Carlos Rojas Osorio - Filosofía de la educación

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La mirada panorámica a la educación y a la labor docente en el pensamiento occidental que ofrece Filosofía de la educación. De los griegos a la tardomodernidad se enriquece en esta segunda edición con un acercamiento a la educación de la mujer. Además de los apartados acerca de la educación de la mujer en algunos territorios o contextos específicos y de referencias generales sobre aportes de mujeres claves en el tema, disponibles en la primera edición del libro, esta nueva edición incluye el capítulo «La educación humana de la mujer», que ofrece una mirada a las luchas por el derecho de la mujer a la educación y plantea la necesidad de transformaciones tanto en los contenidos como en la estructura de los currículos. Esta sigue siendo una obra de singular importancia sobre el intercambio de conocimiento y la formación del saber —que, además de los clásicos europeos, destaca también los aportes de pensadores latinoamericanos—, de interés para públicos de todos los niveles de formación en educación, filosofía y otras disciplinas de las ciencias sociales y las humanidades.

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En el mundo helénico la filosofía actúa a través de una forma institucional: la escuela (skhole), la cual implica una existencia comunitaria. En algunos casos se practicaba la dirección de la conciencia, que en la educación romana asumía la forma del consejero privado (recordemos que una de las etimologías de educación es educere: “tender la mano, guiar, salir de allí, conducir fuera”).31

El maestro estoico no es maestro de la memoria; no se limita a trasmitir lo que el otro no sabe, sino que contribuye a la formación del sujeto.32 El maestro es el mediador en la relación del individuo en su constitución como sujeto. El filósofo estoico Musonio Rufo señala que cuando se trata de transformar los malos hábitos, las actitudes de los individuos, es necesario un maestro.

El conocimiento de la naturaleza dirigido al cuidado de sí es mucho más importante para los estoicos que para los epicúreos y los cínicos. Entre los estoicos sólo Aristón de Quíos pensaba que únicamente los principios de la moral son importantes. Séneca recusa el enciclopedismo y, por el contrario, reconoce que es importante ver el mundo con los ojos del espíritu. Señala, además, que llegamos a nosotros mismos recorriendo el ciclo del mundo: podemos “apreciar en su justa medida lo que somos efectivamente en la tierra, la medida de nuestra existencia”.33 El conocimiento de la naturaleza nos permite ubicar bien el lugar que ocupamos en ella, lo cual contribuye a tranquilizarnos. No somos más que un punto en la inmensidad del espacio y en la infinitud del tiempo. Conocimiento de sí y conocimiento de la naturaleza no son posibilidades disyuntivas, sino que el uno se implica en el otro. En los estoicos el conocimiento del mundo no nos arranca del mundo, pues “el alma virtuosa es un alma que está en comunicación con todo el universo”.34

En la época helenística se desarrolla también la idea de la educación generalizada para toda la vida; es decir, la vida entera se hace educación. El cuidado de sí reconducido a la totalidad de la vida consiste en que

Uno va a educarse a sí mismo a través de todas las desventuras de la vida. Ahora hay algo así como una especie de espiral entre la forma de la vida y la educación. Debemos educarnos perpetuamente a nosotros mismos, a través de las pruebas que se nos envían y gracias a esa inquietud de sí mismo que hace que la tomemos en serio. Nos educamos a nosotros mismos a lo largo de toda la vida, y al mismo tiempo vivimos para poder educarnos. La coextensividad de la vida y la formación es la premisa característica de la vida como prueba.35

También en Epicteto36 halla Foucault bien trabajada la ética del cuidado de sí mismo:

Epicteto [...] enseñaba en un marco que se parecía mucho más al de una escuela; tenía varias categorías de alumnos: unos sólo estaban de paso, otros se quedaban más tiempo a fin de prepararse para la existencia de ciudadanos ordinarios o incluso para actividades importantes, y algunos otros, finalmente, destinándose a convertirse en filósofos de profesión, debían formarse en las reglas y las prácticas de la dirección de la conciencia.37

Asimismo, la más alta elaboración filosófica de la ética del cuidado de sí la encuentra Foucault en Epicteto:

El ser humano es definido, en las Conversaciones, como el ser que ha sido confiado a la inquietud de sí. Ahí reside la diferencia con los otros seres vivos [...]. El hombre debe velar por sí mismo. Zeus ha querido que el ser humano disponga libremente de sí mismo y es por ello que le ha concedido la razón. La razón se caracteriza porque es capaz de valerse de sí misma. Zeus nos ha dado el poder y el deber de ocuparse de sí. En la naturaleza al ser humano es al único que le ha sido encomendado cuidar de sí mismo. La inquietud de sí es para Epicteto un privilegio-deber, un don obligación que nos asegura la libertad obligándonos a tomarnos a nosotros mismos como objetos de toda nuestra aplicación.38

