El trayecto del coche hasta el Cuartel General del Führer, a seis kilómetros del aeródromo, duró unos escasos diez minutos, sin que surgiese ningún obstáculo. Hasta llegar a la residencia de Hitler debían atravesar tres puestos de control, numerados con las cifras romanas III, II y I. Una vez superado este último puesto, Stauffenberg descendió del auto y Haeften continuó junto a Stieff en dirección al Mauerwald. Haeften, que seguía llevando la cartera con las dos bombas, debía regresar en un par de horas, para poder ayudar a Stauffenberg a realizar el atentado, y debía ocuparse de asegurar la disponibilidad del vehículo para el momento en que, una vez consumada la acción, se dispusieran a regresar al aeródromo para tomar el avión de vuelta a Berlín.
Stauffenberg, llevando la cartera de Haeften, se dirigió al casino de oficiales y allí se encontró una mesa situada al aire libre, a la sombra de un frondoso roble, en la que desayunaban copiosamente varios conocidos. Algunos le esperaban allí desde las nueve, la hora prevista para su llegada. Estaban presentes el capitán Pieper, el doctor Walker, el doctor Wagner, el teniente general Von Thadden y el capitán Von Möllendorf. Como veremos más adelante, su amistad con éste último le resultaría providencial en un momento de grave dificultad, durante la huida de la Wolfsschanze. Stauffenberg fue invitado a sentarse y estuvo departiendo con ellos. El café de que disponían en la Guarida del Lobo tenía muy poco que ver con el sucedáneo al que se debía recurrir en Berlín, por lo que es de suponer que el coronel se sintió reconfortado y animado por ese desayuno, que se prolongó hasta las once.
El teniente Werner von Haeften acompañó a Stauffenberg a la Guarida del Lobo para ayudarle en los preparativos del atentado. Haeften se mostraría fiel al conde hasta el final.
Stauffenberg telefoneó al ayudante de Keitel, el mayor Ernst John von Freyend, para confirmar sus reuniones del día. La que contaría con la presencia de Hitler se celebraría a las 13.00 en el barracón de conferencias, como era habitual [8]. Entonces se dirigió a la primera conferencia en la que debía tomar parte, dirigida por el general Buhle, jefe del Estado Mayor del Ejército. En la sofocante cabaña en la que esa reunión tendría lugar, la del Alto Mando del Ejército, se discutió sobre la creación de dos nuevas divisiones para Prusia Oriental, con reservistas de la Guardia del Interior. El balance de una media hora de discusión fueron unas cuantas observaciones generales que no desembocarían en ninguna decisión concreta.
Más relevante era la siguiente reunión a la que debía asistir Stauffenberg, en este caso con el mariscal Keitel. Mientras se estaba desarrollando el encuentro, entró un asistente y comunicó a Keitel que la conferencia diaria, en la que tomaría parte Hitler, se había adelantado una hora, como consecuencia de la visita oficial que debía realizar Mussolini, cuya llegada se esperaba hacia las 14.30. Así pues, la reunión, prevista inicialmente para las 13.00, tendría lugar a las 12.30.
Stauffenberg no sabía nada de ese adelanto imprevisto; el atentado se veía entonces amenazado de un nuevo aplazamiento, debido a que los dos artefactos se hallaban en la cartera de su ayudante, que desconocía también el adelanto de la conferencia. Por suerte, poco después de concluir la reunión presidida por Keitel, el teniente Haeften se presentó, llegando así a tiempo de proporcionar las bombas a Stauffenberg, pero había que apresurarse para poder activarlas a tiempo.
