Marco Aurelio distingue entre el ciudadano de una patria y el ser humano como partícula del Universo. El sabio participa de la razón del Universo: “a la vez que se resalta el carácter divino de la Naturaleza se evidencia la posibilidad de una relación personal con ella”.46 Plotino recibe esta sugerencia y la transforma “en una condición verdaderamente mítico-religiosa”.47 La sabiduría es conocimiento de lo Uno y ascenso del alma hacia él. El bien es unión mística con lo Uno:
La polis y el imperio han desaparecido por completo del panorama intelectual del sabio. En su lugar, lo que advertimos es la nostalgia de la unión; de identificación con lo Uno, frente a lo cual la virtud moral o política pierde todo sentido. La platonópolis de Plotino no es ni siquiera un remedo de la Academia platónica; apunta más bien al retiro del mundo, al monasterio cristiano.48
La cultura occidental es inimaginable sin Roma y su pensamiento religioso y filosófico. “El realce que el sabio estoico dio a la autonomía moral del individuo tiene que haber servido para humanizar la cultura de los tiempos”.49 Con Epicteto la humanitas experimenta por primera vez la igualdad y, de acuerdo con Tollinchi, se atenúan las diferencias de clase.50 El impacto del estoicismo se nota también en la separación de política y religión, separación que se da completamente en la modernidad, cuando el Estado no se concibe para el bien común sino para el poder (como en la teoría de Maquiavelo). Por ello, agrega Tollinchi, no es casual el resurgimiento moderno del estoicismo, como en el pensamiento de Montaigne, Locke o Spinoza. La tolerancia de la que habla Cicerón también fue bien acogida en el mundo liberal moderno.
La educación de la mujer
en Roma
El papel de la mujer en la educación fue más importante en Roma que en Grecia:
La mujer fue aquí la educadora en el más completo sentido de la palabra [...]. El pater familias reina aquí con un poder jurídicamente ilimitado, pero la madre tiene asegurado el predominio, por una costumbre sólida, en la educación de los niños.51
Los escipiones pensaban que la educación de la mujer era necesaria. Asimismo, el filósofo estoico Musonio Rufo consideraba que la educación debe ser igual para el hombre y para la mujer. Un ejemplo de mujer educada en Roma lo encontramos en Cornelia (hija de Publio Cornelio Escipión, el africano, y madre de Tiberio y Cayo Graco), quien recibió una esmerada educación que luego se evidenció en las diversas actividades de su vida.
De todas las virtudes de Cornelia, ha sido precisamente esa entrega al cuidado de sus hijos y ese esmero en su educación lo que la ha convertido en modelo de madre, que Tácito, tres siglos después, añorara.52
La constitución de las “artes liberales” en la educación romana
Cicerón designó con el término “artes liberales” al sistema pedagógico que los griegos denominaban educación general o enciclopedia (egkyklios paideia), la cual incluía siete artes liberales, agrupadas en lo que se conoce como el trivium y el quadrivium. El trivium está constituido por las artes del lenguaje (gramática, retórica, dialéctica), y el quadrivium está constituido por la música, la aritmética, la geometría y la astronomía. Entre todas ellas, la retórica fascinó a los romanos, y fue un arte que nos hizo más conscientes de los recursos del lenguaje. En la vida pública el arma es la palabra certera. La verdad en los tribunales la decide el juez; al abogado le basta la verosimilitud, que es mucho menos que la verdad. La elocuencia es una virtud, pero tiene que ir acompañada de honradez y prudencia.
Lo que en la modernidad denominamos literatura estaba comprendido, entre griegos y romanos, en la gramática y la retórica. En la poesía fue Virgilio, con su Eneida, quien se llevó la palma de la gloria y el ideal que la educación literaria propagaría. “Virgilio llegó a ser el texto latino escolar por excelencia, y siguió siéndolo durante siglos”.53 Para los griegos, la Ilíada de Homero había sido su texto escolar; los romanos, por su parte, partían de Homero y continuaban con Virgilio. Y todavía en tiempos de San Agustín se leían con atención dichas obras; el mismo San Agustín afirma haber aprendido los versos de Virgilio, la trágica muerte de Dido, el saqueo de Troya y los extravíos de Eneas.54 La grandeza de Roma, sus fuerzas y virtudes, es lo que la épica de Virgilio nos ha transmitido en forma perenne.
No hay página de la Eneida en que no vibre entera el alma de Roma, no sólo en sus mitos, sino también en sus luchas futuras y en las peripecias heroicas. Es por eso que Virgilio hace del héroe aventurero Eneas un personaje de austeridad, severidad, obediencia al Hado, que según el ideal romano de Virgilio, constituían las virtudes de la estirpe, y eran la razón de su triunfo a través del tiempo.55
Tollinchi contrasta el ideal del héroe homérico con el ideal del héroe latino de Virgilio:
El amor tan gratuito a la vida —a pesar de que es una vida que, salvo la actividad (guerra, deporte) no ofrece grandes placeres— de repente se ve condicionado por el deber. La actividad no se justifica por el simple despliegue de energías, por la pura delectación física, sino por el fin que se persigue con ella. La areté, la virtud más importante del hombre homérico, se ve ahora desplazada por la paciencia y la resignación; el desdén y hasta desprecio por el débil y el doliente por una compasión que casi no conoce límites. En vez de la alegría, una sensibilidad extremadamente receptiva al dolor, a la tragedia, e inclinada a la melancolía; en vez del desenfado y la despreocupación, un intenso sentido de cura, de inquietud y desasosiego.56
Esta nueva actitud repercute en una nueva manera de sentir el tiempo. Ya no se trata del tiempo homérico instalado en el presente, sino que el presente se amplía para comprender el pasado y el futuro.
El recuerdo de Troya, de Anquises, une a Eneas al pasado. La misión que se le descubre en el fondo de los infiernos le suscita la preocupación del futuro. El futuro tratará de realizar la memoria del pasado mediante la fundación de una nueva Troya. Desde ahora en adelante, Roma será el motor de sus anhelos y de sus andanzas, y ya no conocerá más el descanso.57
El hombre romano comienza a sentir la premura del tiempo. Con esta conciencia del presente cargado de pasado y expectante de futuro se llega también a una conciencia histórica.
En cuanto a la lectura de los más apreciados trágicos griegos (Sófocles, Esquilo, Eurípides) y latinos (Terencio, Plauto, Cecilio, Afranio), Quintiliano tiene sus preocupaciones morales:
tenía serias dudas y no quería que ninguna comedia se leyese enteramente hasta que la moral de los alumnos fuese considerada “segura”, aunque él personalmente tenía la más alta consideración por las obras de Menandro.58
Pasando a otro momento histórico de Roma, encontramos que durante el periodo imperial es importante la figura de Marco Terencio Varrón (116-27 a. C), quien escribió Disciplinarum libri IX, donde se acopia todo el saber relacionado con las siete artes liberales, y donde su autor pretendió sin éxito incluir dos materias adicionales a las siete artes liberales: la arquitectura y la medicina. Muchos manuales posteriores siguieron el ejemplo de Varrón; uno de los más famosos es la Historia natural de Plinio el Viejo, quien en esta obra hace una crítica severa a la educación que se practica en su época:
No se hacen investigaciones originales que aporten contribuciones nuevas al conocimiento; en realidad ni siquiera los descubrimientos de nuestros predecesores son estudios cabalmente.59
Quintiliano y Plinio, entre otros, latinizaron la expresión griega egkyklios paideia, y la vertieron como encyclopedia, “que servía para ellos también para designar la educación general”.60
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