De acuerdo con Epicteto, todo ser humano posee alguna noción del bien y del mal, de lo que es la felicidad y del deber. A cada uno se le ha confiado un papel en el drama de la vida; dicho papel no depende de uno, pues uno no es su autor, pero sí depende de uno representarlo como es debido. Cada uno ha de desempeñar su papel de acuerdo con sus fuerzas, y no hay que pretender ir más allá de las propias fuerzas. Cada ser humano valora su propio ser; está en uno mismo valorarse como un ser libre o como un esclavo. Uno no ha de ser obstáculo para sí mismo. “Empieza a juzgarte digno de vivir como hombre”.39

Para Epicteto, la libertad del alma está en la virtud; el vicio, por tanto, es esclavitud. La filosofía debe comenzar por reformarlo a uno mismo, y solo después a los demás: “El ser libre o esclavo no depende de la ley ni del nacimiento, sino de nosotros mismos”.40 Existen otras formas de esclavitud: se puede ser esclavo de las pasiones, esclavo del cuerpo, esclavo de los bienes materiales, etc. La educación filosófica nos ayuda a saber aplicar los conceptos universales a los casos particulares y a distinguir lo que depende de nosotros de lo que no depende de nosotros. Lo bueno y lo malo solo pertenece a lo que depende de nosotros, es decir, de nuestro albedrío. Depende de nosotros el uso que hagamos de las representaciones. Los conceptos son comunes a todo el género humano, pero la aplicación de esos conceptos varía mucho, y de manera individual. Cada uno entiende a su modo lo que es racional o irracional. Nuestras decisiones dependen de nuestras opiniones. En este sentido, vemos que Epicteto da mucha más importancia a la libertad y a la voluntad que los estoicos anteriores. Lograremos la tranquilidad del alma si deseamos solo lo que depende de nosotros, lo que es parte de nuestra libertad.

El pensamiento de Epicteto lo podemos deducir de sus máximas, según veremos a continuación. La ética de la generosidad está presente en este filósofo: “Al sol no hay que suplicarle para que dé a cada uno su parte de luz y de calor. Del mismo modo, haz todo el bien que de ti dependa sin esperar a que te lo pidan”.41 El perdón es mejor que la venganza. La venganza es la conducta de las fieras, mientras que el perdón es la virtud del sabio. Epicteto reconoce que el aprendizaje verdadero se halla por fuera de los libros: “Lo que verdaderamente instruye no son los libros, sino las ocasiones”.42 La ética no es solo aprender a vivir, sino a bien morir: “Cuando sea llegada la hora de morir, moriré; pero moriré como debe morir un hombre que no hace más que devolver lo que se le concedió”.43 El hombre sabio o virtuoso acepta el orden armónico del universo presidido por los dioses. Por eso es preciso aceptar la realidad, sin cambiarla. Lo que es necesario cambiar son nuestras opiniones sobre las cosas: “Lo que perturba a los seres humanos no son precisamente las cosas, sino la opinión que de ellos se forman”.44 El orden del mundo es bueno porque es obra de la providencia divina, que es lo mismo que el destino. Si algún mal se da, tiene sentido dentro del conjunto universal de las cosas, contribuye a su armonía; por eso también hay que aceptarlo, pues hace parte de la necesidad que une todas las cosas en un destino común.

Para Marco Aurelio,45 la ética consiste en fijarse un objetivo en la vida, y no desviarse de él. Foucault destaca la idea de que con los estoicos, especialmente con Marco Aurelio, se produce una autofinalización de la inquietud de sí mismo. Es decir, el cuidado de sí no tiene otra finalidad que uno mismo, es una actividad soberana. En el Alcibíades platónico el cuidado de sí era un complemento de la educación (véase el capítulo 2). Pero más adelante la inquietud de sí se identifica con el arte de vivir (tekhne tou biou) y, por tanto, es un arte necesario para toda la vida, no solo para la juventud. El cuidado de sí implica un volverse hacia sí mismo (convertere ad se, dice Séneca); es, por tanto, una liberación. Hay cierta incertidumbre en saber si el yo es algo que ya está ahí o más bien una meta que ha de alcanzarse. La epistrophe (conversión) de que hablan los estoicos, epicúreos y cínicos, ya no sigue el modelo platónico de la reminiscencia.

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