La teología es una de aquellas empresas humanas tradicionalmente llamadas “ciencias” que buscan percibir un objeto o el ámbito de un objeto por el camino que éste señala como fenómeno, comprenderlo en su significado y enunciarlo en todo el alcance de su existencia. La palabra “teología” parece indicar que en ella, como en una ciencia especial (¡muy especial!), se trata de percibir a Dios, de comprenderlo y enunciarlo.23
Barth ubica a la teología dentro de esas “ciencias” humanas que definen un objeto de estudio a modo de recorte de la realidad para estudiarlo. Al escribir “ciencias” y “teología” entre comillas, está indicando un uso general y amplio del término, al punto de reconocer que en este caso se trata de una ciencia muy especial dado que intenta percibir a Dios, comprenderlo y enunciarlo, un Dios que nunca será objeto sino siempre un Sujeto supremo y soberano. Porque dado que hay muchos dioses, argumenta Barth, hay también muchas teologías en tanto son discursos sobre Dios. Para que no queden dudas, Barth denomina a su teología como “teología evangélica”. Debemos tener mucho cuidado cuando leemos esa nomenclatura ya que muchas veces remite desde el inconsciente colectivo a pensar en teología “de los evangélicos”. Barth dice sin ambages:
No toda teología “protestante” es teología evangélica. Hay teología evangélica también en el ámbito romano, así como la hay en el ámbito ortodoxo-oriental y en los ámbitos de las variaciones mucho más recientes, como hay también deformaciones en el empeño renovador de la Reforma. Con la palabra “evangélica” queremos describir objetivamente la continuidad “católica”, ecuménica (para no decir “conciliar”) y la unidad de toda aquella teología que busca, en medio de la variedad de todas las demás teologías (sin querer hacer un juicio de valores) y en contraposición con todas ellas, percibir, entender y enunciar al Dios del Evangelio, es decir al Dios que se revela en el Evangelio, que les habla a los hombres y actúa sobre ellos, por el camino que él mismo señala. Allí donde él llega a ser el contenido de la ciencia humana, siendo al mismo tiempo su origen y su norma, allí hay teología evangélica.24
Nadie puede adueñarse del evangelio como si fuera su propiedad privada. El Evangelio es de Dios y hay teología evangélica solo allí donde se revela el Dios del Evangelio, que es origen y norma de esta teología que, insiste Barth, sigue siendo siempre una ciencia humana. Más adelante va a aclarar con gran precisión que esta teología evangélica trabaja con tres suposiciones que están subordinadas, a saber: primero, el hecho de la existencia humana en la dialéctica entre ella y el Dios del evangelio; segundo, con la fe de las personas que están dispuestas a reconocer esa revelación de Dios; y tercero, con la razón, “es decir, con la capacidad de percibir, discernir y expresarse de todos, o sea, también de los que creen, que es la que técnicamente permite que ellos participen activamente en el esfuerzo teológico de conocer al Dios que se revela en el Evangelio”.25
En otro texto Barth pondera a la teología como una de las ciencias más hermosas, pero a la vez, advierte sobre sus peligros. Dice:
Entre todas las ciencias, la teología es la más hermosa, la que toca más profundamente a la inteligencia y al corazón, la que se aproxima más a la realidad humana y ofrece las visiones más claras de la verdad que persigue toda ciencia, más cerca también de todo lo que quiere significar en el cuadro de la vida universitaria […] ¡Pobres teólogos y pobres épocas en la teología los que no se han dado cuenta de toda esta belleza! Pero entre todas las ciencias, la teología es también la más difícil y la más peligrosa; la que conduce rápidamente a la desesperación, cuando uno se inicia en ella o, lo que es casi peor, al orgullo; la que perdiéndose en acrobacias aéreas o calcinándose en abstracciones, puede transformarse en la cosa más horrible que exista: su propia caricatura.26
La teología es hermosa por tocar tanto la inteligencia como la emoción y por su capacidad para aproximarse a la realidad humana, pero el peligro radica en que puede conducir a la desesperación o al orgullo y transformarse así en una mera caricatura de su original. Se percibe también la nota de humor de Barth en la descripción de una teología que se pierde en “acrobacias aéreas” como si fuera un trapecista que solo se dedica a entretener a la gente.
En un reciente artículo, el teólogo checo Milan Opoĉenský, luego de citar ese párrafo donde Barth pondera a la teología por su belleza y su carácter científico, dice:
La teología dialéctica (de Barth y otros) trató de puntualizar que la teología tiene su justificación entre las ciencias solo si comienza con la revelación y con la realidad histórica de la iglesia, la cual es la reacción a la revelación. De otra manera, cualquier ciencia asumiría la responsabilidad de la reflexión teológica. Si hablamos acerca del carácter eclesial de la teología esto no significa que se quiera crear un espacio protegido en donde no tomaría lugar la confrontación con los resultados de otras ciencias. La teología no tiene como su tarea llevar a cabo la actividad proclamadora de la iglesia.27
Finalmente, para Barth la teología no es un fin en sí mismo; es más bien un servicio que presta a la Iglesia. Por eso Barth destaca el papel de la comunidad cristiana como el espacio donde se hace teología. Dice: “El lugar de la teología frente a la palabra de Dios y sus testigos no está situado en alguna parte del espacio vacío, sino muy concretamente en la comunidad”.28 Esta es definida por Barth como communio sanctorum y congregatio fidelium, es decir: comunión de los santos y congregación de los fieles. Su papel en el mundo es decisivo ya que:
Ella no habla solamente con palabras. Habla por el mero hecho de existir en el mundo, también su actitud específica hacia los problemas del mundo, y especialmente en su servicio mudo para con todos los postergados, débiles y necesitados. Finalmente habla al orar por el mundo.29
La teología entonces es una sierva de la Palabra de Dios. Sirve a la Iglesia sirviendo a la predicación de la Palabra. Apelando a la división de oficios que había introducido Calvino y donde el diácono ocupaba el cuarto y último lugar, después de los presbíteros gobernantes y los presbíteros maestros o pastores, Barth dice que con tal división Calvino no tenía la intención de hacer una rígida división de tareas, y agrega: “No obstante, habría que aconsejarle al doctor ecclesiae, al teólogo, a convertirse –como lo indica el Evangelio– rápidamente del primero en el último, un siervo de todos los demás, en su servidor y diácono”.30 Y todo ello, porque ser teólogo o teóloga no es para Barth algo que ocurre naturalmente, que surge de la nada, por pura inspiración o decisión, sino que, como dice de modo rotundo:
Ser o llegar a ser teólogo, en el sentido más estricto o más amplio de la palabra, es algo que “no ocurre” (no se da) sino precisamente a la luz del asombro radical y fundamental que es lo único que lo puede provocar. Es una manifestación concretísima de la gracia.31
Por último, reflexionemos sobre las nomenclaturas que ha recibido la teología de Barth y juzguemos cuál de ellas es la más representativa.
¿Cómo se denomina a la teología de Barth?
Hugh R. Mackintosh32 denomina su teología como teología de la crisis, teología dialéctica y teología de la palabra. Seguiremos esa orientación ampliando lo que cada una de ellas quiere expresar y enriqueciendo el planteo con otros textos.
a. Teología de la crisis
El término “crisis” hay que entenderlo en dos sentidos: como el punto culminante de una enfermedad y como cambio de dirección en el pensamiento, una especie de “giro”. Pero como bien dice Mackintosh, hay un tercer sentido mucho más profundo: “crisis” en tanto juicio de Dios.
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