El adelanto de la reunión provocó otro inconveniente; al prever que sería corta y de que, por tanto, no se tratarían temas esenciales, tanto Himmler como Goering, que solían asistir a las conferencias diarias, decidieron no presentarse. El objetivo de los conjurados era eliminar también a ambos jerarcas, pero eso ya no sería posible. Las coincidencias y las casualidades comenzaban a conjurarse, irónicamente, contra los conjurados…
Pero ésa era una cuestión menor al lado del problema más perentorio: montar las bombas. Era necesario buscar un lugar adecuado para esa tarea, por lo que Stauffenberg pidió al comandante Von Freyend poder disponer durante unos minutos de una habitación en donde cambiarse de camisa. Éste le ofreció un pequeño dormitorio, en donde entró Stauffenberg acompañado de Haeften, lo que era explicable pues podía necesitar ayuda para vestirse. Una vez en la habitación, procedieron a activar las bombas.
Mientras tanto, los relojes ya marcaban las 12.30, y Von Freyend, que estaba esperando en el pasillo, se sentía cada vez más inquieto, pues debía conducir a Stauffenberg a la sala a tiempo para la reunión, cuando ésta ya había comenzado.
En ese momento hubo una llamada del general Erich Fellgiebel, jefe de comunicaciones del Alto Mando de la Wehrmacht, que se encontraba en la Guarida del Lobo. Fellgiebel también participaba de la conjura, y tenía la misión de bloquear todas las comunicaciones del Cuartel General de Hitler con el exterior. La llamada fue recibida por Von Freyend; le dijo que tenía que hablar con Stauffenberg y le pidió que le pasara el aviso de que le llamara. No había tiempo para que el coronel le devolviera la llamada, pero Freyend envió al sargento mayor Werner Vogel a comunicar a Stauffenberg el mensaje de Fellgiebel y a decirle que se diera prisa.
El sargento intentó entrar en la habitación sin llamar. Al abrir la puerta de manera impetuosa, ésta impactó en la espalda de Stauffenberg, que se encontraba de pie justo detrás de ella. El sargento se disculpó y dijo que le habían comunicado que no podía hacerse esperar a Hitler, por lo que el coronel debía presentarse de inmediato. Stauffenberg replicó de manera brusca que ya se estaba apresurando y volvió a cerrar la puerta. Más tarde, ese sargento declararía ante los funcionarios de la policía criminal lo que había visto fugazmente al abrir la puerta: dos carteras colocadas encima de la cama, además de algunos papeles y un paquete. El testigo interpretó que ambas carteras habían sido vaciadas.
No sabemos lo que ocurrió en la habitación. Lo que es evidente es que la primera bomba sí fue activada. Para ello es posible que fuera Stauffenberg, ayudado de una tenaza [9], quien rompiese la cápsula de ácido del mecanismo; a partir de ese momento, una pequeña cantidad de ácido quedaba liberada para que pudiera corroer un fino alambre colocado dentro de una ampolla de cristal, que sujetaba el disparador que debía provocar la detonación. El tiempo necesario para la corrosión completa del alambre era de diez minutos; ya era imposible impedir la explosión, así que Stauffenberg no podía volverse atrás.
Es posible que luego intentasen montar el mecanismo de la segunda bomba. Quizás la entrada del sargento se produjo mientras lo estaban intentado y a partir de ahí no lograron concentrarse o, para no entretenerse más, Stauffenberg decidió acudir a la conferencia únicamente con ese kilo de explosivo ya activado, una cantidad más que suficiente para matar a Hitler en condiciones normales. De un modo u otro, sólo una de las dos bombas fue activada [10].
Es comprensible que Stauffenberg, terriblemente presionado por las circunstancias, sólo consiguiese activar una bomba, pero igualmente cometió un error colosal. Introdujo la bomba activada en su cartera y entregó la otra a su ayudante; en ese momento no fue consciente, pero acababa de condenar el atentado al fracaso. Si, en vez de entregársela a Haeften, la hubiera colocado también en su cartera pese a no estar activada, el estallido de la primera hubiera hecho explotar también esa segunda. Está claro que este razonamiento, que a nosotros nos aparece de una forma tan clara, no acudió a su mente, al estar sometido a una gran presión y estar forzado a tomar decisiones transcendentales en décimas de segundo. De este modo, renunciando a la posibilidad de que la explosión fuera doblemente letal, Stauffenberg quedaba en manos de los factores aleatorios que finalmente salvarían la vida al Führer.
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