Carlos Rojas Osorio - Filosofía de la educación

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La mirada panorámica a la educación y a la labor docente en el pensamiento occidental que ofrece Filosofía de la educación. De los griegos a la tardomodernidad se enriquece en esta segunda edición con un acercamiento a la educación de la mujer. Además de los apartados acerca de la educación de la mujer en algunos territorios o contextos específicos y de referencias generales sobre aportes de mujeres claves en el tema, disponibles en la primera edición del libro, esta nueva edición incluye el capítulo «La educación humana de la mujer», que ofrece una mirada a las luchas por el derecho de la mujer a la educación y plantea la necesidad de transformaciones tanto en los contenidos como en la estructura de los currículos. Esta sigue siendo una obra de singular importancia sobre el intercambio de conocimiento y la formación del saber —que, además de los clásicos europeos, destaca también los aportes de pensadores latinoamericanos—, de interés para públicos de todos los niveles de formación en educación, filosofía y otras disciplinas de las ciencias sociales y las humanidades.

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En la mentalidad romana virtus es un valor moral central y prácticamente absoluto, que justifica la historia —ne virtutes sileantur—, suscita la admiración, inspira la conducta de los contemporáneos y de los venideros y se halla idealmente situado en los tiempos de los antepasado —maiores—, con lo cual la conexión temporal de las generaciones cobra vigor y se transforma en una estructura profunda y permanente de la historia.11

Para Cicerón, de acuerdo con James Murphy:

La sabiduría sin elocuencia es de poca utilidad para los Estados, en tanto que la elocuencia sin sabiduría causa a menudo verdaderos daños. Por lo tanto, si alguien descuida el estudio de la filosofía y la conducta moral, que es lo más elevado y honorable que procurar se deba, y consagra toda su energía a la práctica de la oratoria, su vida civil se alimenta de algo inútil para sí mismo y nocivo para los demás. La elocuencia ha civilizado la sociedad. Es preciso estudiarla con el fin de capacitar a los hombres buenos para defender el Estado.12

Tollinchi señala que

sus esfuerzos [los de Cicerón] iban dirigidos más bien a la creación de la responsabilidad del individuo frente al Estado, a la transformación interna de dicho individuo, y partía de una confianza ilimitada en la educación como base de la perfectibilidad del hombre.13

Educación cimentada en la oratoria, en cuanto la vida en sociedad exige la posibilidad de convencernos por la argumentación.

El Estado del que habla Cicerón no es utópico pero sí ideal, y tiene como modelo la Roma republicana. Según este pensador, el ciudadano se debe a su patria. Al mismo tiempo que exalta la conciencia moral, advierte que fuera de la sociedad no es posible la vida humana: “La acción moral sólo es posible mediante la integración en la comunidad”.14

Cicerón y Quintiliano15 reúnen en la educación retórica todo el saber, incluso el filosófico y el moral (en ellos la retórica llega a ser filosofía y la filosofía se hace retórica). El orador se convierte en el ideal del ser humano que el educador debe formar, pues los “oradores son los representantes de la verdad misma”.16 La elocuencia, pues, debe poder llegar a abarcar todos los conocimientos del hombre culto. Como se puede ver, hay un predominio de la retórica en la educación romana. Esto es lo que se ha denominado “tradición ciceroniana”: “Para los romanos de este periodo, el principal objetivo del programa escolar era el hablar en público de un modo eficaz”.17

En cuanto a Quintiliano, lo más importante en su retórica es el programa que él elabora para la educación del orador ideal. Sus preceptos constituyeron el modelo para las escuelas romanas (incluso en el siglo xii sus ideas motivaron un interés temporal en los estudios literarios). Quintiliano propone que la educación comience desde la cuna, pues el lenguaje que escucha el niño debe ser un modelo digno de imitación por parte de él. El gramático debe enseñar la corrección en la escritura y en el habla, y también debe enseñar a apreciar la lectura e interpretación de los poetas (recte loquendi scientiam et poetarum ennarationem), proceso en el cual el estudiante debe primero imitar y luego inventar por sí mismo. La teoría de Quintiliano asigna tareas diferentes al grammaticus y al rethoricus, pues cada área tiene sus propias fronteras: la gramática enseña a hablar y escribir correctamente, mientras que la retórica enseña el discurso en un sistema completo, que incluye tanto la invención como la presentación del mismo.18 En este sentido, James Bowen afirma:

El gran mérito de la institutio oratoria reside sobre todo en su tratamiento de una serie de aspectos de la educación no tenidos en cuenta hasta entonces: reconocimiento del papel fundamental de maestro como mediador del proceso, e intento de aproximación a una psicología del aprendizaje. Ningún teórico anterior, incluido Cicerón, se había ocupado de tales cuestiones. El principio socrático de la “partería síquica”, el proceso mayéutico, había existido durante mucho tiempo como teoría; pero por basarse principalmente en la habilidad del maestro en extraer principios, y por carecer de una base constructiva, no podía ofrecer un esquema positivo de instrucción.19

Bowen agrega que Quintiliano estudia los procesos psicológicos de aprendizaje del niño y el proceso de enseñanza por parte del maestro; prefiere la enseñanza que se realiza en la escuela a la que se realiza en la casa de modo privado, y rechaza los castigos físicos (que eran muy comunes y crueles), que considera inútiles.

El ideal de la educación, según Quintiliano, es el hombre completo, pues el orador debe poder hablar de todo (est oratori de omnitas dicendum). En la enseñanza elemental, presidida por la gramática, se incluía en realidad una cultura general: letras, música, geometría, aritmética y hasta el estudio del movimiento de los astros. Los estudios superiores pertenecían a la escuela de retórica, que coronaba la educación del “hombre completo”.

Ahora bien, la gran paradoja de la educación romana es que era “honorable aprender, pero vergonzoso enseñar”. Esta expresión del retórico Séneca refleja bien la situación. El maestro era muy mal remunerado, de ahí que casi siempre eran esclavos o libertos los que desempeñaban el oficio de pedagogo. Tácito nos dice que las clases altas compraban esclavos griegos para la instrucción de sus hijos. Para Cicerón, las profesiones liberales eran “honestas”, en tanto que las otras, como la de los artesanos, eran indecorosas. El más honorable era el hombre político, que dedicaba su actividad a la dirección de la cosa pública, como buen hombre libre y ciudadano romano. Asimismo, Cicerón elogia la agricultura:

De todas las empresas de las que uno obtiene algún beneficio, nada es mejor que la agricultura, nada más productivo, nada más agradable, nada más digno de un hombre y de un hombre libre.20

Tácito considera profesiones honestas el arte militar, la ciencia jurídica y la elocuencia. En cambio, afirma que “el arte poética no estaba en lugar de honor”.

El estoicismo en la educación romana

El estoicismo siguió siendo la filosofía principal durante los dos primeros siglos del imperio. Es más, “queda la impresión de que fuera la única filosofía afín al romano de la época”.21 Pero a medida que avanza el imperio la virtud del estoico tiende a contraerse; el sabio no encuentra ya respaldo ni resonancia en el poderoso orden estatal. Se produce entonces un distanciamiento del ideal de la humanitas, y es en este escenario donde aparecen filósofos como Séneca y Epicteto.

Al producirse dicho debilitamiento del ideal de la humanitas, al sabio le queda la posibilidad del retiro a la vida privada. Y es esta fórmula la que, según Tollinchi, adopta Séneca,22 quien pone el acento en la voluntad; en esto radica su novedad. El sabio es el hombre que sabe dominarse a sí mismo, pues la razón ejerce el gobierno de sí mismo. La humanitas toma también un nuevo giro en Séneca y Epicteto; “se convierte en benignidad, afabilidad, en compasión con los humildes y con los débiles, incluso los gladiadores.”23 Séneca escribe: “Piensa que es tuyo el mal ajeno”,24 y en este sentido el estoico senequista entronca con el cristianismo.

Séneca enseña que la educación se encuentra con prejuicios formados en el seno de la familia.25 Afirma, además, que el cuidado de sí mismo nos permite llevar una vejez con tranquilidad del alma y disfrute sosegado de la vida.26

Para Séneca, “el servicio del alma se integra a la red de amistades [y] se desarrollaba dentro de comunidades culturales”.27 Vemos entonces que el cuidado de sí implica la relación con el otro ser humano,28 que es modelo de conducta (se puede apreciar aquí un magisterio del ejemplo). Mientras no cuidemos de nosotros nos hallamos en un estado de estulticia, que es el polo opuesto al cuidado de sí mismo. El estulto pierde el tiempo, se dispersa y está determinado por diversos factores (externos o internos), mientras que el yo puede decidir libremente.29 En la retórica actuamos sobre los otros por medio del discurso.30

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