perfecta del conjunto del campo. Miré las ventanas, miré al campo, y me dije que era necesario que yo entrara en esta casa, que tenía que conocer a la gente que había vivido aquí a lo largo de todos estos años.
– iEh! -grité a los otros-, yo me quedo aquí.
– ¿Cómo que te quedas ahí? -preguntó Pierre dándose la vuelta.
Los otros dos también se han vuelto y me miran.
– Me quedo aquí -digo-, voy a visitar esta casa.
Los tres miran la casa y me miran, a la vez.
– ¿Qué te pasa ahora? -pregunta Haroux.
– No me pasa nada -digo.
– ¿Has visto alguna chica en la ventana? -pregunta Pierre, guasón.
Me encojo de hombros.
– Entonces -dice Haroux-, si no quieres violar a una chica, ¿qué buscas en esta casa?
Enciendo un cigarrillo y miro hacia la casa, miro hacia el campo. Diego sigue mi mirada y sonríe de soslayo, como acostumbra.
– Bueno, Manuel y ¿qué? [27]-pregunta.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «El Largo Viaje»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Largo Viaje» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «El Largo Viaje» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.