En un tiempo en que se disolvían todas las formas tradicionales de la existencia, tomaron conciencia, y se la dieron a su pueblo, de que la educación humana era la gran tarea histórica que les había sido asignada. Con ello descubrieron el punto central en torno al cual se realiza toda evolución y del cual debe partir toda estructuración consciente de la vida.35
Los sofistas se apoyaron en el concepto de naturaleza humana. Este concepto, nos recuerda Jaeger, se desarrolla originalmente en la medicina griega y es adoptado tanto por el historiador Tucídides como por los sofistas. En efecto, la educación se orienta hacia la totalidad del ser y hacia lo universal de la naturaleza humana. La naturaleza nos da unas aptitudes, unas capacidades, una “materia”, y la educación va dando forma y cultivo a esa naturaleza. Jaeger, pensando en lo que fue la paideia griega, nos dice que el ideal de la educación humana es la culminación de la cultura, entendida esta en su sentido más amplio.36
Los sofistas no defendieron nunca la estatalización de la educación, pero sí estaban muy conscientes del papel que el Estado debe cumplir en este sentido. Su “concepción del derecho y de la legislación del Estado presupone la aceptación del influjo sistemático del Estado sobre la educación de los ciudadanos”.37 Y en la filosofía de Platón, es el Estado el que educa a las dos clases superiores (los guardianes y los sabios-regentes). En la realidad histórica, solo en la ciudad-estado de Esparta existía una educación organizada por el Estado.38
Según se señaló anteriormente, la educación para la formación, la cultura y la política, propugnada por los sofistas, tiene su centro en las artes del lenguaje. “Antes de la sofística no se habla de la gramática, la retórica ni la dialéctica”.39 La inclusión de estos tres elementos marcará el origen del famoso trivium que, en adelante, y a lo largo del mundo romano y medieval, será el contenido mismo de la educación. El otro gran componente es el quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y música), que fue inicialmente propugnado por Hipias de Elis. La música era esencial en la escuela pitagórica, fue asumida por los sofistas y, como veremos, Platón hace de ella, junto con la gimnasia, el centro de la educación en los primeros años. La música suscita en el alma la euritmia y la justa medida. Protágoras expresa bien esta idea:
Ellos [los maestros de música] hacen familiar el ritmo y la armonía para las almas de los niños, en forma que pueden desarrollarlas más gentil, graciosa y armoniosamente, y ser útiles, de este modo, en palabras y obra; pues toda la vida del hombre necesita de la gracia y la armonía.40
Se trata de la educación como “expresión metódica del principio de formación espiritual que se desprende de la forma del lenguaje, del discurso y del pensamiento”.41 Dialéctica, gramática y retórica se convierten en el fundamento de la educación en el mundo occidental. El trivium y el quadrivium constituyen las artes liberales. Junto a ellas, las matemáticas fueron defendidas como valor pedagógico, especialmente por Hipias; en efecto, “Mathemata constituye el elemento real de la educación sofística; la gramática, la retórica y la dialéctica, el elemento formal”.42
Los sofistas, concluye Jaeger, se caracterizan por su “optimismo pedagógico”. Sin embargo, Sócrates pone en duda el optimismo de los sofistas para trasmitir virtudes ciudadanas; y para Píndaro, que también era aristócrata, la areté es un don de los dioses (idea que también es planteada por Platón en el Menón). En este sentido, Jaeger nos recuerda:
las resignadas palabras de Platón en la carta séptima sobre la estrechez de los límites dentro de los cuales puede ejercerse el influjo del conocimiento sobre la masa de los hombres y las razones que da para dirigirse a un círculo cerrado antes que a la multitud innúmera como portador de un mensaje de salvación.43
En relación con el énfasis que hacen los sofistas en la educación por las artes del lenguaje, es preciso tener en cuenta que fueron ellos quienes desarrollaron el saber de esas artes. En efecto, Empédocles de Agrigento había iniciado en Sicilia el estudio de la retórica, pero la mayor parte del trabajo investigativo posterior a él se debe a los sofistas, y culmina en la gran obra de Aristóteles (La retórica), quien, aunque no era sofista, reconocía que la retórica es de gran utilidad —contrario a la opinión de Platón, que la califica como arte cosmética—. Sócrates llama la atención de Protágoras acerca del hecho de que si para la retórica todas las opiniones son verdaderas, entonces no se está en buena posición para enseñar. Protágoras aclara que, además de la verdad, es preciso tener en cuenta la utilidad, el beneficio, y que, aunque todas las opiniones fuesen verdaderas, no todas son igualmente beneficiosas. Señala además que la educación debe procurar cambios hacia algo mejor, del mismo modo que el médico procura cambios dirigidos a mejorar la salud del paciente. El médico proporciona la salud mediante fármacos; el sofista, mediante discursos.
Con frecuencia le atribuimos al término ‘retórica’ un significado de adorno literario; pero esta es la significación que adquiere el vocablo en la época imperial romana, cuando, al no haber democracia, la retórica se hace prácticamente inútil en la vida pública y entra en decadencia. Todorov señala que “en la democracia hablar puede ser eficaz. En una monarquía esto no es posible”.44 La retórica se convierte entonces en una teoría de las figuras del discurso. Pero el significado original de ‘retórica’ es el arte de persuadir, y así la define Aristóteles. En la democracia ateniense era importante persuadir a la Asamblea acerca de las leyes que debían aprobarse, o utilizar la elocuencia para elogiar a los prohombres de la polis. Asimismo, el acusado ante un tribunal tenía que defenderse él mismo y tratar de persuadir a los jueces. Por eso los sofistas daban sus cursos de elocuencia a todo el que quisiera recibirlos.
La retórica, en cuanto es una forma de razonamiento, conlleva una investigación científica del lenguaje, y de esa investigación nace la gramática. El máximo encomio de la retórica lo hallamos en el sofista Gorgias de Leontini. Para él el discurso es poder. El discurso se convierte en un arma de lucha y, por tanto, como va a decir la crítica socrática, en un instrumento peligroso para quien no sabe usarlo bien. Y no sabe usarlo bien quien no tiene una ética.
La palabra —escribe Gorgias— es un poderoso soberano, que con un pequeñísimo y muy invisible cuerpo realiza empresas absolutamente divinas. En efecto, puede eliminar el temor, suprimir la tristeza, infundir alegría, aumentar la compasión.45
La métrica que produce el ritmo en la poesía tiene también en Gorgias uno de sus fundadores.
Yo considero y defino toda poesía como palabra con metro. Ésta infunde en los oyentes un estremecimiento preñado de temor, una compasión llena de lágrimas y una añoranza cercana al dolor, de forma que el alma experimenta mediante la palabra una pasión propia con motivo de la felicidad y la adversidad en asuntos de personas ajenas.46
Es muy difícil, por tanto, sustraerse al efecto poderoso de la palabra; hay casos en que su fuerza es irresistible. Helena de Troya, interpreta Gorgias, es un caso de ese tipo. “La palabra que persuade al alma obliga necesariamente a esta alma que ha persuadido a obedecer sus mandatos y a probar sus actos”.47 Desde este punto de vista, Helena no es culpable, fue víctima del poder de la elocuencia. Gorgias imagina que las hermosas palabras de Paris enamoraron a Helena; que el poder de su elocuencia fue tan efectivo que ella no pudo resistirse y, por ello, no se le puede culpar por haber sido la causa de la guerra de Troya. “Si fue convencida y engañada con su espíritu por la palabra, no es difícil en este caso defenderla y liberarla de toda acusación”.48
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