1 ...7 8 9 11 12 13 ...36 Platón utiliza la figura de la línea dividida para explicar los tipos de conocimiento. Primero nos invita a dividirla en dos (el conocimiento inteligible y el sensible), y luego cada parte ha de dividirse nuevamente en dos. Las dos secciones del conocimiento sensible son la conjetura y la creencia, mientras que las dos partes del conocimiento inteligible son el pensamiento discursivo y la intuición intelectual. Esta nos da el conocimiento intuitivo de las ideas, que son las formas o esencias, y que constituye el conocimiento superior. El pensamiento discursivo (dianoia) es el razonamiento, especialmente el matemático. En el conocimiento sensible está la creencia, que para Platón es la percepción de las cosas sensibles que hallamos a nuestro alrededor. Y, finalmente, la conjetura son las imágenes de las cosas, como las sombras o los reflejos de las cosas en el agua de un lago.
Lo más alto que podemos alcanzar en el mundo inteligible es la idea del bien. Y Platón define la educación no por la asimilación de contenidos de conocimiento, sino por la orientación o dirección adecuada del saber hacia lo que verdaderamente debe ser conocido.
La educación sería el arte de volver este órgano del alma del modo más fácil y eficaz en que puede ser vuelto, mas no como si le infundiera la vista, puesto que ya la posee, sino, en caso de que lo haya girado incorrectamente y no mire adonde debe, posibilitando la corrección.77
Como explica Pierre Hadot, la filosofía platónica exige una “conversión” a una nueva política, y es el filósofo quien viabiliza esa conversión mediante la educación. El filósofo exige una orientación, una nueva dirección hacia una vida nueva, vida de sabiduría. La educación que la filosofía propone es reorientación hacia los verdaderos objetos del saber. “Entonces se producirá una absoluta transformación del alma. Si los filósofos se hacen con el gobierno de la ciudad, ésta será ‘convertida’ a la idea del bien”.78
Platón inicia en Occidente una tradición que hace de la educación del gobernante —del Príncipe, como se dirá después— el foco de atención del filósofo a la hora de programar lo que debe ser la educación. Todavía Baltasar Castiglione (en El libro del cortesano) y Erasmo de Rotterdam durante el Renacimiento escriben tratados acerca de cómo educar al Príncipe. En Las leyes, Platón va perdiendo la esperanza de que sean los filósofos los que puedan gobernar, pues ya quedan pocos de aquellos que pudieran hacerlo. Por eso enfoca su atención en la Constitución y las leyes de un Estado bien gobernado. A ese Estado lo denomina Magnesia, y pretende ser menos utópico o ideal que el que forjó “con el discurso” en la República. En dicho Estado habrá un consejo nocturno integrado por los más viejos guardianes y otros nobles ciudadanos. Este consejo nocturno se reunirá al amanecer para estudiar la filosofía (la dialéctica). Como todos los ciudadanos participarán en la Asamblea, entonces todos deben estar preparados para tomar decisiones. Por eso, mientras en la República no habla de la educación para la clase trabajadora, en Las leyes propone que la educación sea para todos, incluso la educación militar para los jóvenes de ambos sexos. El currículo general incluirá además literatura, música y matemáticas. En Magnesia el matrimonio es obligatorio, y allí “los esclavos y residentes extranjeros desempeñarán la mayoría de las funciones que correspondían a los miembros de la tercera clase en la República”.79 Melling enjuicia de este modo el modelo platónico de las Las leyes: “El sistema legal implica un grado tan grande de supervisión de la vida que fácilmente puede aparecer innecesario y funestamente restrictivo”.80
La Academia que Platón fundó en Atenas tenía un fin político: educar a los jóvenes para que lleguen a ser buenos gobernantes. Ya que el propio Platón había fracasado en sus intentos de reformar el gobierno de Siracusa bajo Dioniso I y II, creía que era necesario enseñar su doctrina según la cual son los sabios los que deben gobernar, de forma que pudiera influir en el futuro de la civilización griega. Aristóteles fundó el Liceo, y allí el espacio escolar logra real independencia:
La escuela adquiere su propia autonomía, separada de las maquinaciones del poder social o político (a diferencia de la tradición pitagórica y platónica) y de la dependencia económica de los trabajadores profesionales, creando así un espacio propio para la serenidad cognoscitiva. En las paredes del aula exponían, con toda probabilidad, tablas anatómicas.81
Como hemos podido comprobar, la educación que Platón promueve no es democrática (como sí lo es la de los sofistas y los rétores). Se centra principalmente en los guardianes (gobernantes y auxiliares) y es una educación doctrinaria, en donde el Estado establece lo verdadero y lo falso, lo correcto y lo incorrecto de lo que debe ser enseñado. Se trata de una educación en la que el Estado implanta una férrea normativa sobre lo que debe enseñarse en poesía, música, danza, teología, matemáticas y astronomía. La filosofía de una verdad única sobre la realidad, con el agravante de estar establecida desde el Estado, conduce inevitablemente al absolutismo político. En Platón aquello era solo una idea (un ideal, para él), pero la historia humana ha conocido ejemplos reales fatídicos, tales como la inquisición o los campos de exterminio. El ideal de Platón es una ortopedia del alma y del cuerpo, que busca moldear el alma, como nos dice explícitamente varias veces; y los moldeadores del alma y el cuerpo son los guardianes y la clase gobernante. Platón dedica los esfuerzos de la educación a los futuros guardianes, aristocracia de vieja data. En relación con su posición sobre la participación de los ciudadanos en asuntos de política, el mejor texto lo encontramos en Protágoras:
Así es, Sócrates, y por eso los atenienses y otras gentes, cuando se trata de la excelencia arquitectónica o de algún tema profesional, opinan que sólo unos pocos deben asistir a la decisión, y si alguno que está al margen de estos pocos da su consejo, no se lo aceptan, como tú dices. Y es razonable, digo yo. Pero cuando se meten en una discusión sobre la excelencia política, que hay que tratar enteramente con justicia y moderación, naturalmente aceptan a cualquier persona, como que es el deber de todo el mundo en particular de esta excelencia; de lo contrario, no existirían ciudades. Esa, Sócrates, es la razón de esto.
Para que no creas sufrir engaño respecto de que, en realidad, todos los hombres creen que cualquiera participa en la justicia y de la virtud política en general, acepta este nuevo argumento. En las otras excelencias, como tú dices, por ejemplo: en caso de que uno afirme ser buen flautista o destacar por algún otro arte cualquiera, en el que no es experto, o se burlan de él o se irritan, y sus familiares van a ése y le reprenden como a un alocado.
En cambio, en la justicia y en la restante virtud política, si saben que alguno es injusto y éste, él por su propia cuenta, habla con sinceridad en contra de la mayoría, lo que en el otro terreno se juzgaba sensatez, decir la verdad, ahora se considera locura, y afirman que delira el que no aparenta la justicia. De modo que parece necesario que nadie deje de participar de ella en alguna medida, bajo pena de dejar de existir entre los humanos.
Respecto de que a cualquier persona aceptan razonablemente como consejero sobre esta virtud por creer que todo el mundo participa de ella, eso digo. Y en cuanto a que creen que ésa no se da por naturaleza ni con carácter espontáneo, sino que es enseñable y que se obtiene del ejercicio, en quien la obtiene, esto intentaré mostrártelo ahora.82
Platón, como hemos dicho, no defendió la democracia; pero en el argumento de Protágoras, este último se muestra democrático porque admite que, diferente a lo que ocurre en las profesiones donde el juicio depende del experto, en la política todos los ciudadanos tienen capacidad de intervenir.
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