San Agustín agrega algo más a su idea de la significación; se trata del hecho de que hay signos que se refieren a sí mismos: “Por tanto, hay signos que, entre las cosas que significan, se significan a sí mismos”.20 También en su famoso tratado De Trinitate reconoce la reflexividad de las palabras: “Del mismo modo que la palabra significa algo, así también se significa a sí misma”.21 Significación esencial de las palabras es referirse a las cosas, pero también las palabras aluden a sí mismas. El propio Agustín da un ejemplo: “Al decir ‘signo’ también significamos una palabra, y al decir ‘palabra’ también denotamos un signo; porque los términos signo y palabra son a la vez dos signos y dos palabras”.22
En resumen, las palabras son signos, y, como todos los signos, su función es significar. Ahora bien, las significaciones han sido establecidas por institución social. Es la sociedad la que establece la significación usual de las palabras. Pero ¿en qué consiste propiamente la significación? La significación consiste en una asociación entre el sonido y las cosas significadas (significabilia); excepto en algunos casos en los cuales los significados son solo “afecciones del alma” y en otros en que los signos se refieren a sí mismos.
Un principio que San Agustín establece es que el conocimiento de las cosas es más importante que el conocimiento de los signos y las palabras. Recordemos que De Magistro es un diálogo entre Agustín y su hijo Adeodato, y trata de lo que se debe enseñar. Resulta interesante que el diálogo versa en su totalidad sobre las palabras y los signos, a pesar de que el obispo recalca la idea de que lo que se debe enseñar son las cosas y no solo las palabras o los signos. Agustín establece que la enseñanza es la finalidad del lenguaje y que la enseñanza puede ser instrucción acerca de las cosas o acerca de palabras. Después de analizar sus ideas acerca de la significación, concluye, sin embargo, que lo decisivo es la enseñanza de las cosas:
No aprendemos nada por medio de los signos que se llaman palabras; porque, como ya he dicho, no es el signo el que nos da a conocer la cosa, antes bien el conocimiento de la cosa nos enseña el valor de la palabra, es decir, la significación que entraña el sonido.23
La posición de San Agustín es enérgica: nada aprendemos por las solas palabras; su posición es realista: son las cosas las que establecen el valor de las palabras (tesis que concuerda con su teoría de la significación). Las palabras son medios de significación, pero no es mediante ellas como fundamentalmente obtenemos conocimiento de las cosas.
Puede notarse, como vimos, que aquí lo que importa no es la palabra exterior sino el pensamiento y las cosas, y por encima de todo ello el verbo divino. La palabra funge como manifestación externa del pensamiento; es la ancilla o sierva de todo el sistema, su más humilde servidor. Si Jacques Derrida ha constatado que la escritura ha sido pensada en la metafísica occidental como suplemento, aquí la palabra (oral) es ya pensada en la exterioridad de su carácter suplementario. La escritura quedaría aun mayormente marginalizada. Primero está el verbo divino, luego el verbo mental, luego el verbo oral, y sólo en última instancia el verbo escrito, el cual Agustín ni siquiera menciona en su texto. El verbum mentis (concepto) refleja la idea tal como esta se da en el logos divino. En este sentido, Todorov comenta:
San Agustín imagina un estado del significado en el que el significado no es dado todavía por el lenguaje. Es un significado universal aparte, ya que el lenguaje es descrito en términos fonéticos. La situación no es muy diferente a la de Aristóteles. Hay estados de la mente que son universales y unos lenguajes particulares.24
Solo antes de Babel había un lenguaje universal: después solo la idea es universal y las lenguas son sus reflejos particulares.
El sentido intencional
Cuando San Agustín estudia las palabras, afirma que estas no son signos naturales, y las caracteriza luego como signos convencionales y voluntarios. Los signos naturales son tales porque significan con independencia del deseo o la voluntad humana. En cambio, las palabras son signos en los cuales sí interviene la voluntad humana. La huella que deja el animal al pasar es un signo natural, independiente de los deseos humanos. Todorov llama la atención sobre la mala interpretación que se suele hacer en relación con los signos voluntarios y convencionales: “Agustín no iguala lo intencional con lo convencional”.25 Lo tradicional, desde el Cratilo platónico, es oponer lo convencional y lo natural. La novedad agustiniana consiste en introducir esta nueva clasificación de los signos según sean naturales o voluntarios, es decir, según que intervenga la intención significativa o no.
Nosotros —afirma Todorov— podemos suponer que esta distinción es propia de Agustín. Está basada en la noción de proyecto y está orientada psicológicamente hacia la comunicación. [...]. Agustín integra dos clases de signos que habían permanecido separados: el símbolo de Aristóteles y de los estoicos se convierte en un ‘signo natural’; el símbolo de Aristóteles, y la combinación de un significante y un significado en los estoicos llegan a ser los signos intencionales.26
Para entender correctamente la interpretación de Todorov, es necesario fijarse en el hecho de que Agustín no utiliza explícitamente los términos “signos voluntarios o intencionales”; más bien ello se deduce de la definición de signo natural, pues Agustín dice que en ellos no interviene el deseo o la voluntad: “Los signos naturales son aquellos que, sin intención de significar, hacen que se conozca mediante ellos otra cosa fuera de lo que en sí son. Como el humo que es señal de fuego”.27 Para lo que Todorov denomina “signos intencionales” Agustín utiliza el término latino data, que nuestro traductor vierte unas veces por “instituido” y otras por “convencional”. La expresión agustiniana es, en la traducción de fray Balbino Martín, así:
Los signos convencionales son los que mutuamente se dan todos los vivientes para manifestar, en cuanto es posible, los movimientos del alma como son las sensaciones y los pensamientos.28
La expresión data es, pues, interpretada por Todorov como una clase de signos que manifiestan una intención significativa.
A estos importantes señalamientos de Todorov es necesario agregar que Agustín está exponiendo las reglas básicas de la hermenéutica bíblica, pero en esta es de especial importancia la intención significativa. Y es por esto por lo que el obispo introduce este aspecto de intencionalidad o voluntariedad en el proceso de significación del lenguaje. Es más, Agustín señala que la expresión lograda por el hagiógrafo puede ser inconsciente para él, pero que lo que verdaderamente importa es la intención de su divino inspirador.
San Agustín cree que los hagiógrafos obran movidos por un oculto instinto que a veces padece la mente humana. Agustín refiere el sentido de los textos a Dios, y le importa menos lo que entendió el hagiógrafo.29
Esta división de los signos en la cual se destaca el sentido intencional es, pues, propia de la hermenéutica. En cambio, como vimos, Agustín utiliza otra división que es propia de la retórica antigua. Se trata de la clasificación en signos propios y metafóricos. Todorov advierte que Agustín define los signos propios en el mismo sentido que los intencionales. Los signos traslaticios siguen siendo intencionales, pero cumplen una función adicional. Nótese que el cambio de sentido por el cual se define la metáfora o el sentido traslaticio pertenece a la semántica de la retórica, y es un cambio de significación de las palabras dentro de la lengua. El sentido intencional, en cambio, pertenece a la hermenéutica y tiene una significación mucho más subjetiva pero agregada a la significación objetiva de la lengua. “Con San Agustín la definición de traslaticio es nueva, no se refiere sólo al cambio de significado, sino a una palabra que designa un objeto que a su vez porta ya un significado”.30 La palabra “león” tiene ya un significado en la lengua, pero cuando se aplica al evangelista Marcos adquiere un nuevo significado, esta vez metafórico. Recuérdese que Paul Ricoeur define el símbolo por el poder del doble sentido.
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