Esta conferencia duró sólo media hora. Aunque después se celebraron dos reuniones más, igualmente breves, seguramente Stauffenberg no encontró el momento adecuado para armar la espoleta, una acción para la que se requerían unos minutos. Únicamente contamos con el testimonio de Berthold, el hermano de Stauffenberg, para intentar averiguar por qué no se produjo el atentado. En sus declaraciones posteriores a la Gestapo afirmó: “Mi hermano me dijo que las conversaciones fueron interrumpidas de improviso, pidiéndose a Claus que informara personalmente de ciertas cuestiones, por lo que no pudo realizar el atentado planeado”.
Esta hipótesis es verosímil, pero otras fuentes aseguran que, ante la ausencia de Himmler y Goering en la reunión, Stauffenberg salió de la sala para llamar a Berlín y pedir consejo. Esta versión fue la que la mujer de Mertz von Quirnheim dejó escrita en su diario; según su testimonio escrito, poco antes de la reunión Stauffenberg preguntó telefónicamente a Olbricht si debía seguir adelante pese a la ausencia de ambos jerarcas nazis, y tras un intercambio de opiniones bastante largo entre los conjurados se le dijo que no actuase. Pero Von Quirheim actuó después por su cuenta y, tomando el aparato, recomendó a su amigo Stauffenberg que hiciera estallar la bomba de todos modos. Al parecer, Claus coincidió con él en que eso era lo más acertado, pero al regresar comprobó que Hitler se había marchado ya.
Fotografía tomada el 15 de julio de 1944 en la Guarida del Lobo.
Stauffenberg, a la izquierda, observa a Hitler. Cinco días después atentaría contra su vida.
Sea como fuere, antes de dirigirse al aeropuerto para regresar a Berlín, Stauffenberg telefoneó a Olbricht para comunicarle brevemente que el plan había fracasado. Esta noticia produjo en los conspiradores una gran decepción, además de un enfado considerable, puesto que se había lanzado ya la primera fase de “Valkiria”, haciendo caso a Stauffenberg. Rápidamente se abortó el proceso, pero la alarma ya había sido dada. Naturalmente, desde el Alto Mando se pidieron después explicaciones a esa sorprendente puesta en práctica del plan “Valkiria”, pero Olbricht se mostraría eficaz a la hora de convencerles de que no se trataba más que de un simulacro, concretamente “un ejercicio táctico para comprobar la capacidad de acción del Ejército territorial”.
CRECE AÚN MÁS LA TENSIÓN
Los conspiradores pudieron respirar tranquilos, pero estaba claro que no podían permitirse ni un error más. El nerviosismo cundía entre los implicados, que temían verse descubiertos de un momento a otro. Comenzó a extenderse por Berlín el rumor de que “el Cuartel General del Führer va a estallar por los aires”. Era improbable que alguien del círculo de conjurados hubiera cometido esa indiscreción, pero esos comentarios no pasaron desapercibidos a los oídos de la Gestapo, que extremó las pesquisas para descubrir lo que había de verdad en ese más que inquietante rumor. Esas investigaciones pusieron a la Gestapo en la pista del doctor Goerdeler, el que debía convertirse en el próximo canciller en caso de triunfo del golpe; Stauffenberg le aconsejó que se mantuviera escondido y pidió al resto de conjurados ser más prudentes que nunca.
Los días posteriores al frustrado atentado del 15 de julio fueron transcurriendo en medio de una tensión insoportable. Cuando alguno de los implicados en el golpe oía que alguien llamaba a su puerta o a su teléfono, se sobresaltaba al creer que la Gestapo le había descubierto. Era cuestión de días, si no de horas, el que la policía de Himmler procediese a detenerlos a todos. En esas jornadas Stauffenberg se esforzó en aparecer cordial y tranquilo, intentando transmitir algo de serenidad en un ambiente que rezumaba ansiedad.
Por suerte para Stauffenberg y los conjurados, el conde fue convocado de nuevo al Cuartel General en Rastenburg. Debía acudir a la reunión de situación o Führerlage [7] . Allí tendría la oportunidad de estar junto a Hitler durante más de dos horas, por lo que dispondría del tiempo necesario para activar la bomba y situarla a su lado. Por fin se presentaba el momento de culminar todo el trabajo realizado en los meses anteriores.
Pero, llegados a este punto, ya no estaba en juego sólo el futuro de Alemania, sino la propia supervivencia de los implicados en el complot. Si regresaba de esa reunión con la bomba en su cartera, tan sólo les quedaría esperar a que la Gestapo se presentase para arrestarlos a todos. Sin duda, ésta era la última oportunidad.
Capítulo 6 La Guarida del Lobo
Al amanecer del 20 de julio de 1944, ya se sentía en Berlín el tibio calor que iba a preceder a un día tórrido. La noche no había traído fresco alguno y la jornada se anunciaba a tan temprana hora tan calurosa como la anterior.
Stauffenberg se levantó antes de las seis y se vistió hábilmente con sus tres dedos, ayudándose de sus dientes. Seguramente intercambió unas palabras de ánimo con su hermano Berthold, que había dormido en una habitación contigua, preparándose ambos para la intensa y crucial jornada que iban a vivir, y de la que iba a depender el destino de Alemania y de toda Europa.
Claus y Berthold subieron al vehículo que les conduciría hasta el aeródromo de Rangsdorf, cercano a Berlín. El chófer era el cabo Schweizer, que era ajeno al propósito de los hermanos Stauffenberg. Durante el trayecto tuvieron que pasar por calles en las que se amontonaban las ruinas provocadas por los constantes bombardeos, lo que probablemente les hizo pensar que, de tener éxito el golpe, esa pesadilla podía estar a punto de acabar. Por el camino recogieron al teniente Werner von Haeften y a su hermano Hans Bernd. Haeften tenía la misión de ayudar a Stauffenberg a preparar el atentado.
Un Heinkel 111 despegando. Un aparato como éste fue utilizado por Stauffenberg para volar hasta el Cuartel General de Hitler en Rastenburg y regresar después a Berlín.
En el aeródromo les esperaba un Heinkel 111, un avión correo que había sido puesto a disposición de los golpistas por el general Wagner. Stauffenberg estaba contento de poder contar con ese aparato en lugar de los lentos Junker 52 que solían efectuar ese recorrido. No obstante, esa ventaja se vería anulada; estaba previsto que el avión despegase a las siete en punto, pero la salida se retrasó hasta las ocho. Mientras tanto, apareció el general Stieff, que se incorporó al reducido pasaje.
Finalmente, poco antes de las ocho, Stauffenberg se despidió de su hermano Berthold y subió al aparato acompañado del teniente Haeften, que a su vez se despidió de su hermano. Ya en el avión, el coronel entregó a Haeften su cartera, que contenía las dos bombas, y éste le dejó la suya. El teniente debía encargarse de su custodia hasta que llegase el momento de activarlas. El avión, después de elevarse, puso rumbo a Rastenburg, distante unos seiscientos kilómetros.
A las 10.15, el Heinkel 111 tomó tierra en el aeródromo de Rastenburg. Al bajar del aparato, Stauffenberg, Haeften y Stieff encontraron un vehículo a su disposición para conducirles hasta la Guarida del Lobo. Stieff, acompañado de Haeften, continuaría su camino hacia el Cuartel General del Ejército, el Mauerwald, pues Haeften debía asistir allí a una reunión. El piloto del avión fue avisado de que tenía que estar preparado desde las doce del mediodía para emprender el vuelo de vuelta, pero esta vez sin demoras de ningún tipo.
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