Otra gran obra fue el manual de gramática escrito por Aelio Donato: Ars maior, Ars minor. Donato se inspira a su vez en la gramática de Dionisio Tracio. La obra de Donato influyó en otra gramática importante, la de Prisciano Institutiones grammaticae. La obra de Prisciano y la de Donato sirvieron de modelo permanente a lo largo de toda la Edad Media europea en los estudios gramaticales. El gran orador cristiano, San Jerónimo, aprendió la gramática con la obra de Donato.
Vitrubio escribió Sobre la arquitectura, obra en la que recomienda un aprendizaje no solo técnico sino también humanístico: “Los arquitectos que, sin conocimientos culturales, pretendieron alcanzar pericia manual, no lograron conseguir prestigio por su trabajo”.61 En sus escritos, Vitrubio incluye las letras, la historia, la filosofía, la música y hasta la astronomía. La necesidad de estudiar la historia y la filosofía la explica este autor así:
El conocimiento de la Historia le es conveniente, ya que muchas veces se utilizan en los edificios diversos adornos, de cuyos argumentos debe explicar el significado a quienes le pregunten […]. La filosofía, por su lado, hace que el arquitecto tenga espíritu elevado, sin arrogancia y más bien accesible, justo y fiel, y, lo más importante, sin avaricia, pues ninguna construcción puede llevarse a cabo sin buena fe y honestidad; le prescribe, también, que no sea ambicioso, ni ansioso por recibir regalos, sino que resalte su dignidad con la moderación y la buena fama.62
La filosofía, dice Vitrubio, nos ayuda al conocimiento de la naturaleza de las cosas. Y la música nos hace comprender “la relación entre la música y la leyes matemáticas de la construcción”, idea pitagórica que se ha heredado y que no deja de reiterarse.
A Marciano Capella (410-427), autor de De Nuptiis Philologiae et Mercurii, se le atribuye el haber introducido el sistema de las siete artes liberales en la Edad Media:63 “Aunque Disciplinarum libri novem proponía nueve materias en el plan de estudios romanos completo, la medicina y la arquitectura habían sido suprimidas en el siglo v y quedaban siete materias. Capella las presenta en el siguiente orden: gramática, dialéctica, retórica, geometría, aritmética, astronomía y música”. San Isidoro de Sevilla y Casiodoro siguen este mismo orden, con lo cual quedan definidos los famosos trivium y quadrivium. Casiodoro es quien aporta la expresión “siete artes liberales”: “Le confirió prestigio mágico al añadirles el número siete: ‘La sabiduría construyó su templo y talló incluso siete columnas’ (Prov. 9:1)”.64
Boecio65 sigue en la música la ya tradicional idea pitagórica. Habla de la música mundana, que es la de las esferas celestes y refleja la armonía del cosmos; de la música humana, que refleja en el alma humana la armonía cósmica, y de la música de instrumentos, a la cual no da mucha importancia. Para él, conocer la teoría de la música es un saber más elevado que saber practicarla. Al igual que Platón, Boecio defiende un enfoque ético (moralista) sobre la música. Como comenta Enrico Fubini:
A la naturaleza humana la ennoblece una melodía dulce y la exaspera una melodía bárbara; debido a esto la música (Boecio sigue las líneas marcadas de la República de Platón) es un poderoso instrumento educativo y sus efectos, benéficos o maléficos, se explican en función de los modos que se usan.66
Boecio se propuso transmitir a la cultura latina el gran legado helénico; en efecto, tradujo varias de las obras lógicas de Aristóteles (como Sobre la interpretación y Las Categorías). La traducción de estas obras fue la que recibió la Edad Media latina, y durante mucho tiempo estas fueron las únicas conocidas obras del filósofo, hasta que se tradujeron del árabe al latín el resto de las obras. Boecio también escribió una introducción a La Isagoge de Porfirio, donde comenta el problema de los universales, que va a ser reiterativo en la Edad Media.
Conclusiones
Evaluando lo que fue la educación romana, escribe Stanley Bonner:
Naturalmente, esta sobrevaloración del discurso no la podríamos recomendar para nuestra época, pero sigue siendo verdad que, en una democracia moderna, la habilidad de presentar un caso a un auditorio de modo persuasivo es aún constantemente necesario en muchas etapas de la vida. Hay todavía algo que aprender de la antigua insistencia en el análisis cuidadoso y considerado, en la claridad en la disposición y en la argumentación, en el uso de los recursos de estilo y en la eficaz enunciación y pronunciación del discurso.67
Otro aspecto muy positivo que Bonner presenta con relación a la educación romana es el hecho de haber atendido a dos lenguas (latín y griego) y no solo a una, como ocurría en la educación griega:
Permitía a los alumnos leer la mejor poesía y la mejor prosa en las dos lenguas hermanas, y abría el campo fructífero del estudio comparativo de la literatura. Los romanos fueron así los verdaderos pioneros de una educación clásica.68
Tollinchi afirma que la retórica como ideal de formación humana no sobrevive a Cicerón, pues la auténtica retórica necesita de libertad, como en la democracia griega o en la república romana, y bajo el imperio esa democracia ya no existe. La retórica pasa entonces a ser un saber literario: se llama retórica “en la época imperial a toda obra literaria de alta calidad”.69 De hecho, como explica Bowen, hay en esa época una represión del pensamiento crítico.
Sólo los ingenui, miembros de las familias tradicionalmente libres, trataron de mantener en vigor la práctica de la libertad de expresión y los ideales republicanos de la democracia participante. También los filósofos, formados en Grecia y muy influidos por lo helénico, procuraron resistirse a los abusos en la limitación de las libertades y al decaimiento de la educación que se produjeron durante el imperio.70
Vespasiano se limitó a soportar la crítica de los filósofos, pero Augusto practica la censura y procesa rétores hostiles a los intereses del imperio; Domiciano, por su parte, desterró a todos los filósofos, incluido el gran estoico Epicteto.
La invasión de los bárbaros poco a poco puso fin a la incómoda convivencia de la cultura pagana y la cristiana. También puso fin a la educación pagana. Ya entonces Casiodoro proponía un nuevo tipo de currículo que incluyera algo más que la gramática y la retórica. Boecio le dio el nombre de ‘cuadrivio’ a esos estudios que se proponían ampliar los estudios romanos. Y el recuerdo de la retórica pareció apagarse de una vez por todas cuando Gregorio Magno ordenó la destrucción de las obras de Cicerón.71
Fue también Gregorio Magno (siglo vii) quien fustigó a Didie, arzobispo de Viena, por enseñar gramática, pues le parecía “impío” que un obispo hablara de esas cosas “que deben ignorar incluso los laicos”.72 Y Gregorio de Tours, gran predicador, confesaba que nunca aprendió retórica ni gramática (sum sine litteris rhetoricis et arte grammatica).
Pero pasado mucho tiempo, el humanismo del Renacimiento va a ponerse bajo la égida de Cicerón. Erasmo de Rotterdam se inclina reverente ante las obras del maestro de la elocuencia: “Quizás no sea muy exagerado afirmar que, de algún modo, toda la conciencia de la modernidad depende del ritmo de los periodos de Cicerón”.73 Petrarca cuenta su experiencia cuando su padre le leía pasajes de Cicerón y experimentaba cierta dulzura en las palabras (dulcedo quaedam). La defensa de los derechos naturales también depende de la filosofía de Cicerón. En cierto modo, advierte Tollinchi, se idealiza a Cicerón como a ningún otro escritor romano. Pero “Cicerón parece haber resistido los esfuerzos milenarios por denigrarle”.74 Ninguna figura romana ha sido tan estudiada como él.
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