La situación militar germana se agravó más aún el 22 de junio de 1944, cuando los soviéticos lanzaron una gran ofensiva contra el Ejército alemán central. En sólo tres semanas, el ataque ruso derrotaría a 27 divisiones alemanas. El temor a que el Ejército rojo se plantase a las puertas de Berlín en pocos meses era palpable. Los conjurados acordaron que era necesario, en caso de triunfar el golpe de Estado, mantener el frente del este a cualquier precio; para ello era necesario trasladar fuerzas desde el frente occidental.
En ese escenario de tanta importancia estratégica, el frente del oeste, con París como centro neurálgico, los conspiradores contaban con algunos apoyos destacados entre los oficiales del Ejército, dispuestos a facilitar la irrupción de las tropas aliadas para evitar derramamiento de sangre y alcanzar un rápido armisticio.
El jefe de la Luftwaffe, Hermann Goering. Los conspiradores querían acabar también con su vida, pues era el sucesor oficial de Hitler.
Aunque el centro de la conspiración se hallaba en Berlín, la capital de Francia se había convertido en un punto de atención preferente para los conjurados. De cómo se desarrollasen los acontecimientos en la capital francesa podía depender el éxito o el fracaso del golpe de Estado para derribar a Hitler.
París era el centro de decisiones del frente occidental. Desde allí, el mariscal Günther von Kluge, comandante en jefe de las fuerzas del Oeste, coordinaba los esfuerzos del Ejército germano para hacer frente a las divisiones aliadas desembarcadas en las playas de Normandía el 6 de junio de 1944. Von Kluge había sustituido el 3 de julio al mariscal Von Rundstedt, que, al no haber podido impedir el desembarco de los Aliados ni haberlos arrojado rápidamente al mar, había perdido la confianza de Hitler, siendo dado de baja por “motivos de salud”.
El mariscal von Kluge era una personalidad militar de primer orden, que había demostrado su habilidad táctica mientras estuvo destinado al frente oriental [5]. Allí, estando al frente del Grupo de Ejércitos Centro, había tenido a sus órdenes a algunos de los principales miembros de la conspiración, como el coronel von Tresckow o el lugarteniente de la Reserva Von Schlabrendorff. Von Kluge siempre se había mostrado muy crítico con Hitler, pero nunca se atrevió a dar el paso de integrarse de lleno en la oposición. Aun así, permitió a sus subordinados emprender las acciones necesarias para derrocar al dictador, como el atentado de las botellas del 13 de marzo de 1943.
Ignorante de estas maniobras del mariscal en la cuerda floja, Hitler confiaba plenamente en Von Kluge. Le dio libertad de acción en el oeste y le proporcionó nuevos efectivos. El mariscal se sintió adulado por estas concesiones del Führer, pero su agradecimiento sería mayor cuando, con ocasión de su 60º cumpleaños, recibió de Hitler un cuarto de millón de marcos. Desde su nuevo puesto, Von Kluge siguió mostrándose ambiguo respecto al complot que se estaba gestando. A su vez, los conspiradores tenían sus dudas de que el mariscal se uniese a ellos cuando llegase el momento de la verdad.
En cambio, Stauffenberg y sus compañeros confiaban ciegamente en el general Karl-Heinrich von Stülpnagel, que ejercía las altas funciones de jefe militar de Francia desde marzo de 1942. Stülpnagel había podido comprobar de primera mano los errores cometidos por el gobierno nacionalsocialista en su política de ocupación del país galo, y se había mostrado crítico en muchas ocasiones, lo que le había valido ser tildado de excesivamente comprensivo ante los intereses de Francia.
Otro personaje en el que los conjurados tenían depositada toda su confianza era el mariscal Erwin Rommel, que había sido precisamente compañero de Stülpnagel en la escuela de infantería de Dresde. Los impulsores del complot deseaban tener a Rommel de su parte, en razón de su prestigio y popularidad. Tenían previsto ofrecerle las responsabilidades de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y quizás la de jefe provisional del Estado.
El 15 de mayo de 1944, Rommel y Stülpnagel se reunieron en una casa de campo de Mareil-Marly para tener un cambio de impresiones sobre la actitud a tomar ante el cercano golpe de Estado. Pero Rommel nunca se mostró partidario de la eliminación física del dictador; estaba convencido de que el pueblo alemán, intoxicado por la hábil propaganda de Goebbels, haría de Hitler un mártir. Aun así, los conjurados no se desanimaron y trataron de persuadir al Zorro del Desierto para que se involucrase totalmente en el complot.
Los alemanes en París.
La capital francesa era el punto desde el que se coordinaba la lucha contra las tropas aliadas desembarcadas en Normandía. Su control se convirtió en un objetivo para los conjurados.
Tras el fracaso alemán al intentar contener a los Aliados en las playas, Rommel intentó convencer a Hitler para que intentase alcanzar un acuerdo negociado que evitase la inexorable derrota que se produciría en el caso de seguir combatiendo ante el enorme potencial desplegado por sus enemigos. Pero Hitler le contestó secamente:
– No se inquiete por la continuación de la guerra, mariscal. Piense sólo en su frente de combate.
Todo cambiaría bruscamente el 17 de julio, mientras Rommel hacía su habitual visita al frente. Poco después de las seis de la tarde, su vehículo circulaba por la carretera de Livarot a Vimoutiers cuando aparecieron dos aviones enemigos. El chófer aceleró para tomar un camino que había a la derecha, a unos trescientos metros, para poder refugiarse, pero no le dio tiempo de efectuar esa maniobra. Los aparatos aliados, en vuelo rasante a gran velocidad, llegaron hasta el coche de Rommel. Abrió fuego el primero de ellos, alcanzando el costado izquierdo del vehículo. Rommel sufrió heridas en el rostro y un golpe en la sien izquierda, que le dejó sin conocimiento. El chófer perdió el control del coche, que fue a chocar contra un árbol, para caer finalmente en un foso después de dar una vuelta de campana. Rommel había sido proyectado fuera del auto. El segundo avión lanzó sin acierto algunas bombas. El mariscal tenía el rostro cubierto de sangre y presentaba heridas en su ojo izquierdo y en la boca. Fue atendido de urgencia en un pequeño hospital regentado por religiosas y después fue trasladado al hospital de Bernay, en donde se le diagnosticaron heridas graves en el cráneo.
El Zorro del Desierto había quedado fuera de juego, lo que suponía un duro golpe para los conjurados; su personalidad hubiera resultado decisiva para lograr el apoyo de las tropas del frente occidental una vez desatado el levantamiento. Además, la ausencia del mítico militar restaba peso político a los conspiradores, ya que su enorme prestigio en el campo aliado le convertía en el interlocutor idóneo para unas conversaciones de paz.
Ahora, todo dependía de la actitud del mariscal Von Kluge. Aunque la fiabilidad del general Stülpnagel era absoluta, su radio de acción se limitaba al ámbito administrativo, al no disponer de tropas. Por tanto, la gran incógnita era lo que haría Von Kluge en el momento que llegase a París la noticia del atentado contra Hitler. ¿Se pondría a las órdenes de las nuevas autoridades o permanecería leal a los jerarcas nazis?
El mariscal Erwin Rommel, el mítico Zorro del Desierto.
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